-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

martes, 12 de abril de 2011

Diálogo entre Kant y Platón (Kant VI) (reedición)

A las puertas del juzgado, cuando todo el mundo se ha marchado, dos siluetas, que parecen las de Kant y Platón, charlan así:


Kant.- ¿Qué te ha parecido el Juicio? ¡Lo he diseñado yo solito!

Platón.- Eso de la dignidad del hombre, y que no se puede comerciar con la justicia, te ha quedado muy bonito.

K.- Sí, es de lo que más orgulloso me siento.

P.- Y cuando lo llamas “Razón Práctica” ¿no quieres decir que es sólo la Razón misma, pero tratando sobre lo bueno?

K.- Sí, si lo entiendes bien. Lo que quiero decir es que dictar leyes o tomar decisiones no es lo mismo que saber algo: es Hacer, no Saber.

P.- Eso suena también muy profundo. Pero ¿quieres decir que no hay una conexión entre decir “Esto es bueno” y decir “Esto debe hacerse”?

K.- Ahí está el punto: no hay ningún conocimiento como “Esto es bueno”. Nada es bueno en sí, salvo la buena voluntad, pero eso no es un objeto, claro.

P.- ¿Entonces no son buenas la Vida, el Conocimiento, y todo eso?

K.- ¿No has leído al avispado de Hume? Él ha resumido muy bien lo que ya se venía viendo: no hay ninguna propiedad en las cosas que sea lo bueno, como sí hay lo amarillo. Y no se puede pasar de describir algo (por ejemplo, los seres vivos buscan perpetuarse) a decir que “debe hacerse así”. Yo he dicho lo mismo, pero salvando a la razón, en contra del hedonismo de Hume.

P.- ¿Así que no crees que las cosas tienen, cada una, una Esencia, y que se puede conectar el Bien de una cosa con su Esencia? ¿Por ejemplo, que para un caballo es bueno todo lo que le hace ser mejor caballo, y para una persona todo lo que le hace persona, y que hay una idea de Perfección que rige sobre las demás esencias?

K.- ¡Ay, las esencias! Tarde pero a tiempo me di cuenta de que eso no era más que optimismo y fanatismo griego. Me pasé mi juventud creyendo en ellas, sin ver ninguna, como les pasa a los jóvenes con el amor verdadero.

P.- Cuentan de mí que, a alguien que me dijo algo así como “pues yo veo a Sócrates y a Alcibíades, pero no veo la Humanidad” le contesté “eso, amigo, es porque tienes ojos pero no inteligencia”. No recuerdo haberlo dicho, pero ¿y si te lo digo a ti? ¿También tú confundes conocer con imaginarse o representarse algo? ¿Crees que el mundo es un teatrillo?

K.- A ver, yo no he dicho más que lo que dijiste tú: que todo lo que vemos no es más que simples fenómenos, no las cosas en sí mismas. El espacio y el tiempo no son más que nuestra forma de percibir las cosas, que para nosotros son sólo pensable, noúmena.

P.- Y ¿no ves ninguna diferencia entre tú y yo?

K.- Sí: que yo me he visto obligado a negar que tengamos conocimiento alguno de esos seres inteligibles. Ha llovido mucho desde tu época, y yo no puedo refugiarme en metáforas y mitos, como hacías tú cuando querías referirte al Alma o a los Dioses.

P.- ¡Eres en todo igual de inflexible! Piensas como un hacha, separándolo todo. ¿Sabes? Aunque no me entusiasma este tipo de explicaciones, me parece que tiene que ver con tu educación en esa religión del desierto, el judaísmo, renovada hace poco por el monje alemán, Lutero. También tú dices que no tenemos ninguna imagen de Dios, o sea, del Bien en sí, y que lo que tenemos que hacer es acatar su Ley sin conocerle. Pero no puedes evitar mencionarlo, por mucho que lo llames cosa en sí.

K.- Eres muy sabio, y muy buen psicólogo.

P.- Y sabes que siempre te preguntarán qué relación dices tú que hay entre esas inalcanzables cosas en sí mismas y nuestros miserables fenómenos. Alguna tiene que haber ¿no? ¿O cualquier cosa puede provocar cualquier fenómeno?

K.- Sí, has metido el dedo en el ojo de mi teoría. Últimamente, antes de morir, trabajo en algo que se parece mucho a deducirlo todo del entendimiento, y mis lectores jóvenes y supuestos seguidores están cayendo en lo que más he combatido: están convirtiendo al Yo en una cosa, en una sustancia, y diciendo que lo es todo.

P.- Y ¿qué es el Yo, según tú, si no es una cosa?

K.- Es una simple forma, una función. Esto es muy difícil de comprender.

P.- ¡Y tanto! ¡Un algo que no es una cosa! Me recuerdas a un inteligentísimo alumno mío, un tal Aristóteles, que se ha venido desde Macedonia a estudiar a mi Academia. Él también me dice: maestro ¿y si las Ideas no son cosas, sino sólo Formas? Eso es demasiado inteligente para mí: yo, todo lo que pienso creo que es algo.

K.- ¡No te hagas el simple, como tu maestro Sócrates! Pero ¿no ves que en cuanto intentamos mencionar a las Ideas, a los seres de más allá, a las Esencias tuyas, caemos en contradicciones, en Dialéctica?

P.- Claro, eso es lo que hemos dicho otros, empezando por el viejo Heráclito y el sabio Parménides. Yo mismo, si has leído mi libro de la República, he distinguido dos tipos de conocimiento racional, uno mixto y otro puro. El primero es lo que tú llamas uso condicionado o Ciencia, o sea, que saca sus contenidos de la sensibilidad. El segundo es el que busca las cosas mismas.

K.- Sí, buscarlas las busca, pero nunca las encuentra.

P.- Es que nadie ha dicho que seamos dioses. Aunque, en cierto modo, lo somos.

K.- Pues yo digo que un conocimiento que se contradice, no es conocimiento ni nada. Y eso le pasa a tu dialéctica.

P.- Me vas a permitir que te diga que no has profundizado lo suficiente en el asunto. Escucha, y dime. Según lo expuse en mi Parménides (que no sé si has leído…), nosotros no podemos pensar sin dar por supuesto lo Uno puro, porque todo conocimiento es unidad. Pero es cierto que, a la vez, en cuanto queremos representarnos esa unidad, no tenemos más remedio que hacerla múltiple, porque somos entendimientos limitados, no infinitos o perfectos.

K.- De acuerdo hasta ahí.

