-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

sábado, 28 de abril de 2012

Juicio a la Razón, segunda parte. La "razón práctica", en Kant

Hoy se reanuda en Köninsberg el trascendental juicio a la Razón Humana. Como recordarán, en la primera parte no salió bien parada: se la consideró culpable de pretender saber lo que no puede saber. ¿Qué pasará hoy? La jueza empieza recordándole los cargos:


Jueza.- Señora Razón, se le acusa de invadir, también en la moral, el terreno que no le pertenece, y pretender decirnos a todos qué está bien y qué está mal, sin atender a lo que dice el Ministerio de Gustos y Felicidades. ¿Tiene usted algo que declarar?
Razón.- No tengo nada que decir. Ni siquiera reconozco legitimidad a este juicio. Nadie más que yo puede juzgar, a los demás y a mí misma.
Jueza.- Que se siga el proceso. Tiene la palabra el fiscal.

Fiscal.- Señoría, creo que ha quedado clara la arrogancia de la acusada. Es fácil demostrar que, exactamente igual que ocurría con el Ministerio de Conocimiento, la señora Razón, ha usurpado o, mejor dicho, intentado usurpar (porque no ha conseguido nada, a decir verdad) funciones que no le corresponden. Ha pretendido convertirse en monarca absoluta, ella que no es más que una consejera.
Querría llamar a declarar como testigo a don Sentido Común.
Jueza.- Que entre.
(entra un hombrecillo un poco tosco de andares. Jura decir la verdad)

Fiscal.- Don Sentido-Común, díganos: ¿Cuál es su cometido?
Sentido-Común.- ¿Cómo dice?
Fiscal.- Quiero decir qué busca usted…
Sentido-Común.- ¡Ah! Mi reloj, el de la pulsera negra.
Fiscal.- No, me refiero a qué busca usted en la vida. ¿No es verdad que usted busca, al fin y al cabo, la Felicidad?
Sentido-Común.- ¡Claro que sí! ¡Casi más que el reloj!
Fiscal.- ¿Reconoce usted a la acusada?
Sentido-Común.- La veo borrosa (es que ando un poco miope ¿sabe usted…? Los años…)
Fiscal.- No se preocupe. ¿No le han estorbado a usted ella o alguno de sus descendientes, los llamados “sabios”, en su difícil tarea de buscarse la vida?
Sentido-Común.- Hombre, un poco sí, pero no les hago mucho caso ¿sabe usted? A veces ni les entiendo cuando hablan (¡son gente muy leída!).
Fiscal.- Y ¿cómo puede usted apañárselas sin ella?
Sentido-Común.- Yo, como mi madre y mi padre, y mi abuelo y abuela y toda la familia, sé muy bien lo que ando buscando… el reloj ¿Lo ha visto usted?
Fiscal (algo nervioso).- No, querido amigo. No tengo más preguntas, señoría.

Jueza.- Tiene su turno la defensa.

Defensa.- Veamos, le voy a preguntar a usted cosas para las que no hace falta saber leer, ni tener vista de lince. Díganos, don Sentido-Común, ¿cree ustedes que todos somos iguales?
Sentido-Común.- ¿Iguales en qué, en lo ancho o en lo romo?
Defensa.- En derecho.
Sentido-Común.- No crea usted, señor, que veo a unos más torcidos que a otros.
Defensa.- (un poco impaciente) ¡Vamos a ver! ¿Qué pasa si le doy ahora un poco de dinero, así sin más, a todos los que hay en esta sala, menos a usted?
Sentido-Común.- Que le parto la silla en la espalda, como diría mi abuelo… perdóneme la palabra…
Defensa.- Y ¿por qué?
Sentido-Común.- Porque eso no está bien, no me diga usted…
Defensa.- ¿Y si le doy a usted sólo, y no a los demás?
Sentido-Común.- Hombre..., tampoco está bien… sobre todo así, a las claras.
Defensa.- ¿No cree usted que “no hay que hacer a los demás lo que no quieres que te hagan”?
Sentido-Común.- Eso está muy bien dicho. Por eso a mi no se pasa por las mientes esconderle el reloj a nadie, ¡cagoendiez! (¡perdone, mi señoría!).

