-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

viernes, 28 de septiembre de 2012

Zenón de Elea la razón te lía, I

(Diálogo entre Zenón de Elea y un paisano suyo.)

Paisano de Elea.- Oye, Zenón, ¿te pillo bien?
Zenón.- Sí, estoy sentado y no tengo escapatoria.
P.- Dime, por favor, algunos de esos tan inteligentes razonamientos un poco absurdos tuyos.
Z.- Vale, pero no son tan inteligentes ni un poco absurdos, son sólo absolutamente absurdos, o sea, totalmente inteligentes.
P.- Bueno, pues uno de esos.
Z.- Te preguntaré dos cosas, ¿te parece bien? ¿O te parecen muchas?
P.- No, dos no son muchas.
Z.- Está bien. Pues dime, la primera, cuántas cosas crees que hay en realidad. Y después, dime cuánto es de grande cada cosa.

P.- ¿Cuántas cosas hay? Muchas. Ya en mi salón creo que hay demasiadas, no te digo nada si hablamos de Elea entera o de toda Grecia. Muchas.
Z.- O sea, que no crees que haya ni una sola ni ninguna.
P.- Claro que no. Tú mismo me has preguntado ya dos cosas.
Z.- Muy bien dicho. Entonces, dime, esas muchas cosas que existen según tú ¿son en número infinito o finito? Quiero decir, ¿se podría alguna vez acabarlas de contar, o no?
P.- Ahí ya me pones en un apuro.
Z.- ¿No te parece que tienen que ser cuantas son, ni más ni menos?
P.- Claro.
Z.- Y eso tiene que ser una cantidad determinada, ¿no? Aunque ni tú ni yo podamos contarlas, tienen que ser una cantidad fija.
P.- Sí, parece sensato.
Z.- Pues piensa ahora lo siguiente. Supongamos que haya tres cosas, para abreviar.
P.- Por ejemplo, yo y mis dos perros.
Z.- Por ejemplo. Entonces te pregunto. ¿no habrá otra cosa que será tu cabeza? ¿Y los hocicos de tus perros, y, en fin, todas las partes de esas tres cosas?
P.- ¿Y las partes de cosas son cosas?
Z.- Dímelo tú.
P.- Yo creo que sí, la verdad.
Z.- ¿Y las partes de las partes, son cosas o no?
P.- Sí, claro, por la misma regla.
Z.- Así que parece que habrá una infinidad de cosas.
P.- Salvo que haya cosas, Zenón, que no tengan partes más pequeñas que ellas mismas.
Z.- Muy bien. Y ¿crees que podrías contar una cosa que no se pudiera partir?
P.- ¿Por qué no?
Z.- Porque una cosa que no se puede partir, creo yo, no ocupa nada ni es nada.
P.- Puede ser.

