-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

miércoles, 31 de octubre de 2012

Creer y saber, doxa y episteme. Platón V

El conocimiento que tenemos normalmente de las cosas no es más que OPINIÓN (doxa, en griego), ni siquiera se debería llamar conocimiento. No es saber, sino simple creer. ¿Por qué?

Porque consiste en una serie de imágenes (“provenientes” de la sensación), y:

-Ninguna imagen expresa o representa adecuadamente sus verdaderas características. Por ejemplo, una imagen de lo Rojo no es rojo puro, una imagen de la unidad no es lo Uno, una imagen mía no soy YO, una imagen de lo bueno no es lo Bueno mismo.

-Las verdaderas esencias no pueden darse en grados, ni pueden existir en un momento y dejar de existir en otro.

Y, sin embargo, sin esas Ideas (Rojo, Uno, Humano, Bien…) no se pueden entender siquiera las imágenes.

Así que las imágenes son secundarias. Quien sólo conoce con la imaginación (y la sensación es un tipo de imaginación), no conoce realmente. Toda imagen es APARIENCIA.
No son sólo imágenes o apariencias las que vemos por ilusión óptica o reflejo (como las de los espejos, a las que Platón llama eikasía) sino todo lo que creemos que es realidad, porque no es más que simple creencia (pistis, en griego).

Pero ¿cómo es, entonces, el auténtico SABER (episteme, en griego), el verdadero conocimiento? El verdadero conocimiento es RACIONAL, no sensible. Lo racional tiene todas las características que tiene que tener lo real, o sea, ser de forma pura (no mezclada o borrosa) lo que es. La esencia de cada cosa es lo que realmente es esa cosa, no lo que parece. Mi esencia soy YO.

Pero dentro del conocimiento racional Platón distingue dos tipos posibles:

-El Razonamiento (Diánoia) es un uso de la razón para tratar con datos o supuestos no racionales.

Por ejemplo, yo supongo que sé lo que es un Punto, una superficie y cosas así y puedo desarrollar toda la GEOMETRÍA, definiendo los conceptos más complejos a partir de esos simples que he dado por supuestos. Otro ejemplo: supongo que sé lo que es el Espacio, el Tiempo, y cosas así, y puedo desarrollar toda la FÍSICA MECÁNICA, al menos a nivel abstracto (luego tendría que comprobar que funciona al aplicarla a los hechos que percibo). O sea, la Diánoia es lo que hoy llamamos CIENCIA. En época de Platón a este tipo de conocimiento se le llamaba MATEMÁTICA.



Para Platón esto no es todavía un conocimiento puro y auténtico, que llegue a la esencia de las cosas. ¿Por qué? Pues precisamente porque su punto de partida son supuestos que no podemos explicar.


Por ejemplo, qué es un Punto, qué es Espacio, qué es Tiempo. ¿De dónde los hemos sacado? De la Imaginación y la sensibilidad, es decir, de ese conocimiento inadecuado que tenemos, del que no podemos dar cuenta correctamente.

-El conocimiento perfecto (que Platón llama nóesis, en griego) tendría que poder comprenderlo todo perfectamente. Para eso no puede fiarse de ninguna creencia que hayamos sacado de la imaginación. Puede partir de los mismos supuestos que la ciencia, pero en vez de darlos por sabidos y ponerse a deducir cosas desde ellos (yendo “hacia abajo”) debe preguntarse qué son.

O sea, que

-mientras el científico dice “supongamos conocidos los siguientes términos: Unidad, Suma, Igualdad…, entonces podemos definir el Dos como Igual a la Suma de Uno más Uno, etc”,
-en cambio el Dialéctico o Filósofo dirá: “¿Qué es la Unidad? ¿Qué es la Sumabilidad (Sumar)? ¿Qué es la Igualdad?”. Y seguirá el camino “hacia arriba”, buscando cada vez Ideas más universales y fundamentales a partir de las cuales definirlo todo.



¿Hasta dónde se remontará? Hasta que llegue a la Idea (o Ideas) que sea(n) tan evidente(s) por sí misma(s) y tan indefinibles por las demás, que no se pueda ir más allá. Esto será lo No-Hipotético (anhypotheton, en griego). Como sabemos, esa Idea es la de lo UNO-BIEN en sí.
¿Cómo captamos esas Ideas o esencias puras? No puede ser (ya lo sabemos) ni mediante la imaginación (ninguna imagen se corresponde con la Idea) ni siquiera mediante el razonamiento científico. Tiene que ser por una especie de INTUICIÓN INTELECTUAL, que “ve” racionalmente lo que una cosa es en sí misma.

Todo esto lo expresa Platón en el SÍMIL DE LA LÍNEA, en que distingue cuatro grados de conocimiento, dos de ellos del campo de la OPINIÓN (la imagen –eikasía- y la creencia –pistis-) y dos del campo de la RAZÓN O SABER (el razonamiento –diánoia- y la comprensión pura –nóesis-). 




¿Crees que hay o puede haber un conocimiento superior a la ciencia (como el que describe Platón) o que eso no es más que una ilusión de un filósofo?

jueves, 25 de octubre de 2012

Diálogo entre un materialista y un idealista (Platón IV)

Diálogo entre un materialista (M) y un idealista (I)