Fiscal.- Señoría, con la venia, me gustaría preguntar de nuevo al testigo.
Jueza.- Pregunte. Luego tendrá su turno la defensa.
Fiscal.- Señor Sentido-Común, ¿no cree usted que eso de que no hay que hacer lo que no quieres que te hagan se explica porque no queremos que nos den palos y sí caricias? Quiero decir que sabemos que a todos nos conviene ayudarnos, y para eso tenemos que tratarnos con la mayor igualdad…
Sentido-Común.- ¿¡Qué se yo de esas filosofías!? Me vuelven ustedes loco. ¿Me puedo ir, señora jueza?
Jueza.- No, mientras la defensa quiera preguntarle algo.
Defensa.- Por mí puede marcharse. (El Sentido-Común se va, visiblemente incómodo).

Fiscal.- Querría llamar a declarar al Político.
Jueza.- Que entre.

(entra con gesto orgulloso y saludando. Promete decir la verdad).

Fiscal.- Señor Político, ¿no es usted el encargado de dirigir el Estado?
Político.- Así es. Puedo asegurarles que en todo momento, en el desempeño de nuestra gran responsabilidad, hemos cumplido con la mayor…
Jueza.- ¡Vale! ¡Vale! Deje su verborrea, por favor, y limítese a contestar las preguntas.
Político.- Sí, señoría, si yo no he dicho otra cosa: ha sido la oposición que…
Jueza.- (golpeando) ¡Silencio, o le hago salir!
Fiscal.- Dígame, ¿qué misión tiene usted, a cargo del estado?
Político.- ¿A parte de perpetuarme? ¡Ah! ¡Sí! Conseguir el bienestar de todos, incluidos (¡fíjese bien, señoría!) incluidos aquellos que no me han votado.
Fiscal.- Y ¿qué función debe cumplir en tan noble labor la acusada?
Político.- ¿Ella? Sí, bueno… es de la mayor ayuda. Es experta en todo.
Fiscal.- Pero ¿debe ella tomar las decisiones últimas?
Político.- ¡En absoluto! Para eso ya estoy yo. Aunque la escucho, al final yo hago… lo que me da la gana… Quiero decir, conseguir el mayor bienestar para la mayoría, claro.
Fiscal.- Gracias. No tengo más preguntas.

Defensa.- Señor político. ¿Ve bien usted los sobornos?
Político.- ¿¡Qué dice usted!?
Fiscal.- Protesto, señoría, se está prejuzgando…
Jueza.- No se admite, la defensa está haciendo una pregunta. Conteste.
Político.- No, no los veo bien, claro, y puedo prometerles que…
Defensa.- (interrumpiéndole) ¿Por qué no los ve bien?
Político.- Porque… son injustos: no benefician a nadie.
Defensa.- ¿Y si beneficiasen a sus votantes, que son la mayoría, o incluso a los que no le han votado? ¿Mentiría usted para beneficiar a la mayoría o a todos?
Político.- ¡Claro que no mentiría!
Alguien-entre-el-público.- ¡Está mintiendo!
Jueza.- ¡Silencio! Abandone la sala. ¿Tiene más preguntas el ministerio de la defensa?
Defensa.- No, señoría.

Fiscal.- Señoría, querría citar al perito, el psicólogo don Tiempos-que-corren.
Jueza.- Que entre.

(entra, con cara de persona profunda superficialmente)
Fiscal.- Señor Psicólogo don Tiempos-que-corren, ¿estudia usted la conducta humana?
Psicólogo.- Así es.
Fiscal.- ¿Puede decirnos cómo funciona el asunto de la toma de decisiones? ¿Puede la Razón, ella sola, movernos a actuar?
Psicólogo.- No. La razón puede afirmar cuantas cosas quiera, pero el deseo se mueve sólo para obtener un placer o huir de un dolor.
Fiscal.- ¿Qué papel dice usted que debería cumplir, entonces, la acusada?
Psicólogo.- Debería limitarse a informar de cómo funciona el mundo, para que el deseo elija con conocimiento de los medios. Nada más.
Fiscal.- Gracias. No hay más preguntas.