Z.- Piénsalo además de otra manera. Si hay tres cosas, hay siete, ¿no?
P.- ¿¡Cómo!?
Z.- Supón que haya estas tres, a, b y c. Entonces hay también la combinación de a y b, llamémosla, ab, y la de a y c, o sea, ac, y bc, y abc.
P.- Bueno, pero eso son otro tipo de cosas.
Z.- Ya, pero cuando yo te he preguntado por la cantidad de cosas que crees que hay, no te he pedido que distingas en tipos. Todos los tipos valen si hablamos de cantidad de cosas.
P.- Vale, hay siete.
Z.- ¿Siete? ¿Es que no sabes contar? ¿O no piensas contar a la combinación de a y ab, o sea, a(ab), y las demás combinaciones de las siete cosas?
P.- Ya veo a dónde vas. Entonces nunca podremos parar así tampoco.
Z.- Así es. Creo que en el siglo XIX vivirá un matemático alemán que demostrará de esa forma que nunca puede darse un conjunto que lo contenga todo, porque siempre el conjunto de todos los conjuntos que puedes hacer con los elementos de un conjunto dado, A digamos, es mayor que el propio A.
P.- Entonces ¿las cosas que hay son en número infinito?
Z.- Si tú puedes digerir eso…
P.- ¿Qué problema le ves, Zenón?
Z.- Hombre, dicen que la mitad de infinito es tan grande como infinito. La milmillonésima parte de infinito es igual de grande que el infinito…
P.- Todos los infinitos son iguales, claro.
Z.- Bueno, según ese matemático del que te he hablado, un tal Jorge Cantor, no es así, sino que hay unos infinitos más grandes que otros. Por ejemplo, el infinito de los números que resultan de una división sin resultado exacto, los Reales, como los llaman los matemáticos, tiene por lo menos un número que no está en la fila de los que llaman números naturales. Pero creo que con el infinito más pequeño tenemos ya bastante para inventar esos razonamientos absurdos inteligentes que vienes buscando.
P.- Tienes razón.
Z.- A mí el infinito no me parece una cantidad. No hay manera de partirlo en cachos más pequeños. Si te pones a caminar hacia el infinito, por mucho que andes estarás siempre a la misma distancia. Así que…
P.- ¡Menudo lío!
Z.- A eso venías, ¿no? ¿Estás ya satisfecho? Resumiendo, parece a la vez que, si hay muchas cosas, como dices tú (y aunque sean pocas), deben ser una cantidad finita e infinita, pero las dos opciones parecen absurdas.

P.- ¿Entonces, tú que piensas?
Z.- Puede que no hay ninguna, o que haya una sola cosa.
P.- ¿Eso te parece más lógico?
Z.- Que no haya ninguna, no me lo parece, la verdad.
P.- Claro, ya estás tú mismo, que eres una cosa, para desmentirlo.
Z.- No por eso, Calias. No me gusta razonar así.
P.- ¿Por qué?
Z.- Porque eso no es un razonamiento, sino un hecho, que estamos viendo. Y lo que nos estamos preguntando es si es lógico, no si nos parece que lo experimentamos, ¿entiendes?
P.- Creo que sí. ¿Entonces, que crees que es lógico?
Z.- Ninguna, no me parece. Porque, si hubiese ninguna, ya habría una, la nada o conjunto vacío.
P.- Pero el conjunto vacío no existe.
Z.- Pues para no existir está muy ocupado. ¿No sabes que estamos metiendo cosas en él continuamente? ¡Todo lo que no cabe en ningún otro! Fíjate, incluso, en que un lógico más o menos contemporáneo del matemático que te mencioné, definirá los números diciendo que el Uno es el conjunto que tiene como elemento al conjunto vacío, el Dos el que tiene como elementos al Uno y, por tanto, al Vacío, y así.

P.- Entonces ¿crees que hay una sola cosa?
Z.- Eso decía siempre mi maestro, el sapientísimo Parménides. Pero esa es una verdad, como también él decía, incomprensible para nosotros, los mortales. Sólo la diosa puede comprender que todo es uno y lo mismo, y que las diferencias son aparentes, porque en verdad el no-ser es nada, nada de nada, y sin el no-ser no podemos distinguir ni siquiera dos seres.
P.- Y ¿cómo dices que no podemos comprender lo que dice Parménides? A mí me acaba de parecer que lo he entendido, aunque me parece tan increíble que, como no me invites a un trago de esa buena cerveza que tienes en tu bodega…
Z.- Pues, aunque es muy lógico, también tiene su lado absurdo. Fíjate. Basta con que intente decirlo o pensarlo, que todo es uno, basta que lo diga o piense, te digo, para que me contradiga, porque la frase “todos es uno” (o “es uno”, si quieres acortarla) ya es más de uno, ya tiene por lo menos dos cosas, el ‘es’, y el ‘uno’. ¿Te das cuenta?
P.- Me doy.