M.- ¿Entonces tú crees en espíritus y cosas así?
I.- ¿Quieres decir que si creo que existen las mentes? Claro (por lo menos la mía), y otras cosas no materiales, como son todas las ideas. Es más, de lo que dudo es de que lo físico y material tenga consistencia.
M:- ¿Cómo puedes creer eso? ¿Has visto alguna vez una mente o una Idea?
I.- Ver, con los ojos, no, claro. Tampoco he visto nunca un olor o un dolor o una esperanza. Pero “ver” con la inteligencia… Oye ¿qué crees que es lo que “ves” cuando piensas, y con qué crees que piensas tú?
M.- Pienso con el cerebro, por supuesto. La mente no es más que el funcionamiento del cerebro. Y las Ideas están en el cerebro y son producto del cerebro.
I.- O sea, que las Ideas (pongamos por caso, el Triángulo o el color Rojo), no existen fuera de tu cerebro.
M.- Claro. Del mío o del tuyo.
I.- Eso me parece muy extraño, porque yo no he visto mi cerebro y sí mis ideas. Yo creía que en el cerebro había neuronas y sangre, no ideas.
M.- Es que las Ideas no existen, en verdad. Llamamos ideas a lo que hace nuestro cerebro.
I.- Entonces ¿crees que el matemático, o cualquiera que quiera saber algo sobre las Ideas, debería ir a preguntarle al neurólogo? ¿Dirá el neurólogo, mirando en el cerebro, qué operaciones son exactas y cuáles no, quién razona correctamente y quién no? Y, como el propio neurólogo usa las ideas matemáticas y otras más, tendrá que mirar su propio cerebro, en cada momento, para saber si está razonando correctamente… ¿No te parece demasiado ridículo todo eso? ¿Crees que la matemática depende de la psicología o de la neurología, o más bien al revés?
M.- Todos los que tenemos un cerebro parecido podemos comprender las mismas ideas, no hace falta que le vayas a preguntar al neurólogo. Pero eso no quita para que estén en el cerebro. ¿Dónde van a estar, si no?
I.- Pero ¿no es verdad que los cerebros han surgido a lo largo de la historia del universo y han evolucionado, hasta nuestros días, y seguirán cambiando?
M.- Claro. Todo en la naturaleza está cambiando, o puede cambiar.
I.- Pero ¿entonces crees que las Ideas cambiarán con el cambio de los cerebros? Por ejemplo ¿dos más dos dejarán de ser, con el tiempo, cuatro, o el triángulo cambiará de área, o el Rojo se hará Azul?
M.- Sobre esto tengo dos teorías, y no sé cuál prefiero. A veces creo que las ideas matemáticas y las otras que parecen fijas, podrían, en verdad, cambiar, como cualquier cosa. Lo que pasa es que como se repiten siempre, creemos que no pueden fallar.
I.- O sea, que mañana podría ser que se volviese falsa la lógica de hoy, así que una cosa no tendría por qué ser igual a sí misma. Entonces, en esa época futura, cualquier absurdo es válido: yo, por ejemplo, soy yo y tú a la vez, y estoy aquí y allí, porque como ha cambiado la lógica… O, si tengo dos piernas y me cortan una, podrían quedarme tres ¿no? ¿Qué tipo de mundo sería ese? Yo, por lo menos, no podría entenderlo. Y la ciencia, incluida tu querida física y neurología, dejarían de ser correctas…
M.- Pero no hay por qué pensar que esas cosas vayan a cambiar, porque la verdad es que no son cosas, no son seres. Esa es la otra opción que tengo.
I.- ¿Qué quieres decir? ¿Qué son? ¿Por qué no cambian?
M.- Quiero decir que los números, por ejemplo, son simples palabras. Significan lo que nosotros queremos, por eso no van a cambiar, a no ser que lo decidamos. Te pongo un ejemplo: las reglas del ajedrez, mientras queramos respetarlas, serán así, no cambiarán.
I.- ¿Quieres decir que son un convenio nuestro? ¿O sea, que yo me puedo inventar otras? Y ¿me puedo inventar otra lógica y otra matemática, en la que, por ejemplo, una cosa no sea igual a ella misma y tres sea menor que dos?
M.- Y ¿por qué no? Al fin y al cabo todas esas ideas de la lógica las hemos inventado y creemos en ellas sólo porque nos conviene que las cosas se estén quietas y sean previsibles. Pero, que las Ideas resulten útiles, sobre todo a los cobardes que querrían un mundo sin sorpresas, no quiere decir que sean verdaderas. Nunca podremos saber cómo es el mundo, ni siquiera qué pasará dentro de un segundo. Cada especie, o cada individuo, se monta sus ideas, según sus intereses. Pero vosotros, los idealistas, confundís vuestra fe con la verdad.
I.- Eso suena muy bonito, y muy valiente. Pero ¿cómo te atreves entonces tú a hablar, si para eso necesitas usar este lenguaje que dices que es un invento de cobardes?
M.- Hablo con tus palabras, con tus creencias, no con las mías.
I.- Y ¿con qué palabras tuyas hablas de las cosas? ¿Tienes alguna forma de decir algo que sea verdad? Ya que se inventa cada uno cómo ve el mundo según sus intereses ¿por qué no te inventas que las cosas te obedecen en todo momento? ¿O es que eso no te resultaría interesante?
M.- Bueno, muy bien, eres muy hábil para mostrar los fallos de los demás, pero ¿quieres explicarme cómo crees que un ser como tú o yo, que somos de carne y hueso, y tan mortales como las moscas, podemos comprender verdades eternas?
I.- Sí, eso es un gran misterio. Yo creo que, si podemos pensar Ideas, y saber que no cambian, es que nosotros mismos somos como ellas, inmortales e inmateriales.
M.- ¡Eso es mitología! ¿Dónde están las Ideas, y las Mentes o Espíritus?
I.- ¿Dónde? Hombre, en ningún sitio, porque no son cosas espaciales o materiales.
M.- Pues eso, y lo que no está en ningún sitio, no existe.
I.- Puede ser. Pero, dime ¿dónde están los objetos físicos, lo material, que dices tú que es lo único que existe?
M.- ¿Cómo que dónde están?
I.- Sí, que dónde están. Dices que todo está en algún lugar…
M.- Claro. Cada cosa está en un lugar, rodeado de otras, en el espacio, y en el tiempo.
I.- Y el espacio y el tiempo ¿dónde están?, y ¿cuándo?
M.- No te entiendo.
I.- Si existen tienen que estar, según tú, en algún lugar y en algún tiempo. ¿En qué lugar y en qué tiempo están el lugar y el tiempo (y con ellos, claro, las demás cosas materiales, que están en ellos)? Por ejemplo, ¿ocupa lugar el espacio? ¿Pasa el tiempo por el tiempo?
M.- Es que tiempo y espacio no son cosas, son ideas nuestras.
I.- ¿Y qué cosas no son ideas? ¿No son ideas también las masas, las fuerzas, los colores…? O sea, ¿todo?
M.- Sí, en cierto modo. Todo lo representamos con nuestras ideas.
I.- Y no tenemos otra forma de hacerlo. Luego, todo lo que existe son simples ideas, mezcladas.
M.- Pero las ideas no existen, insisto, son el producto de nuestra actividad cerebral.
I.- Si es así, quitémoslas. ¡A ver qué te queda! ¿Puedes conocer qué es un cerebro, o cualquier hecho físico, sin tener Ideas? ¿Crees que alguna vez la ciencia eliminará la mente y las ideas? Se eliminaría a sí misma ¿no te das cuenta? Si todo cambia, nada se puede entender. Y es absurdo creer que un pensamiento es, en realidad, un movimiento físico. Me parece más fácil pensar lo contrario, o sea, que un movimiento es una representación mental.
M.- A mí, en cambio, me parece absurdo pensar que todo está en la mente y que existen cosas que no están en ningún sitio. Pero todo lo que dices me hace pensar, y veo que no es tan fácil solucionar esto.
I.- Estoy de acuerdo, es muy difícil. ¿Cuánto tiempo crees que lleva la humanidad dándole vueltas a esto? Siempre ha habido idealistas que han creído en “espíritus”, como dices tú, y otros que lo han negado, materialistas como tú.
M.- Quizás sean cuestiones sin respuesta, o mal planteadas, y no las resolveremos nunca.
I.- Lo que no quiere decir que nos las podamos quitar de encima, yo por lo menos. Además, las creo muy importantes, porque tratan sobre el verdadero sentido de las cosas.
M.- Bueno, también se puede vivir sin ellas, si no estás enfermo del virus de la filosofía.


¿Qué postura te convence más? ¿Se te ocurren otros argumentos para alguna de ellas?

Preguntas más frecuentes acerca del mundo de las Ideas (Platón III)


He aquí algunas de las cosas que usted siempre quiso saber sobre las IDEAS platónicas y nunca se atrevió a preguntar:

A) ¿Cuánta Idea tienes?

¿de Cuántas cosas hay Ideas, según Platón?
A ver... tiene que haber:

- Ideas de tipo lógico, tales como lo Mismo (Idéntico) lo Otro (Diferente). ¿Podríamos pasar sin ellas?

- Ideas matemáticas, tales como Dos, Par, Infinito…

- Ideas de valores morales y estéticos, tales como Bueno, Justo, Bello, etc.

-Ideas de especies naturales, como Humano, Caballo, Gardenia, Piedra Pomez, etc

-Ideas de… Pero bueno, ¿vamos a caer a idea por barba?

Pues sí, según Platón. Claro que en esto no todos los estudiosos de Platón están de acuerdo, pero aquí el profesor soy yo, y digo que según Platón TODA COSA TIENE SU ESENCIA, es decir, de todo fenómeno hay una verdad completamente racional y por tanto, eterna, inmutable y necesaria. Hasta de la basura, como se dice en un diálogo de Platón. Por tanto, eso de que sólo existen ideas de propiedades generales no es verdad. Hay también MI IDEA, y la IDEA DE MÍ AHORA. De lo que no hay Idea no puedes tener... ni idea.

C) ¿Qué relación hay entre las Ideas y las "cosas" que vemos o fenómenos?

Los fenómenos, según Platón PARITICIPAN DE las Ideas, es decir, toman de ellas su esencia, son como reflejos de las Ideas, son el aspecto distorsionado en que nosotros percibimos las Ideas o Esencias reales, por nuestra bendita ignorancia.

D) ¿Cuáles son las más importantes?

La importancia o jerarquía de una Idea se mide por su necesidad para que sean pensables (y por tanto, tengan realidad) las otras. Por ejemplo, si no existe la idea de Identidad (ser uno mismo) no existirá la Idea de Caballo, pues el caballo tiene que ser él mismo. Así que la Identidad es más Idea que el Caballo.

Y ¿cuál es la Idea que es participada por todas pero no participa de ninguna?
Es una Idea que tiene diferentes aspectos. Por lo menos estos dos:

-Es la Idea de Bueno, lo Bueno en sí, lo Perfecto.

-Es la Idea de Uno, lo uno en sí, lo indivisible.


¿Por qué? Explicaré yo el caso de la Unidad y dejo para vosotros el de lo Bueno. Desde luego si una cosa no tiene unidad, no es nada. Pero salvo la unidad misma, todo carece en cierta forma de unidad verdadera. Aunque estamos hechos a la Idea de que somos un conjunto de diversas partes (mi páncreas, mis brazos, etc.) ¿cómo puedo ser UN SER, si tengo partes?

Según Platón todas las ideas participan de la idea del Bien. Es el Bien en sí el que produce todo y lo hace comprensible. Hasta el matemático necesita la Idea del Bien. Sin ella no podría hacer ni matemáticas.
¿Cómo es esto? ¿Por qué cree Platón tal cosa?

viernes, 19 de octubre de 2012

Las ideas y las cosas. Platón II

Si uno (Platón, por ejemplo) quiere saber qué es bueno para una persona, antes debe saber qué es una persona (conócete a ti mismo, que decía Apolo), y para eso necesita saber qué son las cosas, qué es la realidad.

¿Sabemos qué son, en realidad, las cosas?

Por supuesto, todo el mundo está aquí, en la realidad, así que sabe lo que es la realidad:

-La realidad es lo que vemos, oímos, olemos, tocamos… o lo que podemos ver, oír, oler, tocar… o sea, en una palabra, lo que podemos Percibir, lo SENSIBLE. Y ¿cómo es lo sensible?