Defensa.- Señor psicólogo, ¿cómo, según usted dice, pueden los sentimientos mover a la voluntad, y no puede hacerlo la razón?
Psicólogo.- Porque nadie puede romper la conexión entre un sentimiento y una decisión. Siempre que alguien toma una decisión, podemos encontrar un placer como motivo.
Defensa.- ¿Qué motivo hay para decir la verdad cuando perjudica, cosa que hacen algunos, aunque sean pocos?
Psicólogo.- El sentimiento de estar a gusto con uno mismo, o el de evitar sentirse a disgusto con uno mismo.
Defensa.- Y ¿por qué se siente uno a disgusto con uno mismo cuando miente?
Psicólogo.- Es un hecho, psicológico. Quizás la naturaleza nos haya diseñado así para ser seres sociales.
Defensa.- Y ¿sabe eso uno, cuando decide no mentir?
Psicólogo.- No, claro, eso es subconsciente…
Defensa.- ¡Ah! ¿subconsciente..! ¿No es cierto, don Tiempos-que-corren que no es usted el único representante de su (llamémosla así) “ciencia”, y que hay psicólogos que no piensan como usted?
Psicólogo.- Una minoría.
Defensa.- Y ¿es cuestión de mayorías, esto de la ciencia suya? ¿Puede usted afirmar que sus teorías son fiables?
Fiscal.- Protesto, señoría: la defensa pone en tela de juicio la honorabilidad del perito.
Jueza.- La defensa resalta un hecho relevante para el procedimiento. Siga.
Defensa.- No tengo más preguntas.

Jueza.- ¿Hay algún testigo más?
Defensa.- Llamo a declarar al señor Santo-Sabio.
Jueza.- Que entre.

Santo-sabio (entrando con paso seguro y sereno).- ¡Kalimera!
Defensa.- Perdonen su forma de hablar, es que es griego. Sólo les ha saludado.
Jueza.- Interróguele.
Defensa.- ¿Por qué le consideran a usted un sabio?
Sabio.- Porque soy siempre dikaios, quiero decir, justo, sin temer los daños ni alegrarme con los hedonai.
Defensa.- Los placeres, quiere decir. Y ¿Puede usted hacer eso? Cuéntenos en qué consiste.
Sabio.- Simplemente escucho en todo cronos a mi Logos, perdón, quiero decir a mi razón, que es tauta… o sea, la misma que la suya y la de todos. Me costó mucho ejercicio controlar a mis deseos, pero ahora soy eleuterio, perdón, quiero decir libre, y me limito a seguir la fisis, o sea, la naturaleza, que es la virtud, perdón, quiero decir la areté.
Defensa.- Gracias. No hay más preguntas.

Fiscal.- Señor santo-sabio, ¿puede hacer usted el esfuerzo de hablar como las personas normales y decirnos por qué cree usted que es bueno lo que hace?
Santo-sabio.- Por sí mismo.
Fiscal.- ¿Y para usted la felicidad no es nada?
Santo-sabio.- ¿La eudemonía?, sí, claro, lo es todo, pero sólo el sabio es feliz.
Fiscal.- Señoría, quiero que conste que ha dicho que el motivo por el que este sabio hace todo lo que hace, es por conseguir la felicidad.
Sabio-santo.- Eso lo ha dicho usted, o más bien su agnoia, quiero decir, su ignorancia.
Jueza.- ¿Hay más preguntas?
Fiscal y defensa.- No, señoría.

Juega.- Emitan sus conclusiones.
Fiscal.- Creo, señoría, que ha quedado probado que la Razón es, y no puede ni debe dejar de ser, la esclava de las Pasiones. En cambio, ella y sus cachorros, los autodenominados sabios, aunque ni siquiera hablan una lengua viva y moderna, no dejan de ridiculizar a los Sentimientos y desprestigiar su función de monarcas y guías de la vida humana. Pedimos, por ello, que sea condenada a perpetuo silencio en todo lo que se refiere a este asunto, y que, como indemnización, pague con cien años de trabajos para el ministerio de Gustos, y busque argumentos para honrarlo hasta que compense el daño provocado.
Jueza.- Tiene la palabra la Defensa.
Razón.- Señoría, renuncio a mi defensa. La agradezco al abogado cuanto ha hecho, pero considero indigno tener que defenderme.
Jueza.- Como usted quiera. En breve emitiremos sentencia.

