-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

martes, 26 de noviembre de 2013

¿Qué es el ser humano, según Platón? Platón IV


El ser humano, como todo ser, según Platón, tiene dos aspectos:
- uno esencial y propiamente real, que es la MENTE (psique)

- y otro aparente, simple expresión de la mente, que es el CUERPO (soma).

El aspecto exterior, o cuerpo, está sometido, como todo lo sensible, al tiempo y al espacio. Pero la mente es inespacial e intemporal, es decir, es INMORTAL, lo cual se prueba claramente con el siguiente argumento:


 1) Existen ideas intemporales e inespaciales, no sensibles
(si no hubiese ideas que no cambian, no podría haber conocimiento ni, para nosotros, realidad alguna, porque una verdad que cambia no es ninguna verdad) 
2) Tú sabes que existen, y conoces y eres consciente de algunas de ellas.
Por ejemplo sabes que 2+2 = 4, y que era así antes de que nacieses y será después; y no es una verdad simplemente hipotética o probable, sino necesaria (no podemos pensar que fuese de otra forma).
 

3) Lo que tiene la capacidad de comprender algo, tiene que ser de la misma naturaleza que aquello que comprende.
Algo finito no puede contener algo infinito, algo temporal no puede comprender lo intemporal, tal como una cosa sólo se puede calentar si es corpórea. Una mente sólo puede entender o abarcar aquello que es afín a ella. 
4) CONCLUSIÓN. La MENTE es afín a las IDEAS, luego es INEXTENSA e INTEMPORAL, como ellas.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Creer y saber (doxa y episteme) Platón III

El conocimiento que tenemos normalmente de las cosas no es más que OPINIÓN (doxa, en griego), ni siquiera se debería llamar conocimiento. No es saber, sino simple creer. ¿Por qué?

Porque consiste en una serie de imágenes (“provenientes” de la sensación), y:

-Ninguna imagen expresa o representa adecuadamente sus verdaderas características. Por ejemplo, una imagen de lo Rojo no es rojo puro, una imagen de la unidad no es lo Uno, una imagen mía no soy YO, una imagen de lo bueno no es lo Bueno mismo.

-Las verdaderas esencias no pueden darse en grados, ni pueden existir en un momento y dejar de existir en otro.
Y, sin embargo, sin esas Ideas (Rojo, Uno, Humano, Bien…) no se pueden entender siquiera las imágenes.

Así que las imágenes son secundarias. Quien sólo conoce con la imaginación (y la sensación es un tipo de imaginación), no conoce realmente. Toda imagen es APARIENCIA.
No son sólo imágenes o apariencias las que vemos por ilusión óptica o reflejo (como las de los espejos, a las que Platón llama eikasía) sino todo lo que creemos que es realidad, porque no es más que simple creencia (pistis, en griego).

Pero ¿cómo es, entonces, el auténtico SABER (episteme, en griego), el verdadero conocimiento? El verdadero conocimiento es RACIONAL, no sensible. Lo racional tiene todas las características que tiene que tener lo real, o sea, ser de forma pura (no mezclada o borrosa) lo que es. La esencia de cada cosa es lo que realmente es esa cosa, no lo que parece. Mi esencia soy YO.

Pero dentro del conocimiento racional Platón distingue dos tipos posibles:

-El Razonamiento (Diánoia) es un uso de la razón para tratar con datos o supuestos no racionales.

Por ejemplo, yo supongo que sé lo que es un Punto, una superficie y cosas así y puedo desarrollar toda la GEOMETRÍA, definiendo los conceptos más complejos a partir de esos simples que he dado por supuestos. Otro ejemplo: supongo que sé lo que es el Espacio, el Tiempo, y cosas así, y puedo desarrollar toda la FÍSICA MECÁNICA, al menos a nivel abstracto (luego tendría que comprobar que funciona al aplicarla a los hechos que percibo). O sea, la Diánoia es lo que hoy llamamos CIENCIA. En época de Platón a este tipo de conocimiento se le llamaba MATEMÁTICA.

Para Platón esto no es todavía un conocimiento puro y auténtico, que llegue a la esencia de las cosas. ¿Por qué? Pues precisamente porque su punto de partida son supuestos que no podemos explicar.


Por ejemplo, qué es un Punto, qué es Espacio, qué es Tiempo. ¿De dónde los hemos sacado? De la Imaginación y la sensibilidad, es decir, de ese conocimiento inadecuado que tenemos, del que no podemos dar cuenta correctamente.