P.- Muy bien. Pues ahora creo que hay que darse cuenta de que, no por eso podemos prescindir de pensar en lo Uno y lo Múltiple, y sus relaciones. Al pensarlos, vemos que el uno implica al otro, y caemos en contradicciones, por pensar Todo a la vez. Pero entonces, como una chispa, surge la intuición racional (que no puedes imaginar, fíjate bien) de lo Uno puro.

K.- Ese es el paso que niego: no hay esa intuición, yo no la conozco.

P.- Pues, para no conocerla, la usas correctamente, porque ¿con qué te refieres a las cosas en sí mismas? La diferencia es que yo, como buen griego, pienso que podemos referirnos a ello usando las representaciones, si no las tomamos como la realidad misma, sino como símbolos o imágenes imperfectas.

K.- Y yo, como buen alemán, no sé nada de metáforas ¿no es eso?

P.- Casi. Más bien, no eres consciente de tus metáforas. Porque, mira, ¿no hablas tú de las cosas mismas, esas que sin embargo dices que no podemos pensar? Dices que las ‘hay’, que ‘causan’ nuestras representaciones, etc.

K.- Vale, uso algunas analogías. Pero no me refiero a ellas en sus contenidos, como haces tú cuando hablas del Caballo-en-sí y las demás esencias.

P.- ¿Sabes? Tú encajas perfectamente en la figura del Guardián de mi polis.

K.- ¡Me haces mucho honor! Y ¿por qué piensas eso?

P.- El guardián, digo yo, sólo sabe de Matemáticas, no va más allá ni llega a la dialéctica. Se siente completamente obligado a cumplir la Ley, pero él no es capaz de darle ningún contenido a esa ley.

K.- ¡Y el sabio sí es capaz!

P.- Se acerca más. El sabio sabe que el Bien es lo mismo que la Unidad, y sabe que los cuerpos son imágenes, o sea, ni del todo iguales ni del todo diferentes, del Alma. Así que busca unidad en el alma produciendo unidad y armonía en los cuerpos.

K.- Los griegos siempre seréis unos ilusos…, eso sí, luminosos. Pero Grecia ya ha pasado. Hoy, en Europa, sabemos que los cuerpos no representan nada de nada: vivimos en la noche de un mundo sin sentido, no en el mediodía poblado de dioses desnudos, como vosotros.

P.- Por eso no sabéis ni qué hacer. Porque, si no piensas que el cuerpo es imagen de la persona, ¿cómo sabes qué comportamientos son correctos o cuales no? Repetir, como haces una y otra vez, que debes actuar como querrías que actuara cualquiera, no te va a ayudar a decir cómo debes actuar. Debes saber qué cosas son buenas.

K.- Quizás tengas razón. Pero cuanto dices me suena a un imposible, al pasado. Las ciencias han avanzado mucho. Nos dicen que, en el cuerpo, todo es ciego mecanismo. Yo he intentado dejarle un hueco a la Libertad, pero fuera de este mundo, claro. Este mundo se lo doy todo a la Ciencia.

P.- ¡La Ciencia! ¿Qué es la ciencia? Cada uno tiene la ciencia que se merece, ¿no te parece? Pero todo eso de que la ciencia dice que las cosas son mecánicas, no es ciencia, sino filosofía. Ya existía en mi época: también en Grecia había pesimistas. Y también algún día volverán…

K.- Las oscuras golondrinas, eso es. Y ¿para cuando será eso?

P.- Para cuando el personaje más importante deje de ser ese mediocre personaje que es el comerciante.

K.- Eso no lo verán nuestros ojos, por más que nos reencarnemos. Aunque creo que nos iremos acercando cada vez más.

P.- ¿Ves como no es tan duro ser optimista? Pues atrévete a pensar que lo alcanzaremos.

Juicio a la razón, segunda parte (Kant V) (reedición)

Hoy se reanuda en Köninsberg el trascendental juicio a la Razón Humana. Como recordarán, en la primera parte no salió bien parada: se la consideró culpable de pretender saber lo que no puede saber. ¿Qué pasará hoy? La jueza empieza recordándole los cargos:


Jueza.- Señora Razón, se le acusa de invadir, también en la moral, el terreno que no le pertenece, y pretender decirnos a todos qué está bien y qué está mal, sin atender a lo que dice el Ministerio de Gustos y Felicidades. ¿Tiene usted algo que declarar?
Razón.- No tengo nada que decir. Ni siquiera reconozco legitimidad a este juicio. Nadie más que yo puede juzgar, a los demás y a mí misma.
Jueza.- Que se siga el proceso. Tiene la palabra el fiscal.

Fiscal.- Señoría, creo que ha quedado clara la arrogancia de la acusada. Es fácil demostrar que, exactamente igual que ocurría con el Ministerio de Conocimiento, la señora Razón, ha usurpado o, mejor dicho, intentado usurpar (porque no ha conseguido nada, a decir verdad) funciones que no le corresponden. Ha pretendido convertirse en monarca absoluta, ella que no es más que una consejera.
Querría llamar a declarar como testigo a don Sentido Común.
Jueza.- Que entre.
(entra un hombrecillo un poco tosco de andares. Jura decir la verdad)

Fiscal.- Don Sentido-Común, díganos: ¿Cuál es su cometido?
Sentido-Común.- ¿Cómo dice?
Fiscal.- Quiero decir qué busca usted…
Sentido-Común.- ¡Ah! Mi reloj, el de la pulsera negra.
Fiscal.- No, me refiero a qué busca usted en la vida. ¿No es verdad que usted busca, al fin y al cabo, la Felicidad?
Sentido-Común.- ¡Claro que sí! ¡Casi más que el reloj!
Fiscal.- ¿Reconoce usted a la acusada?
Sentido-Común.- La veo borrosa (es que ando un poco miope ¿sabe usted…? Los años…)
Fiscal.- No se preocupe. ¿No le han estorbado a usted ella o alguno de sus descendientes, los llamados “sabios”, en su difícil tarea de buscarse la vida?
Sentido-Común.- Hombre, un poco sí, pero no les hago mucho caso ¿sabe usted? A veces ni les entiendo cuando hablan (¡son gente muy leída!).
Fiscal.- Y ¿cómo puede usted apañárselas sin ella?
Sentido-Común.- Yo, como mi madre y mi padre, y mi abuelo y abuela y toda la familia, sé muy bien lo que ando buscando… el reloj ¿Lo ha visto usted?
Fiscal (algo nervioso).- No, querido amigo. No tengo más preguntas, señoría.

Jueza.- Tiene su turno la defensa.