(Después de un rato ausente, la jueza entra en la sala, ocupa su lugar a oscuras, y hace pública la Sentencia:)

Jueza.- Oídas las partes, fallamos lo siguiente:
Consideramos a la acusada inocente del cargo que se le imputa, o sea, de haber invadido terrenos de la moral que no le corresponden.
El ministerio de Gustos ni puede ni debe determinar qué es correcto, justo y, en una palabra, bueno. ¿Qué pasaría si nosotros mismos, los jueces, por ejemplo, nos dejásemos llevar por nuestros gustos, por muy altruistas que estos fuesen? Hasta el más simple sentido común reconoce, si no se le manipula, que eso sería injusto. La justicia no puede negociarse, y sólo puede ser determinada por la Razón, que nos dice, a todos, como una orden incondicional o Imperativo Categórico, que toda persona (es decir, todo aquel ser que es dueño de sus actos y, por tanto, responsable) es Libre e Igual ante la Justicia, y que bajo ningún concepto se puede vender la justicia por conseguir beneficios, aunque sean los de los votantes. Nuestra sociedad sería indigna de sobrevivir si no hiciese caso exclusivamente a la Razón.
El perito psicólogo, en caso de que lleve razón en su teoría (que nos ha parecido más que dudosa y no representativa necesariamente de su ciencia), sólo prueba cómo se comportan usualmente las personas, no cómo deberían comportarse, que es de lo que se trata. Es cierto que podemos encontrar cierta conexión entre justicia y felicidad, pero la segunda es, como mucho, el resultado de la primera, y no el motivo o la causa. Debemos buscar, no la felicidad, sino merecernos la felicidad. Y esto, que no está garantizado en esta vida, consiste en ser justos, sin otro interés.
Así que, en adelante, el Ministerio de Gustos queda totalmente subordinado a la Razón, y se le impedirá que la interrumpa cuando ella esté deliberando sobre qué es lo correcto, y qué debemos hacer. El Ministerio de Gustos dedicará más fondos y atención a los sentimientos de Respeto y de Satisfacción con uno mismo por comportarse correctamente y Remordimiento por hacer lo contrario.
Además, se permite a la Razón que enseñe (aunque nunca como si fuese algo demostrable o científico) que las Personas somos algo más que seres físicos y determinados. Puesto que para poder comportarse correctamente hay que ser Libre, aunque no podamos demostrar científicamente que lo somos, como tampoco podemos demostrar lo contrario, está permitido creer que somos dueños de nuestros actos, y que seremos juzgados por el Juez de todos los jueces, que no es más que la Razón Absoluta.
Se levanta la sesión.

En ese momento se encienden todas las luces de la sala, incluidas las que caen sobre la jueza y todos descubren con enorme sorpresa que la Jueza no es otra que…

miércoles, 25 de abril de 2012

¿Dónde están las cosas?

El problema del conocimiento (científico)

Compara los siguiente tipos de juicios (que según Kant son todos -¡tantos!- los que hay):


A) “Hay una pelota en el armario”, “estoy casado”
B) “Una pelota siempre ocupa lugar”; “Ningún casado está soltero”
C) “La pelota es la forma de meter más volumen en menos superficie”; “Los casados son más felices que los soleteros”

¿Cómo puede saberse que un juicio de cada tipo es verdadero o falso?

-Para los del tipo A hay que esperar a que ocurran, son juicios a posteriori. Y al aprenderlos aprendemos algo que no sabíamos ni podíamos saber sin verlo (son Sintéticos.)
-Para los del tipo B no hace falta ninguna experiencia, son a priori; además, son verdaderos “por lógica” o, como se dice también, “por definición” (analíticos) Pero, según Kant, no nos dicen gran cosa, o, mejor dicho, no nos dicen nada nuevo, sino lo que “estaba ya contenido, aunque fuese de manera oculta, en el sujeto”.

-Pero ¿y los del tipo C? Estos tampoco hay que esperar a que ocurran, porque son leyes científicas (de la matemática, de la física, de la psicología…). Son, pues, a priori. Sin embargo, no podrían adivinarse (cree Kant) sólo con mirar o analizar el sujeto. Nos informan de algo nuevo, son sintéticos.

Podríamos decir que, según los Empiristas, todo nuestro comienzo sobre la realidad procede de los juicios de tipo A, de los sintéticos a posteriori.
Los del tipo B son sólo afirmaciones vacías (tautologías).
Los del tipo C no son otro tipo, no son más que generalizaciones inductivas de los del tipo A, o sea, de varias observaciones semejantes.

Un Racionalista, en cambio, es quien piensa que nuestro mejor o incluso único conocimiento es el del tipo B, que consiste en analizar el sujeto hasta encontrar allí todas sus propiedades. Los del tipo C serían simples deducciones a partir de los principales juicios del tipo B.

Kant, en desacuerdo con los dos, cree que los únicos juicios interesantes para la ciencia son los del tipo C, los sintéticos a priori, porque nos informan de características universales y necesarias de la realidad (dan leyes de la Naturaleza), y sin necesidad de experimentarla de forma concreta, sino a priori.