-El conocimiento perfecto (que Platón llama nóesis, en griego) tendría que poder comprenderlo todo perfectamente. Para eso no puede fiarse de ninguna creencia que hayamos sacado de la imaginación. Puede partir de los mismos supuestos que la ciencia, pero en vez de darlos por sabidos y ponerse a deducir cosas desde ellos (yendo “hacia abajo”) debe preguntarse qué son. O sea, que



-mientras el científico dice “supongamos conocidos los siguientes términos: Unidad, Suma, Igualdad…, entonces podemos definir el Dos como Igual a la Suma de Uno más Uno, etc”,
-en cambio el Dialéctico o Filósofo dirá: “¿Qué es la Unidad? ¿Qué es la Sumabilidad (Sumar)? ¿Qué es la Igualdad?”. Y seguirá el camino “hacia arriba”, buscando cada vez Ideas más universales y fundamentales a partir de las cuales definirlo todo.



¿Hasta dónde se remontará? Hasta que llegue a la Idea (o Ideas) que sea(n) tan evidente(s) por sí misma(s) y tan indefinibles por las demás, que no se pueda ir más allá. Esto será lo No-Hipotético (anhypotheton, en griego). Como sabemos, esa Idea es la de lo UNO-BIEN en sí.
¿Cómo captamos esas Ideas o esencias puras? No puede ser (ya lo sabemos) ni mediante la imaginación (ninguna imagen se corresponde con la Idea) ni siquiera mediante el razonamiento científico. Tiene que ser por una especie de INTUICIÓN INTELECTUAL, que “ve” racionalmente lo que una cosa es en sí misma.

Todo esto lo expresa Platón en el SÍMIL DE LA LÍNEA, en que distingue cuatro grados de conocimiento, dos de ellos del campo de la OPINIÓN (la imagen –eikasía- y la creencia –pistis-) y dos del campo de la RAZÓN O SABER (el razonamiento –diánoia- y la comprensión pura –nóesis-). 




¿Crees que hay o puede haber un conocimiento superior a la ciencia (como el que describe Platón) o que eso no es más que una ilusión de un filósofo?

miércoles, 30 de octubre de 2013

Las Ideas y las "cosas" (Platón II)

Si uno (Platón, por ejemplo) quiere saber qué es bueno para una persona, antes debe saber qué es una persona (conócete a ti mismo, que decía Apolo), y para eso necesita saber qué son las cosas, qué es la realidad. ¿Sabemos qué son, en realidad, las cosas?

Por supuesto, todo el mundo está aquí, en la realidad, así que sabe lo que es la realidad:

-La realidad es lo que vemos, oímos, olemos, tocamos… o lo que podemos ver, oír, oler, tocar… o sea, en una palabra, lo que podemos Percibir, lo SENSIBLE. Y ¿cómo es lo sensible?

-La realidad, lo sensible, está situado en el ESPACIO y en el TIEMPO: todo ocupa un lugar (más grande o más pequeño) y dura un tiempo (más corto o más largo). Como ocupa un lugar y un tiempo, toda realidad CAMBIA, está sujeta al DEVENIR (como dicen los filósofos). Tú, por ejemplo, no existías hace unos años; luego “viniste al mundo”, como se suele decir, es decir, naciste; luego has ido creciendo, transformándote de un mico de teta en una persona hecha y derecha...; envejecerás, te arrugarás y morirás, desaparecerás para siempre jamás. Y lo mismo le pasa a cualquier otra cosa. Esto es la realidad. El movimiento no se para. Si se parase una cosa se pararían todas, y no lo notaríamos, ni pasaría nada, porque el tiempo no es más que medida del cambio.

-Porque todo lo que existe es CONTINGENTE, o sea, no es necesario, ni será nunca igual.


Esto es la realidad. ¿Sí? Pero… ¿qué es cada cosa, entonces? ¿Qué soy yo, si estoy continuamente cambiando? Para ponerlo más fácil, ¿qué es este bolígrafo? A ver: es un objeto cilíndrico, rojo, rígido o duro… Pero todo esto no son más que ADJETIVOS, y además, pueden estar o no estar. Lo cilíndrico puedo moldearlo (calentándolo, por ejemplo) y hacerlo rectangular; lo rojo puede cambiar de color…

Pero ¿qué pasa con las IDEAS de Cilindro, Rojez, Dureza...? Estas, ahora que me doy cuenta, no tienen las mismas características que he dicho que tiene la realidad, sino las contrarias:

-No son sensibles: no puedo ver el Cilindro, puedo ver cosas cilíndricas. El Cilindro no tiene unas dimensiones concretas, es perfectamente cilíndrico (no como las cosas cilíndricas de la “realidad”). Lo mismo pasa con el círculo, con la rojez, con la dureza. Las ideas no están entre los objetos que puedo ver. Sin embargo sí puedo pensarlas, con el entendimiento. Son INTELIGIBLES, pero no sensibles.