-La realidad, lo sensible, está situado en el ESPACIO y en el TIEMPO: todo ocupa un lugar (más grande o más pequeño) y dura un tiempo (más corto o más largo). Como ocupa un lugar y un tiempo, toda realidad CAMBIA, está sujeta al DEVENIR (como dicen los filósofos). Tú, por ejemplo, no existías hace unos años; luego “viniste al mundo”, como se suele decir, es decir, naciste; luego has ido creciendo, transformándote de un mico de teta en una persona hecha y derecha...; envejecerás, te arrugarás y morirás, desaparecerás para siempre jamás. Y lo mismo le pasa a cualquier otra cosa. Esto es la realidad. El movimiento no se para. Si se parase una cosa se pararían todas, y no lo notaríamos, ni pasaría nada, porque el tiempo no es más que medida del cambio.

-Porque todo lo que existe es CONTINGENTE, o sea, no es necesario, ni será nunca igual.


Esto es la realidad. ¿Sí? Pero… ¿qué es cada cosa, entonces? ¿Qué soy yo, si estoy continuamente cambiando? Para ponerlo más fácil, ¿qué es este bolígrafo? A ver: es un objeto cilíndrico, rojo, rígido o duro… Pero todo esto no son más que ADJETIVOS, y además, pueden estar o no estar. Lo cilíndrico puedo moldearlo (calentándolo, por ejemplo) y hacerlo rectangular; lo rojo puede cambiar de color…

Pero ¿qué pasa con las IDEAS de Cilindro, Rojez, Dureza...? Estas, ahora que me doy cuenta, no tienen las mismas características que he dicho que tiene la realidad, sino las contrarias:

-No son sensibles: no puedo ver el Cilindro, puedo ver cosas cilíndricas. El Cilindro no tiene unas dimensiones concretas, es perfectamente cilíndrico (no como las cosas cilíndricas de la “realidad”). Lo mismo pasa con el círculo, con la rojez, con la dureza. Las ideas no están entre los objetos que puedo ver. Sin embargo sí puedo pensarlas, con el entendimiento. Son INTELIGIBLES, pero no sensibles.

-¿Son espacio-temporales? No. El Cilindro, el Círculo, la Rojez, no están en ningún lugar en concreto, ni existe en un tiempo. Es absurdo pensar que hubo un tiempo en que el Cilindro no tenía las propiedades que tiene ahora. Las Ideas son inespaciales, atemporales. Si supongo que el mundo desaparece ahora mismo, no por eso puedo pensar que 2+2 dejan de ser 4. Y si el mundo material no existió alguna vez, aún así las Ideas eran como son, y lo serán siempre. Mejor dicho, no tienen nada que ver con el tiempo y el espacio.

-Además, por eso mismo, las Ideas no cambian, son INMUTABLES. Una cosa cilíndrica puede hacerse cuadrangular, una cosa roja puede volverse blanca, pero el Cilindro no puede convertirse en Cuadrángulo, ni la Rojez puede hacerse Blancura.

-Las Ideas son Sustantivas, es decir, cada una se define por ser ella misma: lo Blanco (o sea, la Blancura) lo Círculo (la Circularidad), lo Bello (la Belleza), etc. Las Ideas son las Esencias, es decir, el Qué es cada cosa.

-Así que las Ideas o Esencias tienen necesariamente las propiedades que tienen.


Tengo, por tanto, dos tipos de “cosas”:

-los fenómenos, que son particulares (localizados espacio-temporalmente), cambiantes, sensibles, contingentes, sus propiedades son Adjetivas; y

-las Ideas, que son universales (atemporales, inespaciales), inmutables o eternas, necesarias.

¿Cuáles de estos dos tipos de cosas son reales, verdaderamente reales? Posibles respuestas:

A) Las Ideas no existen realmente. Sólo son reales las cosas materiales.

     A1) Las Ideas no existen en absoluto, son ficciones, inventadas por nosotros.

     A2) Las ideas no son del todo ficciones, sino productos de nuestra mente, humana, mediante las cuales entendemos la realidad.

B) Las Ideas son reales, existen por sí mismas, de forma independiente a los fenómenos materiales.

     B1) Las Ideas existen aparte del mundo material, y gracias a ellas conocemos a éste.

      B2) Las Ideas no sólo son reales, sino que son la verdadera realidad. El mundo físico es una ilusión, una forma distorsionada en que percibimos las Ideas, debido a nuestra ignorancia.


¿Cuál te parece más razonable y por qué?

jueves, 18 de octubre de 2012

Pensar antes de actuar. Platón I

"Antes, cuando yo era joven, sentí lo mismo que les pasa a otros muchos: tenía la idea de dedicarme a la política tan pronto como fuera dueño de mis actos. Entonces se produjo una revolución; al frente de este cambio político se establecieron como jefes cincuenta y un hombres. Ocurría que algunos de ellos eran parientes míos y me invitaron a colaborar en trabajos que, según ellos, me interesaban. Lo que me ocurrió no es de extrañar, dada mi juventud: yo creí que iba a gobernar la ciudad sacándola de un régimen injusto para llevarla a un sistema justo, de modo que puse una enorme atención en ver lo que podía conseguir. En realidad, lo que vi es que en poco tiempo hicieron parecer de oro al antiguo régimen; entre otras cosas enviaron a mi querido y viejo amigo Sócrates, de quien no pondría ningún reparo en afirmar que fue el hombre más justo de su época, para que, acompañado de otras personas, detuviera a un ciudadano y lo condujera violentamente a la ejecución. Pero Sócrates no obedeció y se arriesgó a toda clase de peligros antes que colaborar en sus iniquidades. Viendo, pues, todas estas cosas, me indigné y me abstuve de las vergüenzas de aquella época.
Poco tiempo después cayó el régimen de los Treinta, y otra vez me arrastró el deseo de dedicarme a la política. Pero la casualidad quiso que algunos de los que ocupaban el poder hicieran comparecer ante el tribunal a nuestro amigo Sócrates y presentaran ante él la acusación más inicua y más inmerecida. Al observar yo todas estas cosas, cuanto más atentamente lo observaba más difícil me parecía administrar bien los asuntos públicos. Entonces me vi obligado a reconocer, en alabanza de la filosofía verdadera, que sólo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en la vida pública como en la privada"
.
[Platón. Carta vii. Extractos]


¿Creéis que es sensato quedarse sentado hasta saber qué es lo Justo, antes de tomar ningún partido contra las injusticias?
¿Cuántos políticos se habrán preguntado a fondo qué es la Justicia? ¿Se llega así a la política?

Sócrates: el veneno y la filosofía

Sócrates fue condenado a muerte, acusado de introducir falsas creencias sobre los dioses y de corromper a la juventud. Durante el juicio, en que se defendió él sólo, hablando a su modo coloquial y sin retórica, demostró que los que le acusaban no tenían ni idea de cómo hay que educar a la juventud, aunque desde luego tenían claro que eso de dedicarse a conocerse a sí mismos y buscar qué es bueno en sí mismo, no iba a hacer precisamente ricos y poderosos a los chavales que se habían engatusado con el indeseable de Sócrates y sus preguntas.

No se rebajó, como otros en su situación, a pedir clemencia llorando ni a aceptar lo que le pedían, o sea, que dejara de incordiar con sus preguntas y se callara de una vez, sino que dijo que lo justo sería que le alimentase el estado de Atenas hasta su muerte:

Pues la verdad es lo que voy a decir, atenienses. En el puesto en el que uno se coloca porque considera que es el mejor, o en el que es colocado por un superior, allí debe, según creo, permanecer y arriesgarse sin tener en cuenta ni la muerte ni cosa alguna, más que la deshonra. (…) Al ordenarme el dios, según he creído y aceptado, que debo vivir filosofando y examinándome a mí mismo y a los demás, si abandonara mi puesto por temor a la muerte o a cualquier otra cosa.
Atenienses, temer la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males. Sin embargo, ¿cómo no va a ser la más reprochable ignorancia la de creer saber lo que no se sabe? Yo, atenienses, también quizá me diferencio en esto de la mayor parte de los hombres, y, por consiguiente, si dijera que soy más sabio que alguien en algo, sería en esto, en que no sabiendo suficientemente sobre las cosas del Hades, también reconozco no saberlo. Pero sí sé que es malo y vergonzoso cometer injusticia y desobedecer al que es mejor, sea dios u hombre. En comparación con los males que sé que son males, jamás temeré ni evitaré lo que no sé si es incluso un bien.

En su última conversación con unos amigos intentó convencerles de que la filosofía es una preparación para la muerte, y que la muerte no es real, porque no puede afectar al alma, que es la esencia del hombre.