Z.- Así que las cosas son muchas, infinitas, finitas, una y ninguna, y, a la vez, no son ni una ni muchas ni ninguna ni infinitas. ¿Me quieres decir ahora cuánto mide cada una?
P.- Eso lo dejamos para mañana, si no te parece mal. Por hoy, ya tengo bastante con una: al fin y al cabo, es como si me llevara infinitas ideas, o más bien ninguna, porque me has dejado la inteligencia más pelada que la cabeza de un etíope.
Z.- De acuerdo, mañana lo hablaremos. Ahora tómate conmigo una de esas cervezas que dices que tengo.

Ver también esta otra entrada sobre Parménides y esta entrada sobre Zenón de Elea

jueves, 27 de septiembre de 2012

Parménides, el fanático de la razón

Si hay un fanático de la razón, ese es Parménides. No está dispuesto a creerse lo que no encaje con la lógica, aunque tenga que llegar a decir que todo lo que vemos es una apariencia o una especie de espejismo. Pero ¿quién, que se llame estudiante de filosofía, puede pasar sin oír hablar del ser y el no-ser, y de si esto es un sueño o no?

Hasta que llegó Parménides los filósofos, para hablar de todo, de toda la realidad, usaban el término Fisis (Physis), que podríamos traducir por “naturaleza de las cosas”. Cuando escribían un libro se titulaba ‘Peri physeos’, o sea, “Acerca de la naturaleza de las cosas”, o “De la realidad”. El propio Parménides parece que tituló así a su libro (escrito en verso), del que se conservan algunos fragmentos. Pero Parménides fue el primero (que sepamos) que se fijó en el Ser como asunto principal del pensamiento filosófico.

Como sabéis, ‘ser’ es el verbo más universal, se aplica a todo. Todos los demás verbos pueden traducirse por ‘es + un sustantivo o adjetivo’ (por ejemplo, ‘pasear’ = ‘ser paseante’). Eso quiere decir que todos los seres tienen en común eso, ser.

Este verbo se usaba en griego (como en latín, y en otras lenguas) con dos funciones o valores:

- Un valor es el copulativo, o sea, el que se usa para unir un sujeto con un predicado, como cuando decimos “el amor es lo más bonito del mundo” o “dos más dos es cuatro”. En ese caso queremos decir que el predicado informa de la naturaleza del sujeto, lo que el sujeto es. En el mejor de los casos, cuando respondemos bien a la pregunta ¿qué es x?, el predicado nos da la “Esencia” de x, del sujeto (por ejemplo, “Parménides es el fanático de la razón”).

El otro valor de ‘ser’ es el valor existencial o absoluto, que en castellano actual expresamos con “existe” o “hay”, como en “Existen los extraterrestres”, y que en griego se diría “los extraterrestres son”.

Pero, desde luego, alguna relación tiene que haber entre los dos valores, o sea, entre tener ciertas características o esencia, y existir. ¿Puede tener características lo que no existe? ¿Puede existir lo que no tiene características? ¿Puede algo tener más características que, simplemente, existir?

Asistamos a una conversación entre el viejo Parménides y el viejo Giorgios, en pleno parque de Elea, soleada villa de la costa italiana, en el siglo VI a. c.