Defensa.- Veamos, le voy a preguntar a usted cosas para las que no hace falta saber leer, ni tener vista de lince. Díganos, don Sentido-Común, ¿cree ustedes que todos somos iguales?
Sentido-Común.- ¿Iguales en qué, en lo ancho o en lo romo?
Defensa.- En derecho.
Sentido-Común.- No crea usted, señor, que veo a unos más torcidos que a otros.
Defensa.- (un poco impaciente) ¡Vamos a ver! ¿Qué pasa si le doy ahora un poco de dinero, así sin más, a todos los que hay en esta sala, menos a usted?
Sentido-Común.- Que le parto la silla en la espalda, como diría mi abuelo… perdóneme la palabra…
Defensa.- Y ¿por qué?
Sentido-Común.- Porque eso no está bien, no me diga usted…
Defensa.- ¿Y si le doy a usted sólo, y no a los demás?
Sentido-Común.- Hombre..., tampoco está bien… sobre todo así, a las claras.
Defensa.- ¿No cree usted que “no hay que hacer a los demás lo que no quieres que te hagan”?
Sentido-Común.- Eso está muy bien dicho. Por eso a mi no se pasa por las mientes esconderle el reloj a nadie, ¡cagoendiez! (¡perdone, mi señoría!).

Fiscal.- Señoría, con la venia, me gustaría preguntar de nuevo al testigo.
Jueza.- Pregunte. Luego tendrá su turno la defensa.
Fiscal.- Señor Sentido-Común, ¿no cree usted que eso de que no hay que hacer lo que no quieres que te hagan se explica porque no queremos que nos den palos y sí caricias? Quiero decir que sabemos que a todos nos conviene ayudarnos, y para eso tenemos que tratarnos con la mayor igualdad…
Sentido-Común.- ¿¡Qué se yo de esas filosofías!? Me vuelven ustedes loco. ¿Me puedo ir, señora jueza?
Jueza.- No, mientras la defensa quiera preguntarle algo.
Defensa.- Por mí puede marcharse. (El Sentido-Común se va, visiblemente incómodo).

Fiscal.- Querría llamar a declarar al Político.
Jueza.- Que entre.

(entra con gesto orgulloso y saludando. Promete decir la verdad).

Fiscal.- Señor Político, ¿no es usted el encargado de dirigir el Estado?
Político.- Así es. Puedo asegurarles que en todo momento, en el desempeño de nuestra gran responsabilidad, hemos cumplido con la mayor…
Jueza.- ¡Vale! ¡Vale! Deje su verborrea, por favor, y limítese a contestar las preguntas.
Político.- Sí, señoría, si yo no he dicho otra cosa: ha sido la oposición que…
Jueza.- (golpeando) ¡Silencio, o le hago salir!
Fiscal.- Dígame, ¿qué misión tiene usted, a cargo del estado?
Político.- ¿A parte de perpetuarme? ¡Ah! ¡Sí! Conseguir el bienestar de todos, incluidos (¡fíjese bien, señoría!) incluidos aquellos que no me han votado.
Fiscal.- Y ¿qué función debe cumplir en tan noble labor la acusada?
Político.- ¿Ella? Sí, bueno… es de la mayor ayuda. Es experta en todo.
Fiscal.- Pero ¿debe ella tomar las decisiones últimas?
Político.- ¡En absoluto! Para eso ya estoy yo. Aunque la escucho, al final yo hago… lo que me da la gana… Quiero decir, conseguir el mayor bienestar para la mayoría, claro.
Fiscal.- Gracias. No tengo más preguntas.

Defensa.- Señor político. ¿Ve bien usted los sobornos?
Político.- ¿¡Qué dice usted!?
Fiscal.- Protesto, señoría, se está prejuzgando…
Jueza.- No se admite, la defensa está haciendo una pregunta. Conteste.
Político.- No, no los veo bien, claro, y puedo prometerles que…
Defensa.- (interrumpiéndole) ¿Por qué no los ve bien?
Político.- Porque… son injustos: no benefician a nadie.
Defensa.- ¿Y si beneficiasen a sus votantes, que son la mayoría, o incluso a los que no le han votado? ¿Mentiría usted para beneficiar a la mayoría o a todos?
Político.- ¡Claro que no mentiría!
Alguien-entre-el-público.- ¡Está mintiendo!
Jueza.- ¡Silencio! Abandone la sala. ¿Tiene más preguntas el ministerio de la defensa?
Defensa.- No, señoría.

Fiscal.- Señoría, querría citar al perito, el psicólogo don Tiempos-que-corren.
Jueza.- Que entre.

(entra, con cara de persona profunda superficialmente)
Fiscal.- Señor Psicólogo don Tiempos-que-corren, ¿estudia usted la conducta humana?
Psicólogo.- Así es.
Fiscal.- ¿Puede decirnos cómo funciona el asunto de la toma de decisiones? ¿Puede la Razón, ella sola, movernos a actuar?
Psicólogo.- No. La razón puede afirmar cuantas cosas quiera, pero el deseo se mueve sólo para obtener un placer o huir de un dolor.
Fiscal.- ¿Qué papel dice usted que debería cumplir, entonces, la acusada?
Psicólogo.- Debería limitarse a informar de cómo funciona el mundo, para que el deseo elija con conocimiento de los medios. Nada más.
Fiscal.- Gracias. No hay más preguntas.

Defensa.- Señor psicólogo, ¿cómo, según usted dice, pueden los sentimientos mover a la voluntad, y no puede hacerlo la razón?
Psicólogo.- Porque nadie puede romper la conexión entre un sentimiento y una decisión. Siempre que alguien toma una decisión, podemos encontrar un placer como motivo.
Defensa.- ¿Qué motivo hay para decir la verdad cuando perjudica, cosa que hacen algunos, aunque sean pocos?
Psicólogo.- El sentimiento de estar a gusto con uno mismo, o el de evitar sentirse a disgusto con uno mismo.
Defensa.- Y ¿por qué se siente uno a disgusto con uno mismo cuando miente?
Psicólogo.- Es un hecho, psicológico. Quizás la naturaleza nos haya diseñado así para ser seres sociales.
Defensa.- Y ¿sabe eso uno, cuando decide no mentir?
Psicólogo.- No, claro, eso es subconsciente…
Defensa.- ¡Ah! ¿subconsciente..! ¿No es cierto, don Tiempos-que-corren que no es usted el único representante de su (llamémosla así) “ciencia”, y que hay psicólogos que no piensan como usted?
Psicólogo.- Una minoría.
Defensa.- Y ¿es cuestión de mayorías, esto de la ciencia suya? ¿Puede usted afirmar que sus teorías son fiables?
Fiscal.- Protesto, señoría: la defensa pone en tela de juicio la honorabilidad del perito.
Jueza.- La defensa resalta un hecho relevante para el procedimiento. Siga.
Defensa.- No tengo más preguntas.

