-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

jueves, 3 de mayo de 2012

Diálogo entre Kant y Platón

A las puertas del juzgado, cuando todo el mundo se ha marchado, dos siluetas, que parecen las de Kant y Platón, charlan así:


Kant.- ¿Qué te ha parecido el Juicio? ¡Lo he diseñado yo solito!

Platón.- Eso de la dignidad del hombre, y que no se puede comerciar con la justicia, te ha quedado muy bonito.

K.- Sí, es de lo que más orgulloso me siento.

P.- Y cuando lo llamas “Razón Práctica” ¿no quieres decir que es sólo la Razón misma, pero tratando sobre lo bueno?

K.- Sí, si lo entiendes bien. Lo que quiero decir es que dictar leyes o tomar decisiones no es lo mismo que saber algo: es Hacer, no Saber.

P.- Eso suena también muy profundo. Pero ¿quieres decir que no hay una conexión entre decir “Esto es bueno” y decir “Esto debe hacerse”?

K.- Ahí está el punto: no hay ningún conocimiento como “Esto es bueno”. Nada es bueno en sí, salvo la buena voluntad, pero eso no es un objeto, claro.

P.- ¿Entonces no son buenas la Vida, el Conocimiento, y todo eso?

K.- ¿No has leído al avispado de Hume? Él ha resumido muy bien lo que ya se venía viendo: no hay ninguna propiedad en las cosas que sea lo bueno, como sí hay lo amarillo. Y no se puede pasar de describir algo (por ejemplo, los seres vivos buscan perpetuarse) a decir que “debe hacerse así”. Yo he dicho lo mismo, pero salvando a la razón, en contra del hedonismo de Hume.

P.- ¿Así que no crees que las cosas tienen, cada una, una Esencia, y que se puede conectar el Bien de una cosa con su Esencia? ¿Por ejemplo, que para un caballo es bueno todo lo que le hace ser mejor caballo, y para una persona todo lo que le hace persona, y que hay una idea de Perfección que rige sobre las demás esencias?

K.- ¡Ay, las esencias! Tarde pero a tiempo me di cuenta de que eso no era más que optimismo y fanatismo griego. Me pasé mi juventud creyendo en ellas, sin ver ninguna, como les pasa a los jóvenes con el amor verdadero.

P.- Cuentan de mí que, a alguien que me dijo algo así como “pues yo veo a Sócrates y a Alcibíades, pero no veo la Humanidad” le contesté “eso, amigo, es porque tienes ojos pero no inteligencia”. No recuerdo haberlo dicho, pero ¿y si te lo digo a ti? ¿También tú confundes conocer con imaginarse o representarse algo? ¿Crees que el mundo es un teatrillo?

K.- A ver, yo no he dicho más que lo que dijiste tú: que todo lo que vemos no es más que simples fenómenos, no las cosas en sí mismas. El espacio y el tiempo no son más que nuestra forma de percibir las cosas, que para nosotros son sólo pensable, noúmena.

P.- Y ¿no ves ninguna diferencia entre tú y yo?

K.- Sí: que yo me he visto obligado a negar que tengamos conocimiento alguno de esos seres inteligibles. Ha llovido mucho desde tu época, y yo no puedo refugiarme en metáforas y mitos, como hacías tú cuando querías referirte al Alma o a los Dioses.

P.- ¡Eres en todo igual de inflexible! Piensas como un hacha, separándolo todo. ¿Sabes? Aunque no me entusiasma este tipo de explicaciones, me parece que tiene que ver con tu educación en esa religión del desierto, el judaísmo, renovada hace poco por el monje alemán, Lutero. También tú dices que no tenemos ninguna imagen de Dios, o sea, del Bien en sí, y que lo que tenemos que hacer es acatar su Ley sin conocerle. Pero no puedes evitar mencionarlo, por mucho que lo llames cosa en sí.

K.- Eres muy sabio, y muy buen psicólogo.

P.- Y sabes que siempre te preguntarán qué relación dices tú que hay entre esas inalcanzables cosas en sí mismas y nuestros miserables fenómenos. Alguna tiene que haber ¿no? ¿O cualquier cosa puede provocar cualquier fenómeno?

K.- Sí, has metido el dedo en el ojo de mi teoría. Últimamente, antes de morir, trabajo en algo que se parece mucho a deducirlo todo del entendimiento, y mis lectores jóvenes y supuestos seguidores están cayendo en lo que más he combatido: están convirtiendo al Yo en una cosa, en una sustancia, y diciendo que lo es todo.

P.- Y ¿qué es el Yo, según tú, si no es una cosa?

K.- Es una simple forma, una función. Esto es muy difícil de comprender.

P.- ¡Y tanto! ¡Un algo que no es una cosa! Me recuerdas a un inteligentísimo alumno mío, un tal Aristóteles, que se ha venido desde Macedonia a estudiar a mi Academia. Él también me dice: maestro ¿y si las Ideas no son cosas, sino sólo Formas? Eso es demasiado inteligente para mí: yo, todo lo que pienso creo que es algo.