Parménides.- Veamos, amigo: lo que es, es, y lo que no es, no es, ¿no estás de acuerdo?
Giorgios.- Para, para, no te lances, espera que lo piense. ¿A ver? Sí, lo que es, es, lo que no es, no es. Ya lo decía mi abuela.
Parménides.- A ver si decía esto también: pensamos lo que es.
Giorgios.- ¿Lo que es qué?
Parménides.- Lo que es ser, o sea, real. Si pensamos lo que no es, pensamos en nada. Y si pensamos en nada, no estamos pensando, aunque lo parezca.
Giorgios.- Si me tengo que parar a discutírtelo estamos aquí hasta mañana. Pero ¿a dónde quieres ir a parar?
Parménides.- A lo siguiente, ¿cuántos seres hay, en realidad?
Giorgios.- Yo no los he contado, tengo muchas cosas que hacer.
Parménides.- Pues no te hace falta, porque ya te digo yo que hay sólo uno, el Ser.
Giorgios.- Me informas de algo en extremo novedoso, que no sé si va a creerlo mi familia.
Parménides.- Si razonan, lo creerán. Diles: supongamos, por simplificar, que hubiese sólo dos, dos seres o cosas. ¿En qué se diferenciarían?
Giorgios.- Depende de qué cosas sean, dos habichuelas o dos perros de Esparta.
Parménides.- Serán, antes que nada, dos seres, dos cosas ¿no es así? Pero claro, en el ser no se diferencian. Y si no se diferencian en ser, se tienen que diferenciar en el no-ser. Uno no-es el otro, el otro no-es el uno ¿lo ves?
Giorgios.- Sigo sin ver tus ocultas intenciones.
Parménides.- Nada de ocultas, sino más claras que el agua de esa fuente. Hemos dicho que el no-ser no es ¿no? Entonces ¿cómo vamos a distinguir a las cosas mediante el no-ser? Pero tampoco se distinguen por el ser, porque todas son seres por igual. Así que no se distinguen en realidad.
Giorgios.- Lo veo y no lo veo.
Parménides.- Te pondré un ejemplo.
Giorgios.- Te lo agradezco dos veces.
Parménides.- Imagínate que todas las cosas fueran blancas. ¿Podrías distinguirlas?
Giorgios.- Por el tacto, o poniendo el oído.
Parménides.- Eso es, compañero. Pero fíjate que fuera del ser no hay nada, mientras que sí lo hay fuera del color. Así que no puedes distinguir las cosas por algo que haya fuera del ser, ni, desde luego, por el ser mismo. Luego llegamos a la conclusión de que Todo es Uno, aunque los mortales, que estamos más bien soñando, creemos que hay muchas cosas y que se mueven.
Giorgios.- [tras un breve silencio, pensando] Oye, Parménides, y esto… ¿para qué te sirve?
Parménides.- ¿Que para qué? Te acabas de ganar otro razonamiento. Cuando queremos algo o a alguien lo queremos por lo que es, él mismo ¿no?
Giorgios.- Claro, eso lo decía mi abuela también.
Parménides.- Pero cuando quieres algo para algo, o sea, por su utilidad, no lo quieres por sí mismo, sino por lo que puedes conseguir mediante él. Te pongo, por ejemplo, tu martillo, que sólo te acuerdas de él cuando tienes un clavo que clavar.
Giorgios.- Bueno, ahí te equivocas, que yo a mi martillo le tengo mucho cariño: era de mi abuela.
Parménides.- Me parece estupendo. Pues ya ves, cuando quieres verdaderamente a algo, no lo quieres para nada, sino para él mismo. ¿Estamos de acuerdo?
Giorgios.- No hay quien te calle, eso sí que es cierto. Pero pareces buena persona. Teófilo, mi cuñado, dice que eres un loco inofensivo.

Si uno es mínimamente filósofo, cuando escucha los razonamientos de Parménides no tiene más remedio que intentar darle una respuesta (incluso aunque le convenza). Filósofos posteriores, que de ninguna manera querían aceptar que todo, todo, todo lo que vemos sea pura apariencia, buscaron errores en el razonamiento de Parménides. Pero un pensamiento similar al de Parménides se encuentra en otras filosofías, sobre todo orientales (como en la corriente vedanta el hinduismo).

¿En qué te parece que falla (si es que falla) este buen hombre? ¿Te parece que alguien puede intentar, sensatamente, defender que Todo es Uno?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Anaximandro y la cuestión del filósofo: lo infinito


Escuchad lo que se cree que es el primer texto literal que se conserva de un filósofo, de Anaximandro de Mileto:

Allí de donde nacen las cosas, hacia allí vuelven al destruirse, por necesidad. Se pagan, unas a otras, retribución por la injusticia, según el orden del tiempo.

También nos dicen que según Anaximandro ese “lugar” del que sale y al que vuelve todo es lo Infinito o lo ilimitado (en griego apeiron “sin límites”). Y que lo llamó “Principio” (en griego arkhé) y lo identificó con lo divino.