Jueza.- ¿Hay algún testigo más?
Defensa.- Llamo a declarar al señor Santo-Sabio.
Jueza.- Que entre.

Santo-sabio (entrando con paso seguro y sereno).- ¡Kalimera!
Defensa.- Perdonen su forma de hablar, es que es griego. Sólo les ha saludado.
Jueza.- Interróguele.
Defensa.- ¿Por qué le consideran a usted un sabio?
Sabio.- Porque soy siempre dikaios, quiero decir, justo, sin temer los daños ni alegrarme con los hedonai.
Defensa.- Los placeres, quiere decir. Y ¿Puede usted hacer eso? Cuéntenos en qué consiste.
Sabio.- Simplemente escucho en todo cronos a mi Logos, perdón, quiero decir a mi razón, que es tauta… o sea, la misma que la suya y la de todos. Me costó mucho ejercicio controlar a mis deseos, pero ahora soy eleuterio, perdón, quiero decir libre, y me limito a seguir la fisis, o sea, la naturaleza, que es la virtud, perdón, quiero decir la areté.
Defensa.- Gracias. No hay más preguntas.

Fiscal.- Señor santo-sabio, ¿puede hacer usted el esfuerzo de hablar como las personas normales y decirnos por qué cree usted que es bueno lo que hace?
Santo-sabio.- Por sí mismo.
Fiscal.- ¿Y para usted la felicidad no es nada?
Santo-sabio.- ¿La eudemonía?, sí, claro, lo es todo, pero sólo el sabio es feliz.
Fiscal.- Señoría, quiero que conste que ha dicho que el motivo por el que este sabio hace todo lo que hace, es por conseguir la felicidad.
Sabio-santo.- Eso lo ha dicho usted, o más bien su agnoia, quiero decir, su ignorancia.
Jueza.- ¿Hay más preguntas?
Fiscal y defensa.- No, señoría.

Juega.- Emitan sus conclusiones.
Fiscal.- Creo, señoría, que ha quedado probado que la Razón es, y no puede ni debe dejar de ser, la esclava de las Pasiones. En cambio, ella y sus cachorros, los autodenominados sabios, aunque ni siquiera hablan una lengua viva y moderna, no dejan de ridiculizar a los Sentimientos y desprestigiar su función de monarcas y guías de la vida humana. Pedimos, por ello, que sea condenada a perpetuo silencio en todo lo que se refiere a este asunto, y que, como indemnización, pague con cien años de trabajos para el ministerio de Gustos, y busque argumentos para honrarlo hasta que compense el daño provocado.
Jueza.- Tiene la palabra la Defensa.
Razón.- Señoría, renuncio a mi defensa. La agradezco al abogado cuanto ha hecho, pero considero indigno tener que defenderme.
Jueza.- Como usted quiera. En breve emitiremos sentencia.

(Después de un rato ausente, la jueza entra en la sala, ocupa su lugar a oscuras, y hace pública la Sentencia:)

Jueza.- Oídas las partes, fallamos lo siguiente:
Consideramos a la acusada inocente del cargo que se le imputa, o sea, de haber invadido terrenos de la moral que no le corresponden.
El ministerio de Gustos ni puede ni debe determinar qué es correcto, justo y, en una palabra, bueno. ¿Qué pasaría si nosotros mismos, los jueces, por ejemplo, nos dejásemos llevar por nuestros gustos, por muy altruistas que estos fuesen? Hasta el más simple sentido común reconoce, si no se le manipula, que eso sería injusto. La justicia no puede negociarse, y sólo puede ser determinada por la Razón, que nos dice, a todos, como una orden incondicional o Imperativo Categórico, que toda persona (es decir, todo aquel ser que es dueño de sus actos y, por tanto, responsable) es Libre e Igual ante la Justicia, y que bajo ningún concepto se puede vender la justicia por conseguir beneficios, aunque sean los de los votantes. Nuestra sociedad sería indigna de sobrevivir si no hiciese caso exclusivamente a la Razón.
El perito psicólogo, en caso de que lleve razón en su teoría (que nos ha parecido más que dudosa y no representativa necesariamente de su ciencia), sólo prueba cómo se comportan usualmente las personas, no cómo deberían comportarse, que es de lo que se trata. Es cierto que podemos encontrar cierta conexión entre justicia y felicidad, pero la segunda es, como mucho, el resultado de la primera, y no el motivo o la causa. Debemos buscar, no la felicidad, sino merecernos la felicidad. Y esto, que no está garantizado en esta vida, consiste en ser justos, sin otro interés.
Así que, en adelante, el Ministerio de Gustos queda totalmente subordinado a la Razón, y se le impedirá que la interrumpa cuando ella esté deliberando sobre qué es lo correcto, y qué debemos hacer. El Ministerio de Gustos dedicará más fondos y atención a los sentimientos de Respeto y de Satisfacción con uno mismo por comportarse correctamente y Remordimiento por hacer lo contrario.
Además, se permite a la Razón que enseñe (aunque nunca como si fuese algo demostrable o científico) que las Personas somos algo más que seres físicos y determinados. Puesto que para poder comportarse correctamente hay que ser Libre, aunque no podamos demostrar científicamente que lo somos, como tampoco podemos demostrar lo contrario, está permitido creer que somos dueños de nuestros actos, y que seremos juzgados por el Juez de todos los jueces, que no es más que la Razón Absoluta.
Se levanta la sesión.

En ese momento se encienden todas las luces de la sala, incluidas las que caen sobre la jueza y todos descubren con enorme sorpresa que la Jueza no es otra que…

lunes, 11 de abril de 2011

Volando en el vacío. Entreacto segundo. Kant IV

Dialéctica: pensar mucho en nada para querer saberlo todo

Según hemos visto, aunque no somos una tabla rasa nuestros conceptos “a priori” y nuestra sensibilidad espacio-temporal son puras formas vacías, y sólo funcionan si reciben una “influencia” externa, que proporcione la materia u ocasión del conocimiento.

Usando la metáfora del ordenador, nuestro disco duro contiene programas en sí mismo, pero estos programas no funcionan sin que llegue información externa al ordenador (lo inadecuado de la metáfora es que en nosotros el propio espacio y tiempo son parte del programa, así que lo que hay fuera ¡no puede ser físico!).