Así cuenta Platón sus últimos momentos:

El sol estaba ya cerca de su ocaso, pues había pasado mucho tiempo dentro. Llegó recién lavado, se sentó, y después de esto no se habló mucho. Vino el servidor de los Once y, deteniéndose a su lado, le dijo:
-Oh Sócrates, no te censuraré a ti lo que censuro a los demás, el que se irritan contra mí y me maldicen cuando les transmito la orden de beber el veneno que me dan los magistrados. Pero tú, lo he reconocido durante todo este tiempo, eres el hombre más noble, de mayor mansedumbre y mejor de los que han llegado aquí, y ahora también bien sé que no estás enojado conmigo, sino con los que sabes que son los culpables. Así que ahora, puesto que conoces el mensaje que te traigo, salud, e intenta soportar con la mayor resignación lo necesario. Y rompiendo a llorar, se dio la vuelta y se retiró.
Sócrates, entonces, levantando su mirada hacia él, le dijo:
-También tú recibe mi saludo, que nosotros así lo haremos. -Y, dirigiéndose después a nosotros, agregó-: ¡Qué hombre tan amable! Durante todo el tiempo que he pasado aquí vino a verme, charló de vez en cuando conmigo y fue el mejor de los hombres. Y ahora ¡qué noblemente me llora! Así que, hagámosle caso, Critón, y que traiga alguno el veneno, si es que está triturado. Y si no que lo triture nuestro hombre.
-Pero, Sócrates -le dijo Critón:- el sol, según creo, está todavía sobre las montañas y aún no se ha puesto. Y me consta, además, que ha habido otros que lo han tomado mucho después de haberles sido comunicada la orden, y tras haber comido y bebido a placer, y algunos, incluso, tras haber tenido contacto con aquellos que deseaban. No te apresures, que todavía hay tiempo.
-Es natural que obren así, Critón -repuso Sócrates-, ésos que tú dices, pues creen sacar provecho al hacer eso. Pero también es natural que yo no lo haga, porque no creo que saque otro provecho, al beberlo un poco después, que el de hacer el ridículo conmigo mismo, mostrándome ansioso y avaro de la vida cuando ya no me queda ni una brizna. Anda, obedéceme - terminó - y haz como te digo.
Al oírle, Critón hizo una señal con la cabeza a un esclavo que estaba a su lado. Salió éste, y después de un largo rato regresó con el que debía darle el veneno, que traía triturado en una copa. Al verle, Sócrates le preguntó:
-Y bien, buen hombre, tú que entiendes de estas cosas, ¿qué debo hacer?
-Nada más que beberlo y pasearte - le respondió - hasta que se te pongan las piernas pesadas, y luego tumbarte. Así hará su efecto.
Y, a la vez que dijo esto, tendió la copa a Sócrates.
La tomó éste con gran tranquilidad, sin el más leve temblor y sin alterarse en lo más mínimo ni en su color ni en su semblante, miró al individuo de reojo como un toro, según tenía por costumbre, y le dijo:
-¿Qué dices de esta bebida con respecto a hacer una libación a alguna divinidad? ¿Se puede o no?
-Tan sólo trituramos, Sócrates - le respondió - la cantidad que juzgamos precisa para beber.
-Me doy cuenta - contestó -. Pero al menos es posible, y también se debe, suplicar a los dioses que resulte feliz mi emigración de aquí a allá. Esto es lo que suplico: ¡que así sea!
Y después de decir estas palabras, lo bebió conteniendo la respiración, sin repugnancia y sin dificultad.
Hasta este momento la mayor parte de nosotros fue lo suficientemente capaz de contener el llanto; pero cuando le vimos beber y cómo lo había bebido, ya no pudimos contenernos. A mí también, y contra mi voluntad, me caían las lágrimas a raudales, de tal manera que, cubriéndome el rostro, lloré por mí mismo, pues ciertamente no era por aquél por quien lloraba, sino por mi propia desventura, al haber sido privado de tal amigo. Critón, como aún antes que yo no había sido capaz de contener las lágrimas, se habia levantado. Y Apolodoro, que ya con anterioridad no había cesado un momento de llorar, rompió a gemir entonces, entre lágrimas y demostraciones de indignación, de tal forma que no hubo nadie de los presentes, con excepción del propio Sócrates, a quien no conmoviera. Pero entonces nos dijo:
-¿Qué es lo que hacéis, hombres extraños? Si mandé afuera a las mujeres fue por esto especialmente, para que no importunasen de ese modo, pues tengo oído que se debe morir entre palabras de buen augurio. Venga, estad tranquilos y mostraos fuertes.
Y, al oirle nosotros, sentimos vergüenza y contuvimos el llanto. El, por su parte, después de haberse paseado, cuando dijo que se le ponían pesadas las piernas, se acostó boca arriba, pues así se lo había aconsejado el hombre. Al mismo tiempo, el que le había dado el veneno le cogió los pies y las piernas y se los observaba a intervalos. Luego, le apretó fuertemente el pie y le preguntó si lo sentía. Sócrates dijo que no. A continuación hizo lo mismo con las piernas, y yendo subiendo de este modo, nos mostró que se iba enfriando y quedándose rígido. Y le siguió tocando y nos dijo que cuando le llegara al corazón se moriría. Tenia ya casi fría la región del vientre cuando, descubriendo su rostro -pues se lo había cubierto -, dijo éstas, que fueron sus últimas palabras:
-Critón, debemos un gallo a Asclepio [el dios de la medicina]. Pagad la deuda, y no la paséis por alto.
-Descuida, que así se hará - le respondió Critón -. Mira si tienes que decir algo más.
A esta pregunta de Critón ya no contestó, sino que, al cabo de un rato, tuvo un estremecimiento, y el hombre le descubrió: tenía la mirada inmóvil. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.
Asi fue el fin de nuestro amigo, de un hombre que, podríamos afirmar, fue el mejor a más de ser el más sensato y justo de los hombres de su tiempo que tratamos.


¿Por qué diría Sócrates esas últimas palabras? ¿Qué creeis que significan?
¿Necesitamos aprender a morir? ¿Sócrates puede enseñarnos algo de eso?

lunes, 15 de octubre de 2012

La sabia ignorancia. Sócrates

¿A dónde puede ir uno si quiere hacerse sabio? (Pero sabio, no en ordenadores o en zapatillas, sino sabio en… la vida, digamos a lo cursi). Si uno quería hacerse sabio en la Atenas de Sócrates podía encaminarse a la escuela de algún sofista (bueno, necesita dinero también).

Pero a Sócrates no le dejaba satisfecho lo que esos sabios querían o podían enseñarle... (además, no andaba muy bien de fondos para costearse el curso avanzado) ¿Por qué?
¿Qué te enseñaban estos grandes hombres? La mayor de las habilidades, aseguraban, la que las usa a las demás, y la que te puede hacer más poderoso: la de convencer.

Gorgias, para explicarle el gran poder de la retórica a Sócrates, le cuenta cómo muchas veces él, Gorgias, que no sabe ni jota de medicina, acompaña a su hermano, que es un gran médico, y sólo él, Gorgias, con su saber hablar, convence al enfermo de que se tome la medicina o se deje amputar. Y lo mismo podría decirse de la política (¿habría llegado Hitler tan lejos si no hubiesen tenido ese poder de atracción?) o de cualquier otro asunto.
Pero ¿cómo puede ser, preguntaba entonces Sócrates, que convenza más alguien que no sabe de un asunto que el que sí sabe? ¿Por qué la simple y desnuda verdad no convence a algunos? ¿A quienes convence más la apariencia que la verdad?

A ver, ¿haría falta Gorgias en un congreso de medicina para convencer a los médicos de un nuevo descubrimiento? ¿O en un congreso de herreros, o de matemáticos? No, porque estos no se dejarán convencer por la retórica (bueno, aquí hay mucho que decir, pero digamos que, en la medida en que sean médicos, herreros, matemáticos… se fiarán sólo de argumentos veraces). Entonces... es sólo a los ignorantes a los que convence la retórica.

De todas formas, sería muy útil esa técnica allí donde nadie es más sabio que los demás, por ejemplo, en una junta de vecinos. O... en una campaña electoral.

Aquí viene la segunda pega de Sócrates. ¿Es útil tener ese poder? ¿Útil para qué? Por supuesto, para conseguir nuestros fines. Pero ¿cuáles? ¿Sabemos cuáles son esos?

No, para eso necesitaríamos antes saber qué es un ser humano y qué nos conviene.

¿Qué es el hombre? (según Kant esta es la pregunta que encierra a todas las preguntas filosóficas):

Conócete a ti mismo

(gnothi seauton, en griego), decía la inscripción del templo de Apolo en Delfos, y Sócrates lo consideró siempre el primer (y quizás último) mandamiento.

Pero en la búsqueda de uno mismo la retórica no sirve para nada. Sería engañarse a sí mismo.

Y ¿sabe el sofista qué es lo bueno?

Los sofistas solían contestar a Sócrates una de dos:
-O que todo el mundo lo sabe
-o que nadie lo sabe, porque si no hay una verdades absolutas, menos aún las hay en el tema de lo bueno y malo.

Pero, creía Sócrates que es evidente que no todo el mundo lo sabe ni cree saberlo, porque ni siquiera están de acuerdo.

¿Será, entonces, que no hay nada en sí bueno o malo, sino lo que uno decida o prefiera?

Lo bueno es lo que quiere cada uno, y quien más poder tiene impone sus gustos (pensaba un sofista, llamado Trasímaco).
Pero, objeta Sócrates ¿y si el poderoso es ignorante, y manda algo que le perjudica?

