-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

miércoles, 23 de marzo de 2011

Dudas razonables puras (Kant I) (Reedición)

(Diálogo, en el patio de la escuela)


Manolito.- ¡Qué bien que somos seres racionales! ¿verdad, David?

David.- ¿Tú crees?

Manolito.- ¡Claro! ¿No has oído a nuestro maestro Renato? Gracias a nuestra razón podemos saberlo todo.

David.- Y ¿qué es lo que sabes tú, con tus entendederas alemanas?

Manolito.- Sé que el mundo está bien hecho, y yo, mejor todavía.

David.- Nadie lo diría, viéndote. ¡Todavía yo, que estoy de buen año…!

Manolito.- No seas tonto y materialista, quiero decir que soy (y tú también) un espíritu racional e inmortal, (¡y también libre, por supuesto!).

David.- Yo lo que creo es que eres un iluso, y el maestro Renato de los Naipes, más todavía. ¿Has visto tú tu alma? ¿La has pesado y medido?

Manolito.- ¡Necio!, la he visto con la inteligencia, o sea, con ella misma.

David.- ¿Así que la inteligencia tiene ojos? Pues yo lo único que he visto con la inteligencia es que las flores florecen en primavera y mueren un poco después. Y no soy capaz, por más que lo intento, de ver más allá de lo que pasa aquí y ahora, en el mundo.

Manolito.- No, David, no, no te hagas el tonto, también sabes que dos y dos son cuatro, y eso no muere.

David.- ¡Como los buenos rockeros..! Claro que no mueren los números, como que no nacen. Es que cuatro significa lo mismo que dos más dos, o sea, que no me estás diciendo nada nuevo, no me estás hablando de nada, como no sea de nuestra forma de relacionar ideas, o de nuestro lenguaje… Son conceptos vacíos. Pero si quieres tener dos peras, necesitas ya meter las manos en las pobres cosas materiales.

Manolito.- Eso no me parece bien… aunque tendré que pensarlo. Pero ¡también sabes que tú existes, porque estás pensando!

David.- ¡Entonces ten cuidado, a ver si tú no vas a estar existiendo ahora, porque como estás pensando en sueños, o sea, en nada…! Ahora en serio, mira: sé que existo ahora, porque estoy notando que hablo contigo, pero ni sé si seguiré existiendo dentro de un rato (espero que sí) ni, si te digo la verdad, sé qué soy yo, como no sea una colección de todas mis sensaciones e ideas a lo largo del tiempo, que las junto como en una hebra.

Manolito.- ¿¡Entonces tú no crees que tienes un alma inmortal, ni que Dios es perfecto!?

David.- Yo creo que nadie sabe nada de eso, pero se hace la ilusión de que lo sabe. ¿No ves cómo todo el mundo está de acuerdo en que ahí hay una flor, pero no en si existe el alma o Dios? ¿Sabes por qué?

Manolito.- ¿Por qué?

David.- Porque la flor puede verla cualquiera que esté aquí y se haya traído los ojos de casa, pero el alma no la vas a ver ni con el microscopio nuevo de la señorita Obregón –la de biología-.

(suena el timbre del final del recreo)

Manolito (visiblemente conmocionado).- Me voy. Voy a pensarlo un rato y te diré lo que tienes que oír.

David.- Aquí te espero (¡espero!).

(Once años estuvo Manolito encerrado en su cuarto, pensando en el pensamiento).


Según confiesa el propio Inmanuel Kant, fue la lectura de David Hume lo que, ya con más de cuarenta años, le sacó de su “sueño dogmático”, y le hizo dudar de su racionalismo, que había aprendido del alemán Cristian Wolff, discípulo del alemán-que-a-veces-escribía-en-francés Leibniz, remoto seguidor del francés René Descartes.

¿Qué pudo pensar Manuel Kant a solas consigo mismo?

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