Anaximandro era, como Tales, de la colonia Mileto, y su idea filosófica principal se parece a la del Agua de Tales (al que en la antigüedad se consideró su maestro). Parece que ambos piensan en la sustancia o ser común a todos los seres, el fondo del que surgen todos y al que todos vuelven después de cometer la “injusticia” de existir, como las olas que son parte del mar vuelven a la masa indistinta de agua tras un breve periodo de “vida” aparentemente independiente.

Ahora bien

¿Por qué crees que cambió el agua por lo ilimitado?
¿Es eso un “avance” filosófico, o un retroceso, o ni una cosa ni otra?

¿Entiendes tú la idea de Infinito?

Otra cosa:
¿Qué te parece que Anaximandro use el término “injusticia” para referirse a la vida individual?

lunes, 24 de septiembre de 2012

Tales de Mileto, el primer filósofo


“Tales de Mileto ha dicho que el Agua es el Principio”.

Esto es lo que nos cuentan de Tales, el que pasa por ser el primer filósofo. ¿Qué quería decir con eso?

Para empezar, se trata de Todo, de todas las cosas. Existen muchas cosas (son múltiples, dicho en filosófico), pero todas forman parte o son aspectos del mismo mundo o cosmos. Lo Múltiple tiene que proceder de lo Uno, al menos eso nos pide nuestra razón. Por muy diferentes que sean en otros sentidos todas las cosas tienen que ser iguales en algo, algo que las haga a todas ser cosas del mismo y único mundo.

¿Qué es eso, esa “sustancia” única de la que está hecho todo? Esto es lo que parece que se preguntó Tales.

Podríamos comparar esa idea con lo que, en la física actual, llamamos Energía. Según se dice, la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Adopta diferentes estados, cada cosa es un estado de la energía, y toda cosa se transforma en otros estados de la energía. Pero ¿qué es, en sí misma, esa energía, que no es ninguno de sus estados, ni la luz, ni la masa, ni esto ni lo otro?

Otra forma de interpretar a Tales es, como hizo Aristóteles, desde el concepto de Materia. Todo está hecho de algo, y todas las cosas tienen que estar hechas de la misma materia prima. También se puede decir, de forma más abstracta, que lo que buscaba Tales es qué es el Ser en general, la naturaleza única de todos los seres.

                                                            * * *

Y dijo que esa naturaleza única, de la que todas las cosas están hechas y de la que surgen, para retornar a ella con el tiempo, es Agua. ¿Por qué?

Buscando analogías con la ciencia, se ha dicho que, en efecto, el elemento más común en el universo es el hidrógeno, que es las dos terceras partes del agua. Aristóteles supuso que lo que inspiró esa idea a Tales fue ver que toda vida necesita del agua.

El agua tiene algunas propiedades que la convierten en candidata para ser una sustancia primigenia: es homogénea, o sea, no tiene partes (visibles), es continua, es fuente de vida…

Muchos mitos ya habían colocado el Agua en el principio de las cosas.

                                                               * * *

Pero la siguiente cuestión que uno se puede plantear es:
Si todo procede de una misma sustancia o naturaleza única, ¿qué es lo que ha dado lugar a que esa materia se divida en tantos seres y tan diferentes? ¿Puede ser el propio Agua, que tenga en sí misma ese movimiento, o hace falta algo exterior que haga las cosas a partir del Agua?



Sobre qué dijo Tales de esto hay dudas. Aristóteles le reprocha no explicar cómo salen las cosas a partir de esa materia indefinida que es el agua. Pero, según cuenta otro escritor (Cicerón), Tales dijo también que hay un principio divino, la Inteligencia, que ha creado todas las formas y dividido a la materia o sustancia primigenia.

Es posible que pensase así, porque se le atribuye haber dicho, también, que

todo está a la vez animado y lleno de espíritus. La Humedad elemental es penetrada por el poder divino, que la pone en movimiento.

¿Qué opinas sobre estas teorías? ¿Te parecen muy extrañas, o te resultan lógicas y, hasta cierto punto, convincentes?