Supongamos que unos extraterrestres te hacen el mejor regalo: una máquina con la que puedes controlar a todas las personas. Puedes destruir o dañar a quien no te obedezca, y nadie te la puede arrebatar, porque detecta a los intrusos y los daña. ¿Esa máquina te acercaría más a la felicidad?


Sócrates, en cambio, confesaba abiertamente que no sabía realmente nada, porque no sabía quién era y qué le convenía. Lo que sí sabía es que no lo sabía, y que debía dedicar todo el tiempo que pudiese a saber eso antes que nada, si no quería vivir (como, por desgracia, le pasa a la mayoría) siguiendo ciegamente el camino trazado.
Así lo cuenta él en su defensa ante el jurado (según la versión de Platón):

De mi sabiduría, si hay alguna y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios que está en Delfos. Pues bien, una vez mi amigo Querefonte fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio. Durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir el oráculo. Más tarde, a regañadientes, me puse a investigarlo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios. Ahora bien, al examinarle, me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio, y especialmente lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que el creía ser sabio, pero que no lo era. Así me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Después de esto iba yo uno tras otro y, ¡por el perro!, me pareció que los de mayor reputación estaban casi carentes de lo más importante para el que investiga según el dios. A causa de esta investigación, atenienses, me he creado muchas enemistades, y han surgido muchas tergiversaciones y el renombre de que soy sabio. Es probable que el dios sea en realidad sabio y que en este oráculo diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que habla de Sócrates como si dijera: ”es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría. [Platón. Apología de Sócrates. 20e y ss. Extractos]

O sea, los que no saben, y ni siquiera saben que no saben, enseñan (y cobran sus enseñanzas, sus discursos llenos de afirmaciones contundentes). Quien sabe que no sabe y busca el saber, no adoctrina, sino que dialoga, y nunca cobra nada por sus palabras. ¿Te suena este fenómeno?

Más curioso aún: los que no saben ni siquiera su ignorancia de lo que es valioso, sostienen que no hay nada que averiguar sobre lo que es bueno (o lo saben ya todos o nunca lo podrá saber nadie); sin embargo, quien sabe que no sabe, cree que se podría llegar a saber qué es lo bueno.


¿Sabe la gente lo que es bueno? ¿Quiénes lo saben?
¿Qué relación tiene esta cuestión con la de la utilidad?

jueves, 4 de octubre de 2012

Protágoras, la utilidad de lo verosímil

Discurso (ficticio, pero real) de inauguración del master de Educación para Ciudadanos. Impartido por el reputado intelectual, Protágoras de Abdera.


Queridos ciudadanos de Atenas,
cuantos os habéis inscrito en este curso, haciendo un esfuerzo económico que podíais haber destinado a cosas más usuales y aparentemente prácticas, queréis, es de suponer, aprender algo de este presunto sabio que soy yo, y confiáis en que tenga algo muy importante que aportaros. Muy bien. Y ¿qué es lo andáis buscando? ¿Qué puede aportaros un humilde intelectual venido de lejanas tierras, un extranjero sin oficio, sin más oficio que la palabra?

Algunos, quizás, vengan con la sincera creencia de que van a encontrar aquí la Verdad, con mayúsculas, o al menos una parte de ella. Otros quizás vengan pensando que van a encontrar aquí algo útil, quizás una profesión con la que sustentarse y sustentar a su familia el resto de sus días. Ambos aciertan, en parte, pero ambos se equivocan también.

Quizás algunos crean que les voy a mostrar todo lo divino y humano, como se suele decir. Pues bien, ya os digo de antemano que de los dioses no diré ni una palabra, porque no tengo la capacidad suficiente para decir nada de ellos. Ni, a decir verdad, creo que la tenga nadie, por más que algunos presumen de saber mucho del asunto. En todo caso, otros os enseñarán esas cosas a quienes os interesen. Yo me limitaré a lo humano, que ya es mucho. Os hablaré de la verdad, tal como yo la entiendo. Y os enseñaré lo más útil para vuestras vidas. Pero, sobre todo, querría que, después de este curso, fueseis mejores ciudadanos de vuestra ciudad y del mundo, y personas más hábiles para conseguir su felicidad. Ahora bien, quienes vengan buscando a un filósofo que conoce la verdad absoluta de todas las cosas, pueden volver a la secretaría y pedir que le devuelvan el dinero. A ese no he logrado explicarle, mediante la publicidad que habéis encontrado por toda la ciudad, qué saber imparto yo.

Voy a empezar hablando de la Verdad, esa grandilocuente palabra. Quizás alguno de vosotros haya leído los libros de los sabios, de Tales el milesio, de Anaxágoras el de Clazómenas, pero que vive en esta ciudad desde hace tiempo, o del itálico Parménides, o de la secta de los pitagóricos, o del oscuro Heráclito, el efesio. Todos y cada uno de ellos tienen una verdad que ofrecernos, y su verdad es, si les creemos, la Verdad absoluta y última, el cómo son las cosas en sí mismas. Desgraciadamente, es difícil encontrar a dos de ellos que tengan la misma verdad absoluta. Sin embargo, todos son muy hábiles para demostrarnos que la suya es la verdad, y en ordenarnos que les sigamos.

Pues bien, yo, que también les he leído y estudiado y me he devanado los sesos con sus libros difíciles, y he llegado también a Mi verdad (quiero resaltar lo de ‘mi’). Os la voy a decir desde ahora mismo. Mi verdad, la verdad que he descubierto, escuchad, es… que no existe la verdad. No hay la Verdad absoluta, y es inútil buscarla. Hay tu verdad, tu verdad, la verdad de Anaximandro, la de Homero, la de las ranas. Pero no hay La Verdad, sola y única. Y si la hubiera, nosotros no podríamos conocerla. Es más, aunque alguno lograse conocerla, no podría contárnosla a los demás.

¿Por qué pienso así? Os lo contaré de manera muy sencilla. ¿Qué es eso de La Verdad? Los filósofos dicen que la Verdad es la Verdad en sí misma, independiente de cómo la crea yo o tú. Tú y yo no vemos más que apariencias, pero la Verdad en sí misma está más allá o detrás de las apariencias. Y yo me preguntaba: ¿cómo puedo escapar yo de las apariencias, y encontrar esa realidad real? Y por fin comprendí que eso es imposible. Yo jamás saldré de mí mismo. Uno no puede dejar de percibir lo que ve como lo ve, aquí y ahora. Lo que yo veo y creo, no puede ser falso para mí. Puede serlo para ti, pero eso es otro asunto. Si tú me convences de algo, es decir, si consigues que yo piense como tú, entonces habrás cambiado mi creencia acercándola a la tuya. Eso es todo: no estaremos ahora más cerca de la verdad. La verdad, sin relación contigo o conmigo, carece de sentido. ¿Comprendéis? El hombre es la medida de todo, de lo que existe y de lo que no.

Algunos, cuando me oyen decir esto (quizás a vosotros se os está ocurriendo lo mismo), me dicen: pero, Protágoras, los filósofos se toman la molestia de razonar lo que dicen. A esto contestaré dos cosas. Lo primero es que uno no puede razonarlo todo. Ciertas cosas las dará por supuestas. Hay gentes, por ejemplo, que creen que la manera de demostrar una cosa es sacrificando un gallo y mirando sus intestinos. Si un filósofo les dice que tienen que atenerse a su manera de argumentar, y dejarse de gallos, o de libros sagrados, y coger las palabras del filósofo, estará haciendo una descarada petición de principios.

Lo segundo que tengo que decirle a ese, es esto: resulta que los propios filósofos están continuamente contradiciéndose, no sólo unos a otros, sino cada uno a sí mismo. Unos dicen que todo es uno, pero ya al decirlo se están traicionando, porque sus propias palabras les desmientes. Otros dicen que todo viene del infinito, pero ese infinito lo expresan en palabras concretas y finitas. El inteligente Gorgias, el leontino, ha demostrado que, en realidad, nada es. Que ¿cómo? Pues así: si hubiese ser, dice, tendría que venir de algo o de la nada. De la nada, decimos que nada sale. Pero si el ser viniese de algo, sería de otro ser, o sea, que el ser viene del ser. Y eso es lo mismo que decir que no ha venido, sino que no tiene principio. Pero lo que no tiene principio, no existe. Así que nada es. Gorgias ha inventado este razonamiento de broma, claro…, y en serio.

Cuando decimos de una teoría que es verdadera, sólo estamos diciendo que yo la creo, que me gusta, que me siento irresistiblemente inclinado a afirmarla. Eso le pasa a cualquier creyente en algo. Ahora bien, los hay más o menos fanáticos. Muchos filósofos, lo digo como sinceramente me lo dicta mi corazón, son fanáticos, fanáticos de ciertas creencias, llamadas razonamientos, que creen que todo el mundo debería compartir.