K.- ¡No te hagas el simple, como tu maestro Sócrates! Pero ¿no ves que en cuanto intentamos mencionar a las Ideas, a los seres de más allá, a las Esencias tuyas, caemos en contradicciones, en Dialéctica?

P.- Claro, eso es lo que hemos dicho otros, empezando por el viejo Heráclito y el sabio Parménides. Yo mismo, si has leído mi libro de la República, he distinguido dos tipos de conocimiento racional, uno mixto y otro puro. El primero es lo que tú llamas uso condicionado o Ciencia, o sea, que saca sus contenidos de la sensibilidad. El segundo es el que busca las cosas mismas.

K.- Sí, buscarlas las busca, pero nunca las encuentra.

P.- Es que nadie ha dicho que seamos dioses. Aunque, en cierto modo, lo somos.

K.- Pues yo digo que un conocimiento que se contradice, no es conocimiento ni nada. Y eso le pasa a tu dialéctica.

P.- Me vas a permitir que te diga que no has profundizado lo suficiente en el asunto. Escucha, y dime. Según lo expuse en mi Parménides (que no sé si has leído…), nosotros no podemos pensar sin dar por supuesto lo Uno puro, porque todo conocimiento es unidad. Pero es cierto que, a la vez, en cuanto queremos representarnos esa unidad, no tenemos más remedio que hacerla múltiple, porque somos entendimientos limitados, no infinitos o perfectos.

K.- De acuerdo hasta ahí.

P.- Muy bien. Pues ahora creo que hay que darse cuenta de que, no por eso podemos prescindir de pensar en lo Uno y lo Múltiple, y sus relaciones. Al pensarlos, vemos que el uno implica al otro, y caemos en contradicciones, por pensar Todo a la vez. Pero entonces, como una chispa, surge la intuición racional (que no puedes imaginar, fíjate bien) de lo Uno puro.

K.- Ese es el paso que niego: no hay esa intuición, yo no la conozco.

P.- Pues, para no conocerla, la usas correctamente, porque ¿con qué te refieres a las cosas en sí mismas? La diferencia es que yo, como buen griego, pienso que podemos referirnos a ello usando las representaciones, si no las tomamos como la realidad misma, sino como símbolos o imágenes imperfectas.

K.- Y yo, como buen alemán, no sé nada de metáforas ¿no es eso?

P.- Casi. Más bien, no eres consciente de tus metáforas. Porque, mira, ¿no hablas tú de las cosas mismas, esas que sin embargo dices que no podemos pensar? Dices que las ‘hay’, que ‘causan’ nuestras representaciones, etc.

K.- Vale, uso algunas analogías. Pero no me refiero a ellas en sus contenidos, como haces tú cuando hablas del Caballo-en-sí y las demás esencias.

P.- ¿Sabes? Tú encajas perfectamente en la figura del Guardián de mi polis.

K.- ¡Me haces mucho honor! Y ¿por qué piensas eso?

P.- El guardián, digo yo, sólo sabe de Matemáticas, no va más allá ni llega a la dialéctica. Se siente completamente obligado a cumplir la Ley, pero él no es capaz de darle ningún contenido a esa ley.

K.- ¡Y el sabio sí es capaz!

P.- Se acerca más. El sabio sabe que el Bien es lo mismo que la Unidad, y sabe que los cuerpos son imágenes, o sea, ni del todo iguales ni del todo diferentes, del Alma. Así que busca unidad en el alma produciendo unidad y armonía en los cuerpos.

K.- Los griegos siempre seréis unos ilusos…, eso sí, luminosos. Pero Grecia ya ha pasado. Hoy, en Europa, sabemos que los cuerpos no representan nada de nada: vivimos en la noche de un mundo sin sentido, no en el mediodía poblado de dioses desnudos, como vosotros.

P.- Por eso no sabéis ni qué hacer. Porque, si no piensas que el cuerpo es imagen de la persona, ¿cómo sabes qué comportamientos son correctos o cuales no? Repetir, como haces una y otra vez, que debes actuar como querrías que actuara cualquiera, no te va a ayudar a decir cómo debes actuar. Debes saber qué cosas son buenas.

K.- Quizás tengas razón. Pero cuanto dices me suena a un imposible, al pasado. Las ciencias han avanzado mucho. Nos dicen que, en el cuerpo, todo es ciego mecanismo. Yo he intentado dejarle un hueco a la Libertad, pero fuera de este mundo, claro. Este mundo se lo doy todo a la Ciencia.

P.- ¡La Ciencia! ¿Qué es la ciencia? Cada uno tiene la ciencia que se merece, ¿no te parece? Pero todo eso de que la ciencia dice que las cosas son mecánicas, no es ciencia, sino filosofía. Ya existía en mi época: también en Grecia había pesimistas. Y también algún día volverán…

K.- Las oscuras golondrinas, eso es. Y ¿para cuando será eso?

P.- Para cuando el personaje más importante deje de ser ese mediocre personaje que es el comerciante.

K.- Eso no lo verán nuestros ojos, por más que nos reencarnemos. Aunque creo que nos iremos acercando cada vez más.

P.- ¿Ves como no es tan duro ser optimista? Pues atrévete a pensar que lo alcanzaremos.

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