Pero la razón humana no se conforma con los fenómenos naturales, sino que intenta unificar todo nuestro conocimiento y remontarse al principio y por qué de Todo. En ese viaje la Razón abandona la compañía de la experiencia, y cree que, usando sólo conceptos, puede saber algo de las cosas en sí mismas (noumena), más allá de cómo se presentan a nuestra sensibilidad, es decir, más allá de los fenómenos (como ave, dice Kant, que creyese que puede volar mejor en el vacío).

En esto consiste la Metafísica, que afirma que Yo soy una sustancia inmaterial (Alma), que actúo libremente en el mundo (Libertad) y que tiene que existir un ser absolutamente perfecto que sea el fundamento de todo (Dios).
Pero, según Kant, este salto es mortal (y no inmortal, como cree el metafísico), porque sin la ayuda de la experiencia, la Razón no puede darle ningún contenido a sus Ideas. Entonces, aunque cree que descubre algo trascendente, lo único que hace nuestra pobre Razón pura es caer en ilusiones “trascendentales”, en razonamientos aparentes.

Estas ilusiones (Dialéctica) son de tres tipos, según la Idea de la que traten:

La ilusión del Alma (paralogismos)

La Metafísica (ese supuesto conocimiento que va más allá de los sentidos), dice “Pienso, luego existo”. Y de aquí saca que somos sustancias no materiales, inmortales, etc.

Según Kant aquí se razona incorrectamente, pues “Yo pienso” es un conocimiento puramente lógico (lógico-trascendental), que significa que todo juicio presupone una unidad formal del Sujeto que juzga. En cambio “yo soy una sustancia pensante” toma la palabra Yo en un sentido sustancial o real, no simplemente lógico. Pero ¿qué podemos saber nosotros de una sustancia así? La sustancia (una de las categorías de relación) es algo que permanece a través de los cambios, y sólo de los cuerpos que cambian de cualidad podemos entenderla nosotros: no podemos hacernos ninguna idea de una sustancia sin cambios. Así que la Metafísica no demuestra que existe el Alma (ni que es inmortal ni todo lo demás, claro está).

La ilusión de Todo (las antinomias)

Cuando buscamos las causas no de este o aquel suceso, sino de todo el universo, creemos que podemos preguntarnos y contestarnos cosas como de dónde surgió el mundo, si es finito o infinito, o si en él existen causas libres (las propias de las personas) y no todo ocurre ciegamente.
Pero la Razón pura no logra demostrar nada de esto, porque puede demostrarse a la vez tanto una cosa como su contraria (antinomia).

Por ejemplo ¿tuvo el Universo un principio en el tiempo, o tiene un límite en el espacio?
-Sí, porque si no iríamos al infinito, y un infinito no puede existir.
-No, porque si tiene límites estará limitado por la nada.

La más importante de estas antinomias es la referida a la Libertad. Puede demostrarse que existe y que no existe libertad en el mundo.
-¿Quieres demostrar que no existe? Date cuenta de que todo sigue unas leyes matemáticas (aunque sean las del azar), y aquí no hay sitio para la libertad: ciencia natural y libertad son incompatibles. Si yo pudiera cambiar el curso de las cosas, la ciencia se iría al garete.
-¿Quieres demostrar que sí existe la libertad? Date cuenta de que si todo estuviese determinado, debería estar determinado que todo está determinado, y así caerías en un proceso infinito de causas determinadas: no todo puede estar determinado, algo ha tenido que ocurrir espontáneamente: el propio principio de todas las causas.

La ilusión del Ser Perfecto (el Ideal)

La razón busca, por último, un ser que contenga todas las perfecciones, una sustancia que no sea contingente sino Necesaria. Los argumentos a favor de la existencia de Dios son tres, según Kant:
-Que el mundo es bello y ordenado (físico-teológico)
-Que el mundo tiene que tener una causa (Cosmológico)
-Que el concepto de perfección implica la existencia (Argumento ontológico, el que dio san Anselmo)
Pero los dos primeros reposan en el último, porque si no suponemos como causa primera un ser perfecto siempre nos preguntaremos de dónde salió un ser no completamente perfecto.
Pero el concepto de Ser Perfecto es un simple Ideal de la razón, es decir, un individuo que la razón supone sólo para encontrar reposo en su búsqueda de unidad perfecta. En verdad no podemos demostrar que exista, porque “existir” no es una propiedad, no añade nada al conjunto de características de una cosa (como creían los racionalistas, partidarios del argumento ontológico); existir es una simple “modalidad del juicio” (como la posibilidad o la necesidad), por la cual sólo señalo que aquello de lo que hablo se me está dando. Pero a mí las únicas cosas que se me están “dando” son las de la sensibilidad, y aquí no voy a encontrar un ser perfecto, lo puedo dar por seguro.

Agnosticismo contra ateísmo

Cualquiera diría que (si tiene razón en sus argumentos) Kant ha arrasado con el más allá de las religiones y los filósofos antiguos…
Él, en cambio, piensa que este resultado no es tan malo como podría parecer para los intereses de la fe. Para empezar, dice, nos hemos cargado al ateísmo, porque si bien no podemos demostrar que existen el alma, la libertad o Dios, tampoco podemos demostrar lo contrario. La única respuesta del científico ante esos asuntos debe ser: “no puedo decir nada sobre eso”.
Ahora bien, diría el ateo: “¿Para qué vamos a suponer causas que no nos ayudan a explicar nada? Si puedo explicarlo todo sin almas, dioses ni libertades, olvidémonos de esos seres como hicimos con Zeus o Poseidón”.
Cierto, siempre y cuando no haya otro terreno de la vida humana donde creer en esos seres inteligibles (Dios, Alma y Libertad) sea más coherente que no creer en ellos.
¿Hay algo así?
Kant cree que lo hay: la moral. Lo que ha hecho la Crítica de la Razón pura ha sido quitar de las manos del Conocimiento todo lo relacionado con lo inmaterial. Pero es que el Conocimiento trata de cosas que, en sí mismas, no tienen ningún valor.
El valor de las cosas no viene del conocimiento, sino de la voluntad. Eso queda para el otro uso de la Razón, el uso práctico o moral.

¿Te parece que los argumentos de Kant acaban con la Metafísica?

jueves, 7 de abril de 2011

Dónde está la forma de las cosas. Entreacto. (Kant III)

El problema del conocimiento (científico)

Compara los siguiente tipos de juicios (que según Kant son todos -¡tantos!- los que hay):


A) “Hay una pelota en el armario”, “estoy casado”
B) “Una pelota siempre ocupa lugar”; “Ningún casado está soltero”
C) “La pelota es la forma de meter más volumen en menos superficie”; “Los casados son más felices que los soleteros”

¿Cómo puede saberse que un juicio de cada tipo es verdadero o falso?