Pero ¿cómo puede ser que hagamos juicios así, que nos informen sobre el mundo antes de la experiencia?
Esta es la gran pregunta, y su respuesta es, cree Kant, muy original:

La solución

Sólo hay una explicación posible: ESAS CARACTERÍSTICAS A PRIORI ESTÁN EN NOSOTROS MISMOS, NO EN LAS PROPIAS COSAS,

porque
-si estuviesen en ellas (en las cosas), tendría razón el empirista: nada sabríamos con una certeza absoluta hasta que haya ocurrido.
Por tanto, tienen razón los racionalistas cuando dicen que no sacamos todo de la experiencia: parte de las cosas (todo lo universal, la forma de la realidad) la ponemos nosotros,

pero
-si estuviese todo en nosotros, como ideas innatas, ya lo sabríamos todo.
Se equivocan, pues, los racionalistas, creyendo que podemos prescindir de la experiencia, porque sin ella no sabemos nada: nuestras formas de ver la realidad no se ponen en funcionamiento hasta que no les llega una influencia de las Cosas en sí mismas.

Así que:
"si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no todo él procede de la experiencia"

Una "parte" o aspecto de todo conocimiento lo ponemos nosotros.

Y ¿Qué es lo que ponemos nosotros en nuestro conocimiento?
Muy fácil: todo lo que sabemos con total seguridad. Según Kant esto afecta a los dos lados o aspectos de nuestro conocimiento, la sensibilidad y el entendimiento.

Nuestra forma de ver y entender las cosas

La sensibilidad.

La sensibilidad (o "intuición") es la parte de nosotros que está más cerca de las Cosas en sí. Pero ya las "manipula" al recibirlas.
Percibimos todas las cosas en el espacio y en el tiempo. ¿Dónde está el espacio, cuándo está el tiempo? ¿Son el espacio y el tiempo características de las cosas en sí mismas? Eso hemos creído siempre (bueno, Platón no lo creyó). Pero, según Kant, eso no puede ser, porque sabemos a priori qué características tienen el tiempo y el espacio.
Las ciencias que estudian esas cosas son las dos ramas de la Matemática, la Aritmética (que estudia el tiempo, la sucesión) y la Geometría (el espacio), y nadie duda de que 2+2 = 4 siempre y en todas partes. ¿Cómo podemos saberlo? Porque va con nosotros, es nuestro “programa” de recepción de datos (por usar una metáfora informática).


El entendimiento

No sólo de la experiencia vive el conocimiento, hacen falta conceptos para entenderla:
INTUICIONES SIN CONCEPTOS, SON CIEGAS; CONCEPTOS SIN INTUICIONES, ESTÁN VACÍOS.

Hay una serie de conceptos muy generales (doce, según Kant), llamadas CATEGORÍAS, que son la forma de nuestro intelecto, algo así como nuestro programa básico.
Son conceptos tales como Unidad, Pluralidad, Realidad, Negación, Causa y Efecto, Sustancia, Existencia, Necesidad, Posibilidad…, sin los cuales no podríamos pensar nada. Tampoco ellos son características de las Cosas en sí mismas, sino de nuestra única manera posible de comprenderlas. Por eso sabemos que “todo efecto tendrá una causa”, o que “todas las propiedades se dan en alguna sustancia”, por ejemplo.




Las cosas en sí y las cosas según las "vemos"

Todo lo anterior quiere decir, insistamos, que nosotros NO CONOCEMOS A NINGUNA COSA COMO ES EN SÍ MISMA (noúmeno, lo llama Kant, o sea, “sólo pensable”), SINO SEGÚN NUESTRA FORMA A PRIORI DE ENTENDER (las conocemos como fenómenos, manifestaciones). Las cosas no son en sí espaciales, ni temporales; no son en sí unas ni múltiples, sustancias ni accidentes, causas ni efectos... No podemos saber nada de cómo son, sino sólo de cómo las pensamos nosotros.

Eso sí: sabemos que existen, porque algo tiene que venir de fuera y poner en marcha nuestro aparato del conocimiento (tal como un ordenador no procesa datos según su programa si no le llega una influencia externa).

Todo esto no significa que nuestro conocimiento sea “subjetivo” en el sentido de que tú puedes verlas de una forma y yo de otra (lo que llevaría al relativismo y acabaría con la ciencia), porque la Forma del Sujeto (la sensibilidad espacio-temporal y el entendimiento de las categorías) son las mismas en todo sujeto racional humano.