Muy bien, me diréis, si como dices no hay ninguna verdad superior a otra, ¿qué tienes tú que enseñarnos? ¿Para qué te hemos dado nuestro dinero? Aquí pasamos a lo segundo y más importante (no vayáis todavía a pedir que os devuelvan el dinero de la matrícula). Claro que no todas las verdades son iguales. Claro que hay sabios e ignorantes. Pero ¿qué es lo que distingue a un sabio de un ignorante? No el que uno sepa la Verdad con mayúsculas y el otro no, porque cada uno tiene su punto de vista, verdadero para él. La diferencia es que unos puntos de vista son más útiles que otros para cubrir nuestras necesidades. Y esto es lo verdaderamente importante. Yo querría enseñaros, no la verdad, sino la creencia más conveniente y útil.

Ahora, ¿qué necesitamos para eso? Pues es muy sencillo, aunque es a la vez muy difícil de conseguir. Necesitamos los mejores medios para satisfacer nuestros deseos. Se dice pronto, ¿verdad?

Son dos cosas: primero, nuestros deseos. ¿Cuáles son nuestros deseos? Los filósofos dicen saber, por supuesto, qué tenemos que desear tú, y tú, y yo. Pero, desde luego, están equivocados. Ellos no pueden saber qué tienes que desear tú, porque eso es algo que, sencillamente, tienes que elegir tú. Igual que creen que hay una Verdad absoluta, ellos creen que existe lo Bueno en sí. Pero mirad lo que os digo: yo he viajado mucho. Y ¿sabéis qué he comprobado? He comprobado que en cada sitio la gente creía que lo bueno por naturaleza era lo que hacían y querían hacer ellos. Aunque para las personas de otros lugares se tratase de cosas absurdas. Unos pueblos comen carne, otros no quieren ni verla. Unos, cerdo; otros, ranas. Unos se afeitan la cabeza, otros se dejan melena. Unos creen que la homosexualidad es un pecado, otros creen que es sagrada; incluso sé de pueblos que comen carne humana. ¿Puede alguien decir que unas de esas cosas son buenas y otras malas? No puede. Lo bueno, para uno, es lo que uno aprueba, lo que quiere y desea. Aunque a otros les parezca horrible. En esto, pues, no puedo enseñaros mucho. Miraos a vosotros mismos y preguntaros: ¿qué me gusta a mí, verdaderamente? No qué dicen otros que tendría que gustarme. Así no serás nunca feliz.
Pero hay una segunda cosa, que son los medios para conseguir vuestros deseos. Si yo deseo una casa, necesito un terreno donde construirla. Si no la deseo, eso es completamente inútil para mí. Hay cosas útiles e inútiles, no buenas o malas. Son útiles las que me llevan a donde quiero. Inútiles, las demás.

Y ¿qué pintas tú en esto?, estará pensando alguien. Escuchad ahora bien. ¿Sabéis cuál es la herramienta más útil de todas? ¿No? Pues, para hablar en tono mítico (así, de paso, tengo algo que decir sobre lo divino) esa herramienta nos la dieron los dioses, para que nos pudiéramos proteger y defender de la naturaleza, para que la dominásemos a nuestro deseo. Esa herramienta se llama Palabra. La Palabra es lo más útil que hay. Hay una segunda herramienta, hermana de la palabra. Se llama Política. Quien sabe manejar estas dos herramientas, sabe todo lo que un mortal puede saber para hacer su vida mejor.

Eso es lo que os enseñaré: os enseñaré los secretos de la Palabra, y su hija la Política. Debéis manejar bien las palabras, para que digan lo que queremos que digan, lo que cada uno quiere decir con ellas. Las palabras tienen que significar lo que vosotros queráis, para hacer con ellas el mundo que deseáis.
Os enseñaré el secreto de la política. Vosotros tenéis mucho camino hecho, porque vivís en una democracia. La democracia es ese lugar donde nadie le dice a nadie qué es verdadero o bueno en sí mismo, ni cómo debe vivir. Cada uno decide su vida, y es tolerante con las vidas de los demás, aunque a él no le encanten. Y la democracia es, sobre todo, donde se usa la palabra, la palabra para convencer a los demás, para que vean las cosas como yo, y vivamos en paz entre semejantes.

A quienes esto les parezca poco, pueden ya pedir que se les devuelva el dinero de la matrícula, y pueden dirigirse a alguno de esos filósofos que ya conocéis. Yo mismo os puedo dar varias direcciones, porque las frecuenté en otros tiempos. Al resto de vosotros, bienvenidos. Si os quedáis, habré demostrado hoy mismo que, efectivamente, la palabra es el mejor instrumento. Pero comprometo otra demostración. Cuando terminéis este curso, sabréis usar la palabra de manera que nadie os convencerá de lo que no deseáis, y en cambio vosotros convenceréis a todos. Así que, os doy esta garantía: si, acabando este curso, uno de vosotros pierde el primer juicio al que se presente, le devolveré todo su dinero.

¿Qué os parece este discurso? ¿Pagaríais el curso -si tuviéseis dinero-?

Ver también  esta otra entrada sobre los sofistas

miércoles, 3 de octubre de 2012

Heráclito, la locura de la sabiduría

(Narración, ficticia y, por tanto, real)

Sin hacer caso de las gentes, que dicen que es un loco soberbio y huraño, un día subí hasta la cabaña del viejo Heráclito, el filósofo solitario que, según cuentan, se alimenta de raíces y dice cosas incomprensibles. Lo encontré jugando a las tabas con unos niños. La fama dice que sólo a los niños les tiene aprecio. Me detuve a unos pasos de ellos y, al notar mi presencia, el viejo dijo:
-¿Qué quieres? ¿Sabes el juego de las tabas?
-Sí –dije-, pero vengo a otra cosa.
-¿A qué vienes? –dijo, secamente.
-A conocer tu sabiduría –contesté.
-¿Sabiduría? –dijo, en tono irónico-. Si sabes jugar a las tabas ya tienes toda la sabiduría –hizo un silencio. Yo tampoco dije nada. Luego siguió- Vete, no tengo nada que enseñarte. En la ciudad hay muchos maestros, pueden enseñarte a ser un buen ciudadano, rico y respetado.
-Ya los conozco –dije yo-. Ahora quiero saber qué dices tú, al que ellos toman por loco.
-Hazles caso –dijo él-. Lo que tengo que decir no sirve para nada, y es absurdo, enemigo de la normalidad.
-Ya sé lo que dicen los normales –insistí yo-, quiero saber también lo absurdo.
-Piénsalo tú mismo, como he hecho yo: estudiarme a mí mismo –dijo en su tono seco.
-Creía –dije- que los que han pensado algo profundo aman a las personas, y están dispuestos a hablar con ellos si los ven deseosos de comprender. ¿Tu sabiduría te lleva a rechazar la amistad?
Entonces él se me quedó mirando, con una mezcla de curiosidad y cierta satisfacción, y con un tono más dulce, me dijo:
-¿Sabes digerir raíces?
-Dicen que son muy amargas –contesté.
-Y por eso mismo son lo más dulce –dijo él.
-Sí, querría ir a las raíces: son las que sujetan el árbol –dije.
-Porque están ocultas a la vista y no son aparentes –dijo.- Lo que yo pueda decirte es locura para los más, que sólo creen lo que se ve, e ignoran la luz oculta. Los más viven en sueños, son propiamente idiotas.
-¿Cuál es nuestra idiotez? –pregunté.
-La idiotez –contestó, mientras seguía jugando a las tabas con los niños- es vivir en un mundo propio, y no conocer el mundo común. Pero hay una única Razón, que lo gobierna todo y es todo. Ella es un fuego vivo, que todo lo crea y todo lo devora, y que huele a diferentes cosas según las hierbas que consume.
-¿Y cuál es esa Razón única? –le pregunté.
-Las gentes, encerradas en su sueño, creen que lo blanco es blanco y lo negro es negro; que lo vivo es vivo y lo muerto, muerto; que lo sagrado es sagrado y lo profano es profano; que lo bueno es lo bueno y lo malo es lo malo.
-Eso creen todos –asentí.
-Sin embargo –siguió-, lo blanco se oscurece y lo negro blanquea; lo vivo muere y lo muerto nace a la vida; lo sagrado se profana y lo profano se consagra; lo bueno hace el mal y lo malo se hace bueno. Esto no le llama la atención al que está metido en el sueño que llaman vida.
-¿Por qué tenía que llamarle la atención que las cosas cambien? –dije.
-Tenía que llamarnos la atención que lo mismo, exactamente lo mismo, se haga justo lo contrario, sin dejar de ser exactamente el mismo e incluso por eso mismo.
-¿Quieres decir que la misma cosa, yo por ejemplo, permanece a través de los cambios? –le pregunté yo.
-No sólo eso –contestó-: es que es la misma gracias a que cambia, como un medicamento, que si no lo agitas se descompone. Y es diferente gracias a que es la misma, como el camino hacia arriba es el mismo que el camino hacia abajo. La normalidad idiota es la que distingue y se queda con sólo una parte. Si esto es blanco, no es negro, si es bueno, no es malo. La normalidad idiota querría eliminar lo negro y quedarse sólo con lo blanco, eliminar lo malo y quedarse con lo bueno… No ven que la guerra es la madre de todo, y que si eliminas uno eliminas el contrario. Sin mortales, no hay dioses, sin dioses no hay mortales.