-Para los del tipo A hay que esperar a que ocurran, son juicios a posteriori. Y al aprenderlos aprendemos algo que no sabíamos ni podíamos saber sin verlo (son Sintéticos.)
-Para los del tipo B no hace falta ninguna experiencia, son a priori; además, son verdaderos “por lógica” o, como se dice también, “por definición” (analíticos) Pero, según Kant, no nos dicen gran cosa, o, mejor dicho, no nos dicen nada nuevo, sino lo que “estaba ya contenido, aunque fuese de manera oculta, en el sujeto”.

-Pero ¿y los del tipo C? Estos tampoco hay que esperar a que ocurran, porque son leyes científicas (de la matemática, de la física, de la psicología…). Son, pues, a priori. Sin embargo, no podrían adivinarse (cree Kant) sólo con mirar o analizar el sujeto. Nos informan de algo nuevo, son sintéticos.

Podríamos decir que, según los Empiristas, todo nuestro comienzo sobre la realidad procede de los juicios de tipo A, de los sintéticos a posteriori.
Los del tipo B son sólo afirmaciones vacías (tautologías).
Los del tipo C no son otro tipo, no son más que generalizaciones inductivas de los del tipo A, o sea, de varias observaciones semejantes.

Un Racionalista, en cambio, es quien piensa que nuestro mejor o incluso único conocimiento es el del tipo B, que consiste en analizar el sujeto hasta encontrar allí todas sus propiedades. Los del tipo C serían simples deducciones a partir de los principales juicios del tipo B.

Kant, en desacuerdo con los dos, cree que los únicos juicios interesantes para la ciencia son los del tipo C, los sintéticos a priori, porque nos informan de características universales y necesarias de la realidad (dan leyes de la Naturaleza), y sin necesidad de experimentarla de forma concreta, sino a priori.

Pero ¿cómo puede ser que hagamos juicios así, que nos informen sobre el mundo antes de la experiencia?
Esta es la gran pregunta, y su respuesta es, cree Kant, muy original:

La solución

Sólo hay una explicación posible: ESAS CARACTERÍSTICAS A PRIORI ESTÁN EN NOSOTROS MISMOS, NO EN LAS PROPIAS COSAS,

porque
-si estuviesen en ellas (en las cosas), tendría razón el empirista: nada sabríamos con una certeza absoluta hasta que haya ocurrido.
Por tanto, tienen razón los racionalistas cuando dicen que no sacamos todo de la experiencia: parte de las cosas (todo lo universal, la forma de la realidad) la ponemos nosotros,

pero
-si estuviese todo en nosotros, como ideas innatas, ya lo sabríamos todo.
Se equivocan, pues, los racionalistas, creyendo que podemos prescindir de la experiencia, porque sin ella no sabemos nada: nuestras formas de ver la realidad no se ponen en funcionamiento hasta que no les llega una influencia de las Cosas en sí mismas.

Así que:
"si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no todo él procede de la experiencia"

Una "parte" o aspecto de todo conocimiento lo ponemos nosotros.

Y ¿Qué es lo que ponemos nosotros en nuestro conocimiento?
Muy fácil: todo lo que sabemos con total seguridad. Según Kant esto afecta a los dos lados o aspectos de nuestro conocimiento, la sensibilidad y el entendimiento.

Nuestra forma de ver y entender las cosas

La sensibilidad.

La sensibilidad (o "intuición") es la parte de nosotros que está más cerca de las Cosas en sí. Pero ya las "manipula" al recibirlas.
Percibimos todas las cosas en el espacio y en el tiempo. ¿Dónde está el espacio, cuándo está el tiempo? ¿Son el espacio y el tiempo características de las cosas en sí mismas? Eso hemos creído siempre (bueno, Platón no lo creyó). Pero, según Kant, eso no puede ser, porque sabemos a priori qué características tienen el tiempo y el espacio.
Las ciencias que estudian esas cosas son las dos ramas de la Matemática, la Aritmética (que estudia el tiempo, la sucesión) y la Geometría (el espacio), y nadie duda de que 2+2 = 4 siempre y en todas partes. ¿Cómo podemos saberlo? Porque va con nosotros, es nuestro “programa” de recepción de datos (por usar una metáfora informática).


El entendimiento

No sólo de la experiencia vive el conocimiento, hacen falta conceptos para entenderla:
INTUICIONES SIN CONCEPTOS, SON CIEGAS; CONCEPTOS SIN INTUICIONES, ESTÁN VACÍOS.

Hay una serie de conceptos muy generales (doce, según Kant), llamadas CATEGORÍAS, que son la forma de nuestro intelecto, algo así como nuestro programa básico.
Son conceptos tales como Unidad, Pluralidad, Realidad, Negación, Causa y Efecto, Sustancia, Existencia, Necesidad, Posibilidad…, sin los cuales no podríamos pensar nada. Tampoco ellos son características de las Cosas en sí mismas, sino de nuestra única manera posible de comprenderlas. Por eso sabemos que “todo efecto tendrá una causa”, o que “todas las propiedades se dan en alguna sustancia”, por ejemplo.




Las cosas en sí y las cosas según las "vemos"

Todo lo anterior quiere decir, insistamos, que nosotros NO CONOCEMOS A NINGUNA COSA COMO ES EN SÍ MISMA (noúmeno, lo llama Kant, o sea, “sólo pensable”), SINO SEGÚN NUESTRA FORMA A PRIORI DE ENTENDER (las conocemos como fenómenos, manifestaciones). Las cosas no son en sí espaciales, ni temporales; no son en sí unas ni múltiples, sustancias ni accidentes, causas ni efectos... No podemos saber nada de cómo son, sino sólo de cómo las pensamos nosotros.

Eso sí: sabemos que existen, porque algo tiene que venir de fuera y poner en marcha nuestro aparato del conocimiento (tal como un ordenador no procesa datos según su programa si no le llega una influencia externa).

Todo esto no significa que nuestro conocimiento sea “subjetivo” en el sentido de que tú puedes verlas de una forma y yo de otra (lo que llevaría al relativismo y acabaría con la ciencia), porque la Forma del Sujeto (la sensibilidad espacio-temporal y el entendimiento de las categorías) son las mismas en todo sujeto racional humano.

Kant llama a su teoría IDEALISMO TRASCENDENTAL: concebimos las cosas de acuerdo con la forma en que estamos hechos para concebirlas, no como son en sí. Y lo compara con un "giro copernicano", es decir, un cambio de referencia que nos ayuda a explicar lo que no podíamos entender poniendo el punto de referencia en las cosas mismas.