Kant llama a su teoría IDEALISMO TRASCENDENTAL: concebimos las cosas de acuerdo con la forma en que estamos hechos para concebirlas, no como son en sí. Y lo compara con un "giro copernicano", es decir, un cambio de referencia que nos ayuda a explicar lo que no podíamos entender poniendo el punto de referencia en las cosas mismas.

¿Soluciona esto el problema del Conocimiento Científico, es decir, el que nos creamos en posesión de verdades universales y necesarias acerca de la Naturaleza? ¿Qué podría replicar un Empirista? ¿Y un racionalista?

miércoles, 18 de abril de 2012

A una luz natural

El siglo XVIII (el siglo en que vivió Kant) fue el “Siglo de las Luces”, el de la Ilustración.
Algunos dicen que todavía vivimos de lo que se ganó en esa época. Otros creen que lo que se ganó entonces, se está perdiendo y tenemos que cuidarlo; y otros, incluso, piensan que no se ganó tanto como se dice, y se perdieron otras cosas…

¿Qué es la Ilustración?

Kant contestó a esa pregunta, definiéndola como “el abandono del hombre de su auto-culpable minoría de edad”.
Hasta entonces, el hombre no se había atrevido a pensar por sí mismo (¡es tan cómodo que piensen y decidan por ti!). Qué era verdadero y qué era bueno lo decían los Padres: los Padres del pueblo, o sea, los Nobles, y sobre todo los Padres espirituales, y sobre todo el Padre de todos ellos -el Papa, que vivía cerca de Roma-, y que hablaba en nombre del Padre de todos los padres, y vive en las alturas insondables).

En el siglo de las Luces el hombre, por fin, parece decidido a rechazar toda autoridad externa y a guiarse sólo de su razón, que es la “luz natural”. Con ella pretende descubrir:

-Cómo es realmente el mundo. Eso nos lo dirá la ciencia, basada en los hechos y con el potente lenguaje de las matemáticas. Hay que dejar a un lado toda supuesta verdad revelada, y toda especulación filosófica que no se apoye en los hechos naturales. El conocimiento de la Naturaleza nos llevará a dominarla completamente, de manera que podamos vivir en ella como en un paraíso (terrenal), y seamos felices (comiendo perdices).
En Francia, un grupo de sabios (entre ellos D’Alambert, Diderot o Voltaire) elaboraron una Enciclopedia que contenía todo el saber humano hasta la fecha.

-En lo político, los intelectuales de la Ilustración proclaman la Libertad, igualdad y hermandad de todos los Hombres (eso sí, todavía no las mujeres –el mismo Kant las consideraba ineptas para la política-). Todos los hombres nacen, por naturaleza, libres e iguales en derechos.
El origen de las desigualdades está (según Rousseau) en la propiedad, que hizo a unos nobles y a otros siervos, y creó las leyes del estado y la pérdida de la libertad natural del individuo. Esto ya no tiene vuelta atrás, no se puede regresar al estado del “buen salvaje”, en que los hombres vivían libres y en armonía con la naturaleza. Pero hay que organizar el Estado de acuerdo con la idea de la Igualdad y Libertad de cada hombre. La soberanía (la capacidad de crear leyes civiles) no viene del cielo, como decían los teólogos de la nobleza, sino del Pacto entre hombres libres, del Pueblo. Con estas ideas, en Francia se llevó a cabo la gran Revolución.
En ese ataque de rebelión contra la autoridad de la nobleza, los impetuosos parisinos le cortan la cabeza a la nobleza. (Quizás no haya que seguir ese ejemplo siempre, y no sea necesario que le cortéis la cabeza a vuestro padre, por muy autoritario que sea con vosotros…)

Todo eso es la Ilustración.

¿Crees que esto fue un gran avance para la humanidad? ¿Por qué?
¿Hasta dónde han llegado la Libertad y la Igualdad?
¿Crees que esto está hoy amenazado? ¿Están en peligro la Libertad y la Igualdad? ¿Qué cosas lo ponen en peligro?

También me gustaría plantearos la siguiente cuestión: Un filósofo muy antiguo, Platón (y con él, muchos otros filósofos griegos), también fue un creyente en el poder de la Razón, y pe´nsó una utopía racionalista. ¿Quién puede decirme cuáles son las GRANDES DIFERENCIAS entre el proyecto ilustrado moderno y la utopía platónica?