-Sin invierno no hay primavera, sin dolor no se aprecia la felicidad –dije.
-Es más –siguió él-, no ven que lo uno es lo otro a la vez, que lo más claro es justo lo más oscuro.
-Eso es mucho más difícil de comprender –dije yo.
-Sí, para nuestro entendimiento limitado –contestó-. No comprender eso nos hace mortales. Aunque hasta en las vidas de los más simples se experimenta esto que te digo (o, más bien, lo que dice la Razón por medio de mi boca): por ejemplo, cuando llegan a sentir que una felicidad desbordante no se distingue de la mayor tristeza; o que quien más te cuida es tu mayor tirano; o que lo más luminoso ciega, y la mayor oscuridad, brilla. Pero con su razón no llegan a ver que lo Uno es lo mismo que lo Otro, que el Ser es lo mismo que la Nada, que lo más grande, lo absolutamente grande o infinito, es lo mismo que lo infinitamente pequeño… precisamente porque son contrarios. La sabiduría única dice que cuanto más contrarias son dos cosas más se acercan a ser la misma, y lo totalmente contrario es absolutamente lo mismo. Por eso la mayor sabiduría es la mayor locura, mientras que los ignorantes corrientes son los cuerdos.
-Al sentido común le cuesta seguir a esa Razón común de la que hablas –dije yo.
-Si no abandonas el sentido común –me contestó-, si no ves la idiotez de la normalidad, no puedes entender esto. Si conservas la cordura, la perderás; si la abandonas, la conseguirás. –Hizo un pequeño silencio, y luego siguió-: ¿Ves estas tabas? Los adultos lo llaman un juego. Saben lo que es un juego y lo que va en serio. Lo que ellos hacen es lo real: su política y sus guerras, sus negocios y sus pérdidas, sus hijos y su enemigos, sus esposas o esposos y sus ponerse los cuernos… todo eso es realmente serio, creen ellos. En verdad, es tan juego como las tabas. Es un ridículo juego. No comprenden que tomarse las cosas en serio es estar metido en un juego, y tomarse las cosas como un juego es lo único serio. El dios comprende todo en uno, y ve que guerra y paz son lo mismo. Pero nosotros somos como monos comparados con el dios. Nosotros ponemos nombres a las cosas, y lo que es esto no puede ser aquello. El dios, en cambio, tiene y no tiene nombre.
-¿Qué nombre tiene? –dije yo.
-Los griegos –me contestó- le llaman Zeus, o sea, luz, que es lo más grande. Pero con eso lo separan de la oscuridad. En cambio, el dios no está separado de nada, para el ser Absoluto nada es malo o despreciable. Por eso no puede ponérsele ningún nombre, ni adorársele de ninguna manera. Quiere y no quiere llamarse Zeus.
-¿Nunca podremos comprender eso, entonces? –le pregunté.
-Precisamente ahora lo comprendes –contestó-. Lo comprendes no comprendiéndolo, y no lo comprendes al intentar comprenderlo.
-Viejo Heráclito –le dije, entonces-, tú llevas años pensando en todo eso, y tu gran inteligencia te ha permitido llegar tan lejos que te sientes un extranjero entre los hombres. ¿Qué les dirías, si te pidiesen que les resumieses todo tu saber?
-Los hombres –dijo- dicen buscar el sentido de la vida, la solución al misterio de la muerte. Es verdad que muy a menudo se olvidan de eso, y se dedican a sobrevivir y reproducirse, generación tras generación. Pero el sentido de las cosas está ahí mismo, en cada uno de ellos. Lo encontrarán cuando vean que el sentido es lo mismo que el sinsentido; lo solucionarán cuando vean la vida como muerte y la muerte como vida.
-¿Cómo puede verse a la muerte como vida? –dije yo- ¿Crees que merece la pena decirles algo tan desesperanzador?
-Sólo es desesperanzador para el que no sabe qué es vivir –me contestó-. En lo que llaman vida no hay más que un continuo morir, instante a instante, para repetirse su nada. En la muerte alcanzamos la indistinción, y nos convertimos otra vez en el Zeus y Fuego y Razón única. Ya no distinguimos vida de muerte, felicidad de tristeza: despertamos. Pero los hombres quieren aferrarse a su sueño, y no quieren despertar, aunque en el sueño sufren continuamente. Aprende de esto, del juego. El reino es de un niño.

Esa fue mi primera conversación con el oscuro Heráclito, como le llaman los más, los “idiotas”, según los llama, cariñosamente, el viejo. Después he subido varias veces hasta su choza. Con el tiempo, he aprendido todos los secretos de las tabas, y se jugar sin pensar, y entonces lo comprendo todo. O eso me parece.

¿Qué piensas tú de un pensamiento como éste? ¿Sabiduría y locura son lo mismo? ¿Los contrarios son idénticos?

Ver también esta otra entrada sobre Heráclito

lunes, 1 de octubre de 2012

Pitágoras y los suyos (o sea, nosotros)

Pitágoras fundó una escuela en que había dos tipos de alumnos. Unos, los recién llegados, eran oyentes, sólo podían escuchar a discípulos del maestro, nunca a Pitágoras, y no tenían derecho a hacer preguntas. Aprendían sentencias útiles y les daban fe por venir de Pitágoras, sin recibir demostración alguna.
Los que, entre aquellos, demostraban más aptitudes para la filosofía, se convertían en “matemáticos”, discípulos directos, que escuchaban al mismísimo Pitágoras y podían hacerle preguntas y recibir razones.
Estos últimos aceptaban a la vez unas costumbres y formas de vida establecidas por Pitágoras. Entre ellas, no comer carne (o sea, eran vegetarianos), porque creían que todos los seres se pueden reencarnar en otra especie. Dedicaban su vida a intentar hacerse sabios y perfectos mediante el conocimiento.
Hoy tal vez diríamos que formaban una especie de secta filosófica o monasterio.

Por todo eso las enseñanzas de la escuela eran bastante secretas (herméticas), y es difícil saber qué creía el propio Pitágoras, quien, además, parece que no dejó ningún libro escrito.

La principal enseñanza que se le atribuía era que

la esencia de todas las cosas es Número.

Eso podría entenderse como que todo lo que vemos (o creemos ver), las cualidades tales como colores, sonidos, olores, y demás, son sólo apariencias, es decir, la forma en que se nos aparecen (por ignorancia nuestra) las cosas, que en sí mismas son de naturaleza cuantitativa, abstracta.Dice la anécdota que esta teoría se le ocurrió a Pitágoras un día que oyó golpear varios hierros a un herrero y advirtió que los sonidos musicales (los de la escala) se corresponden con medidas matemáticas muy simples (1/2, 2/3, 3/4…)

La Ciencia moderna, que empezó con Galileo y compañía, busca la matematización de toda la naturaleza. Según Galileo, los números son el lenguaje en que está escrito el libro de la Naturaleza. Aunque los pitagóricos le daban también un sentido sagrado y metafísico a los números.

Ahora bien, existe una gran discusión filosófica: ¿Puede todo reducirse a número?

Algunos filósofos (y científicos que se ponen a filosofar), creen que sí. Entre los científicos modernos cabe mencionar al gran físico Heisenberg.
Otros, como Aristóteles, piensan, en cambio, que siempre habrá algo irreducible a número o a nociones geométricas, porque es imposible lógicamente, creen, explicar el movimiento y el cambio (el tiempo) a partir de simples nociones totalmente estáticas e inmutables.

¿Qué crees tú? Piénsalo un rato.

La teoría pitagórica del Número se aplica también al arte, a la producción de cosas bellas. Para un pitagórico lo bello es lo que cumple una buena proporción y orden, lo que se atiene a normas matemáticas muy simples. Buscad, por ejemplo, información sobre la Proporción Aúrea.

¿Crees que lo bello tiene una relación directa con la proporción y los números? ¿No son bellas algunas obras que muestran lo informe, como las de la última época de Goya o los Simpson?

Por supuesto el número principal era el Uno, al que consideraban el primero de los dioses y el elemento formal de todo el cosmos. Desde luego toda cosa tiene unidad, y sin unidad ninguna cosa tiene identidad. Por tanto lo Uno está en todas partes, aunque no está en ninguna en estado puro, porque en todos los seres está mezclado con otras características. El Uno puro está fuera de todas las cosas, como Dios.

El Dos era, claro está, el segundo en importancia. Lo llamaban la “madre” o matriz, porque el par sirve para duplicar cualquier cosa. Era, pues, el elemento material, que junto con lo Uno, daba lugar a todas las demás cosas.

Un número muy importante era la Década (el Diez), que era la suma de los cuatro primeros números (1+2+3+4). A este número lo llamaban la Tetractys, y se dice que juraban por ella (tan sagrada la creían –aunque a algunos dioses no les gusta que juren por ellos-).