¿Soluciona esto el problema del Conocimiento Científico, es decir, el que nos creamos en posesión de verdades universales y necesarias acerca de la Naturaleza? ¿Qué podría replicar un Empirista? ¿Y un racionalista?

Juicio a la Razón, primera parte (Kant II)

Hay cierta expectación a las puertas del juzgado. Hoy comienza el juicio contra un personaje muy respetado e ilustre, en quien muchos habían depositado una gran confianza, y algunos, incluso, todos sus ahorros espirituales. Se llama Razón Humana.

El fiscal presenta cargos graves contra ella: en pocas palabras, la acusa de haber invadido funciones que no le corresponden, y haber ejercido de monarca absoluta, imponiendo su autoridad sobre la Ciencia y la Moral. El juicio se celebra en la sede de los Juzgados Trascendentales, en la pequeña ciudad de Köninsberg.
La jueza, a la que no se puede ver la cara porque está en penumbra, lee los cargos que se presentan contra la acusada:


-Señora Doña Razón Humana, funcionaria consejera principal del Estado, se le acusa de haberse extralimitado en sus funciones y haber ejercido una influencia despótica e injustificada sobre los otros funcionarios, tanto en el Ministerio del Conocimiento como en el Ministerio de Decisiones, Deseos y Buenas Obras. Dividiremos este juicio en dos sesiones: trataremos primero de sus presuntos delitos en el Ministerio del Conocimiento. ¿Tiene la acusada algo que declarar al respecto?
Razón.- Toda mi vida llevo trabajando por el ser humano, intentando iluminarle y hacerle libre de la ignorancia, su peor enemigo. Yo he buscado el sentido de su vida y de sus actos. Eso es todo lo que tengo que decir.
Jueza.- Pueden interrogarla el fiscal y la defensa.


(la Razón y la Ciencia)

Fiscal.- Señora razón, ¿no es cierto que usted afirma que conoce la auténtica realidad de las cosas, y muestra a menudo desprecio por lo que hace la señora Ciencia, de la cual usted debía ser consejera?
Razón.- La ciencia sin mí no es nada, es más: no es nada, aparte de mí. Yo se lo doy todo.
Fiscal.- Y ¿cómo explica usted que, mientras ha durado su despótico dominio, no hayamos avanzado ni un palmo, y que ni su propio hijo, la Metafísica, el que dio a luz siendo usted aún virgen, no se ponga de acuerdo ni consigo mismo? ¿Y, en cambio, desde que la Ciencia se ha decidido a sacudirse su yugo, hemos hecho más progresos que en toda la historia?
Razón.- Los temas que yo trato a solas son muy difíciles y principales; la ciencia sólo avanza en cosas minúsculas, relacionadas con la tecnología.

Fiscal.- Señoría, quisiera llamar a declarar a doña Ciencia.
Jueza.- Que entre doña Ciencia.

(Entra y jura decir la verdad)

Fiscal.- Señora Ciencia, ¿puede decirnos a qué se dedica?
Ciencia.- Intento conocer la Naturaleza, o sea, cómo funcionan las cosas.
Fiscal.- ¿Qué ayuda podría y debería prestarle la acusada, la Razón, en su importante labor?
Ciencia.- Bueno, ella está encargada de acompañar a los Sentidos y presentarle hipótesis generales, formas de organizar lo que aprendemos.
Fiscal.- ¿Ha estorbado alguna vez la señora Razón su trabajo?
Ciencia.- Lo cierto es que a veces se pone a hacer afirmaciones gratuitas, pretendiendo decirme cómo son las cosas sin atenerse a los datos ni probarlo experimentalmente. Normalmente lo único que hace cuando se pone en ese plan es distraerme, pero a veces, cuando se junta con la directora de la Asociación de Esperanzas Infinitas, me refiero a doña Teología, llegan a intentar impedirme mi trabajo. Dicen que yo ataco todo lo que nuestros antepasados nos habían mandado creer.
Fiscal.- Muchas gracias.

(Se sienta. Interroga la Defensa de la Razón)

Defensa.- ¿No es cierto, señora Ciencia, que lo que usted llama "conocer el mundo" se limita a observar las apariencias, y medirlas y pesarlas?
Ciencia.- Observo lo que veo, claro.
Defensa.- Lo que ve con sus ojos, ¿verdad? Y ¿no es verdad que usted no es siquiera capaz de distinguir si lo que ve es una ilusión o la verdad?
Ciencia.- ¡Eso me dice a veces la Razón! Pero ¿¡qué sé yo de eso!? Distinguir sueño de realidad lo sabe hacer cualquiera. Yo, por lo menos, digo que acerca de si las cosas son o no como podamos verlas, no tengo nada que decir. Sólo quiero que no se metan en mi trabajo.
Defensa.- ¿No es verdad, doña Ciencia, que la razón va, ella sola, descubriendo la matemática, y que sin ella usted no podría dar un paso?
Ciencia.- Ahí sí me es de gran utilidad la acusada. Para mí la matemática es, por decirlo así, mi lenguaje. O, mejor aún, las reglas de mi lenguaje. Pero el contenido de las palabras tengo que sacarlo del mundo mismo, no de la Razón. Eso es lo que ella se empeña en no reconocer.
Defensa.- Y ¿qué tiene usted que decirnos sobre el sentido de la vida humana, sobre nuestro destino y todo eso?
Ciencia.- Nada de nada. Yo sólo hablo de lo que sé.
Defensa.- Y ¿por qué niega usted que la Razón nos pueda decir algo al respecto?
Ciencia.- Creo que me está usted confundiendo con el fiscal: yo no digo que ella no tenga nada que decir, lo que digo es que ella no es Ciencia, no se atiene a lo comprobable. Sólo pido que respete mi trabajo.
Defensa.- Muchas gracias.


(La Metafísica: dialéctica de la razón)

Fiscal.- Señoría, quisiera llamar a declarar a don Hilemorfinez el Metafísico, el hijo de doña Razón Pura, porque lo tuvo siendo ella aún virgen.

(Entra en la sala el Metafísico, un personaje estrafalario que lleva una cara de frente y otra en la nuca, como si fuesen dos hermanos siameses pegados por la espalda. Jura decir la verdad).

Fiscal.- ¿A qué se dedica usted?
Hilemorfinez de frente.- Soy metafísico, de nacimiento. Me dedico a investigar lo más importante, lo que no puede verse con los ojos, sino sólo con la mente pura.
Fiscal.- ¿De dónde saca usted todo su presunto conocimiento?
Hilemorfinez.- Lo heredé de mi madre. Si tengo alguna duda, le pregunto a ella, que guarda todos los recuerdos en el cajón de la cómoda.
La espalda de Hilemorfez.- ¡Tú no sabes nada de nada! ¡Eres un ignorante engreido!
Hilemorfinez.- No le hagan caso, es mi espalda, una maldita sombra que se llama Materialismo, una tara de nacimiento. ¡Señor, qué habré hecho para merecer esto!

Fiscal.- Señora jueza, quiero demostrarle que todo lo que dice este hombre son puras ilusiones, y que ni él se pone de acuerdo consigo mismo.
Jueza.- Proceda.
Fiscal.- Veamos: Usted afirma que los humanos somos almas inmortales, seres inmateriales, ¿no es así?
Hilemorfinez.- Lo afirmo rotundamente. Si pienso, existo. Y como puedo separar la idea de pensamiento de la de cuerpo, sé que el pensamiento es algo independiente. Además es inmortal, puesto que sabe cosas eternas, como los números.
Hilemorfinez-espalda.- ¡Qué estupidez! Tú no has visto nunca un alma, ni la verás. Lo único que sabes es que piensas, pero eso lo hace tu cerebro. Estás más vacío que mis bolsillos.

Fiscal.- Veamos otro ejemplo: ¿dice usted que somos libres en nuestros actos?
Hilemorfinez.- Por supuesto (si no ¿cómo podríamos ser juzgados y culpados?). Tiene que haber una causa libre, no todo puede estar determinado, porque así iríamos al infinito…
Hilemorfinez-espalda.- ¡Tonterías! No hay nada libre: todo está hecho de átomos, incluido tu cerebro, y los átomos se mueven según leyes que nadie puede cambiar. Hasta si fuese cierto que pasan cosas por azar, eso no sería nada parecido a la libertad.

Fiscal.- Última prueba, señoría: Afirma usted, Hilemorfinez, que existe una Persona Infinitamente Perfecta y Todopoderosa…
Hilemorfinez.- Por supuesto: su existencia se deduce de su esencia, o sea de la idea de Perfección.
Hilemorfinez-espalda.- ¡Lo que se deduce es la inexistencia de tu cerebro! ¿Cómo vas a sacar una cosa de sólo una idea? Decir que algo existe no es decir nada, si no dices dónde está y cómo comprobarlo (Se ponen a discutir sin parar).
Fiscal.- No tengo más preguntas. Creo, señoría, que es evidente que no hay cosa en la que éste, el niño mimado de la acusada, esté de acuerdo consigo mismo. Lleva así desde que nació, y no hay visos de que vaya a mejorar. Sinceramente, señoría, creo que necesita atención médica. Y su estado es fruto de la procreación virginal de la acusada, que quiso tener hijos sin comercio carnal.

Jueza.- Tiene la palabra la defensa.

Defensa.- Señor Hilemorfinez, ¿a qué atribuye usted esas desavenencias entre su rostro y su espalda?
Hilemorfinez.- A que mi tarea es muy difícil, y este engendro que me cuelga de nacimiento, el Materialismo, es difícil de reducir. Pero estoy tomando medicaciones que ha elaborado mi madre, muy potentes en racionalina y analiticoides, y creo que pronto estaré bien.
La espalda de Hilemorfinez.- ¡Ni te creas que te vas a deshacer de mí, loco! ¡Algún día serás tú el que esté en el museo de momias!

(Hilemorfinez se pone a discutir con su espalda sin parar; tienen que desalojarlo de la sala. Fiscal y Defensa presentan sus conclusiones).

Fiscal.- Creo que ha quedado demostrado que la acusada no sabe nada de lo que dice saber por sí sola, y ha invadido funciones que no le corresponden, con premeditación y usando de la mentira. Con ello ha impedido o retrasado el progreso de la Humanidad, estorbando el trabajo de la Ciencia, a la que debía servir. Pido que se le quiten todos los poderes que ha ido acumulando, que se le ordene no acercarse jamás a la Teología y que su hijo, Hilemorfinez, sea recluido en un sanatorio, donde reciba la atención necesaria.

Defensa.- Señoría, es evidente que los cargos que se le imputan a mi defendida son injustos y proceden de la soberbia de ciertos revolucionarios modernos, adoradores de la Ciencia, que no quieren reconocer a nadie por encima de ellos, aunque sea a su propia madre, la Razón. Pido que no sólo se la absuelva de los cargos, sino que se le reconozca oficial y definitivamente su lugar principal en nuestro Estado.

(La jueza se ausenta un momento, y vuelve para dictar sentencia:)

Fallo de la Jueza.- Oídas a las partes, fallamos lo siguiente: Encontramos a la acusada, culpable de haberse extralimitado en sus funciones para el Ministerio de Conocimiento. Ha quedado en evidencia que ella no posee ningún conocimiento concreto, sino que se limita a ser pura forma, que necesita la información de los sentidos. Es verdad que ella ha elaborado nuestra mejor herramienta de conocimiento, la matemática, pero lo ha hecho porque, sin confesarlo y hasta sin saberlo ella misma, conocía las características generales de nuestro campo de los sentidos, ya que la forma de la experiencia, que es el espacio y el tiempo, la ponemos nosotros a priori, no son características de las cosas en sí mismas, de las cuales no podemos saber nada. Es verdad que la Ciencia no estudia más que los fenómenos, pero para nosotros, seres limitados, no hay más conocimiento que ese.

En cuanto a los demás conceptos racionales, tales como Unidad, Sustancia, Causa y similares, de los que presume la Razón, ha quedado probado que sólo tienen utilidad si son usados por la señora Ciencia.
En lo sucesivo, pues, la Razón permanecerá alejada para siempre de la Teología, y se limitará a prestar sus servicios a la Ciencia, y, como mucho, presentarle ideas muy generales (ideales regulativos) por si le sirven de pista a la Ciencia para seguir investigando las leyes más generales posibles sobre el mundo.
Pero como sabemos que es inevitable que la Razón caiga nuevamente en su error, porque por naturaleza y bienintencionadamente ella siempre busca la mayor unidad posible, la condenamos únicamente a que relea esta sentencia cada mañana antes de desayunar.
En cuanto a su hijo el Metafísico, sugerimos que sea tratado médicamente, hasta eliminar su doble personalidad, y se le emplee luego como mensajero de conceptos muy generales entre la Razón y el departamento de Ciencias, permitiéndosele que conserve el noble nombre de metafísico.
La vista de los demás cargos se aplaza para mañana. Se levanta la sesión.

¿Estás de acuerdo con la sentencia? ¿La recurrirías? ¿Con qué argumentos?