La otra parte de su enseñanza era que el Alma es inmortal y se reencarna en otros cuerpos. (Esta enseñanza también la sostienen los hindúes, y puede ser que haya habido alguna influencia hindú en la enseñanza de Pitágoras).

Zenón de Elea la razón te lía, II

(Diálogo entre Zenón de Elea y un paisano suyo más un amigo de tal paisano -continuación de la entrada anterior-)

Paisano de Elea.- Zenón, he traído a un amigo, ¿te parece bien?
Zenón.- Claro. A lo mejor sumando cabezas pensemos más.
Amigo de P.- Lo importante es pensar mejor, no más.
Z.- Bien dicho. Bueno, en lo que habíamos quedado es en pensar cuánto de grande es cada cosa. ¿Quién de los dos lo sabe?
Amigo.- Cuánto es de grande cada cosa dependerá de con qué la compares.
Z.- ¿Estás seguro? Puede ser. Quieres decir, si te interpreto bien…
Amigo.- Yo te digo lo que quiero decir: quiero decir que mi cabeza es grande comparada con mi puño, pero es pequeña comparada con al cabeza de Calias.
Z.- Tienes razón. Además, tu puño, por lo que veo, es más grande que esa piedrecita de ahí, la cual, a su vez, es más grande que una pulga, y creo que las pulgas son más grandes que los piojos. ¿El piojo es sólo más pequeño que los demás, o es más grande que algo o alguien? ¿Qué decís? ¿Hay algunas cosas que sean ya pequeñas en sí, no por comparación? ¿Y quizás otras que sean grandes en sí, no más pequeñas que nadie o nada?
P.- Eso ya lo hablamos ayer tú y yo, Zenón. Luego me acordé que tengo oído que un filósofo de Abdera, un tal Demócrito, dice que hay átomos, o sea, cosas indivisibles, de las cuales están hechas todas las demás cosas. Supongo que esos átomos son más pequeños que los piojos.
Z.- Es de temer. Y ¿has oído también cuánto ocupan esos átomos?
P.- No.
Z.- Pues escúchalo dentro de tu cabeza. ¿Pueden ocupar algo y ser, sin embargo, indivisibles?
Amigo de P.- ¡Claro que sí! No se pueden destruir o partir, pero tienen su propio tamaño.
Z.- Pero ¿por qué no se pueden partir? ¿Será porque no tenemos el cuchillo lo suficientemente fuerte, o porque son completamente indivisibles, hasta para la mente?
A.- ¿Qué problema hay en que sean indivisibles hasta con la mente?
Z.- Para mis entendederas hay el problema de que una cosa que no se pueda dividir ni con la mente tiene que medir exactamente nada.
A.- Y, si fuese así ¿qué?
Z.- Pues que si una cosa mide nada no es que sea pequeña, ni grande. Cualquier cosa que midiera algo, por poco que fuese, mediría infinitamente más que ella. ¿Cómo podríamos compararlas, entonces, en tamaño?

P.- Zenón, supongamos que no son indivisibles con la mente, sino sólo muy requetepequeñas.
Z.- Sí, pero infinitamente grandes ya.
A.- ¿Por qué?
Z.- Porque, si tienen algún tamaño, no veo manera en que no las podamos partir con la mente en infinitas partes.
P.- Es verdad, ya lo habíamos dicho.
Z.- Así que las cosas son a la vez tan pequeñas que no son nada, y tan grandes que son infinitas. Eso le pasará a todo lo que pueda ser más grande o más pequeño, como el espacio, o el tiempo.
P.- Por eso dices otras veces que no podemos movernos…
Z.- Claro. Me pregunto una y otra vez cuánto ocupa el espacio que va de mí a ti. Unos me dicen que hay infinitos puntos entre tú y yo. Pero entonces no entiendo cómo podemos siquiera movernos, si el más mínimo paso me hará atravesar un infinito. Entonces el otro suele decirme que no hay infinitos pasos, sino una cantidad determinada. Entonces me pregunto cuánto ocupa cada punto, y qué hay entre punto y punto. Y no sé salir de que cada punto, para ser indivisible, tiene que medir nada, y que lo que haya entre punto y punto no puede ser más que nada. Y no entiendo que sumando muchas nadas obtengamos un algo.



A.- Zenón, ¿a dónde quieres llegar con estos razonamientos?
Z.- ¿A dónde crees que quiero llegar, sino a la verdad?
A.- Mira, he venido con Calias a oírte, porque había escuchado que sabes hacer estos juegos de palabras, propias de gente ociosa. Sin embargo, otras personas inteligentes se ocupan en descubrir cómo se mueven los astros, o los animales. Y obtienen resultados de provecho, no conclusiones sin salida como las tuyas.
Z.- Amigo, me alegra mucho que conozcas gente sabia. Y si ellos te han enseñado en qué consiste el movimiento, o en qué consiste el espacio o la cantidad, te agradecería infinitamente que me lo comunicases. Así yo dejaría de hacerme preguntas inútiles.
A.- Pues claro que saben lo que es el movimiento y el espacio, porque son físicos y matemáticos. Y saben que la distancia entre tú y yo, por ejemplo, aunque sea siempre divisible, como te gusta decir a ti, es también un metro, porque resulta que una suma infinitas de trozos del espacio, como, por ejemplo, un medio más un cuarto más un octavo, etc, da justamente uno. Así que tu absurdo Aquiles puede llegar tranquilamente a la meta antes de que la tortuga haya aprendido tus inteligentísimos razonamientos.
Z.- ¿Así que una suma de infinitos trozos de espacio da uno? ¿”Un” qué?
A.- ¿Qué estás preguntando?
Z.- Pregunto que qué unidad es esa de la que hablan tus físicos y matemáticos. Tenía entendido que la unidad, la verdadera unidad, no puede tener partes. ¿O esa unidad, sin partes, no existe, pero sí existen las unidades que se pueden partir en infinitas?
A.- No entiendo bien lo que preguntas, pero no quiero que me líes otra vez. Lo que podrías entender es que una cosa es decir que todo es potencialmente divisible, o sea, que siempre podrías hacer un corte más pequeño, y otra cosa es decir que esos infinitos fragmentos existen realmente, hechos ahora.
Z.- ¡Bonita distinción haces tú! O sea, que el espacio podría seguirse partiendo siempre pero no tiene infinitas partes. Amigo, no estamos hablando de si podemos partirlo tú o yo, que somos mortales. Imagínate a un dios: él tiene que ver toda la división del espacio, si la hay. ¿Qué crees que verá?
A.- ¿Ahora metes a los dioses? ¡Lo que nos faltaba! Mira, Zenón, no tengo tiempo que perder. Voy a aprender algo útil. (se va)

P.- Lo siento, Zenón. No sabía que éste era tan mal educado. Si lo llego a saber no le invito a que viniese. Me decía que tenía mucho interés en conocerte.
Z.- Sí. Y tiene un gran afán de saber la verdad, no lo dudes. Pero está incapacitado para la filosofía, al menos por ahora. Quizás eso sea una suerte para él…
P.- No lo creo, Zenón. Ni creo que vaya a dejar de darle vueltas cuando esté sólo. De hecho no calla. Pero dime a mí, por las buenas, ¿qué crees tú que demuestran tus inteligentes razonamientos completamente absurdos?
Z.- Pues, Calias, creo que demuestran una de dos: o que la realidad es completamente ilógica, o que no es como la vemos y nos la imaginamos ni se la imaginan los físicos y los matemáticos.
P.- Y ¿cómo es entonces?
Z.- De una manera que no se puede expresar y pensar sin parecer que caes en el absurdo. Bueno, te dejo, que he quedado con unos amigos.
P.- Muy bien, hasta pronto.
Z.- No, Calias, no sé si hasta pronto o hasta nunca… ¿No sabes que también el tiempo tiene a la vez infinitas partes y ninguna?

Se cuenta que Zenón fue detenido por participar en una conspiración para derrocar al tirano que había tomado el poder en la ciudad. El tirano le ordenó que delatase a los otros conspiradores y Zenón, entonces, se mordió la lengua con tanta fuerza que se la cortó, y después se la escupió al tirano. Un filósofo español, Agustín García Calvo (el de la foto -el que está sentado-), imagina una interpretación “simbólica” de esta leyenda. El tirano podría ser la Ciencia de la Realidad establecida, que nos intenta gobernar a todos e imponernos las leyes únicas. Zenón, el conspirador, sería quien ataca a ese tirano de la realidad de la ciencia: alguien que denuncia las contradicciones de lo que suponemos real. ¿Qué significaría arrancarse la lengua…? (Claro que otras versiones dicen que Zenón le pidió al tirano que se acercase para decirle al oído el nombre de sus cómplices y, cuando el tirano se acercó, Zenón le arrancó la oreja de un mordisco. Entonces un soldado del tirano mató a Zenón de una lanzada.