-¿Son espacio-temporales? No. El Cilindro, el Círculo, la Rojez, no están en ningún lugar en concreto, ni existe en un tiempo. Es absurdo pensar que hubo un tiempo en que el Cilindro no tenía las propiedades que tiene ahora. Las Ideas son inespaciales, atemporales. Si supongo que el mundo desaparece ahora mismo, no por eso puedo pensar que 2+2 dejan de ser 4. Y si el mundo material no existió alguna vez, aún así las Ideas eran como son, y lo serán siempre. Mejor dicho, no tienen nada que ver con el tiempo y el espacio.

-Además, por eso mismo, las Ideas no cambian, son INMUTABLES. Una cosa cilíndrica puede hacerse cuadrangular, una cosa roja puede volverse blanca, pero el Cilindro no puede convertirse en Cuadrángulo, ni la Rojez puede hacerse Blancura.

-Las Ideas son Sustantivas, es decir, cada una se define por ser ella misma: lo Blanco (o sea, la Blancura) lo Círculo (la Circularidad), lo Bello (la Belleza), etc. Las Ideas son las Esencias, es decir, el Qué es cada cosa.

-Así que las Ideas o Esencias tienen necesariamente las propiedades que tienen.


Tengo, por tanto, dos tipos de “cosas”:

-los fenómenos, que son particulares (localizados espacio-temporalmente), cambiantes, sensibles, contingentes, sus propiedades son Adjetivas; y

-las Ideas, que son universales (atemporales, inespaciales), inmutables o eternas, necesarias.

¿Cuáles de estos dos tipos de cosas son reales, verdaderamente reales? Posibles respuestas:

A) Las Ideas no existen realmente. Sólo son reales las cosas materiales.

     A1) Las Ideas no existen en absoluto, son ficciones, inventadas por nosotros.

     A2) Las ideas no son del todo ficciones, sino productos de nuestra mente humana, abstraídas o separadas del todo en que están mezcladas, y mediante las cuales entendemos la realidad.

B) Las Ideas son reales, existen por sí mismas, de forma independiente a los fenómenos materiales.

     B1) Las Ideas existen aparte del mundo material, y gracias a ellas conocemos a éste.

      B2) Las Ideas no sólo son reales, sino que son la verdadera realidad. El mundo físico es una ilusión, una forma distorsionada en que percibimos las Ideas, debido a nuestra ignorancia.


¿Cuál te parece más razonable y por qué?

domingo, 20 de octubre de 2013

¿Pensar antes de actuar? (Platón I)

"Antes, cuando yo era joven, sentí lo mismo que les pasa a otros muchos: tenía la idea de dedicarme a la política tan pronto como fuera dueño de mis actos. Entonces se produjo una revolución; al frente de este cambio político se establecieron como jefes cincuenta y un hombres. Ocurría que algunos de ellos eran parientes míos y me invitaron a colaborar en trabajos que, según ellos, me interesaban. Lo que me ocurrió no es de extrañar, dada mi juventud: yo creí que iba a gobernar la ciudad sacándola de un régimen injusto para llevarla a un sistema justo, de modo que puse una enorme atención en ver lo que podía conseguir. En realidad, lo que vi es que en poco tiempo hicieron parecer de oro al antiguo régimen; entre otras cosas enviaron a mi querido y viejo amigo Sócrates, de quien no pondría ningún reparo en afirmar que fue el hombre más justo de su época, para que, acompañado de otras personas, detuviera a un ciudadano y lo condujera violentamente a la ejecución. Pero Sócrates no obedeció y se arriesgó a toda clase de peligros antes que colaborar en sus iniquidades. Viendo, pues, todas estas cosas, me indigné y me abstuve de las vergüenzas de aquella época.
Poco tiempo después cayó el régimen de los Treinta, y otra vez me arrastró el deseo de dedicarme a la política. Pero la casualidad quiso que algunos de los que ocupaban el poder hicieran comparecer ante el tribunal a nuestro amigo Sócrates y presentaran ante él la acusación más inicua y más inmerecida. Al observar yo todas estas cosas, cuanto más atentamente lo observaba más difícil me parecía administrar bien los asuntos públicos. Entonces me vi obligado a reconocer, en alabanza de la filosofía verdadera, que sólo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en la vida pública como en la privada"
. [Platón. Carta vii. Extractos]


¿Creéis que es sensato quedarse sentado hasta saber qué es lo Justo, antes de tomar ningún partido contra las injusticias?
¿Cuántos políticos se habrán preguntado a fondo qué es la Justicia? ¿Se llega así a la política?

lunes, 14 de octubre de 2013

Sócrates, la sabiduría de la ignorancia

¿A dónde puede ir uno si quiere hacerse sabio? (Pero sabio, no en ordenadores o en zapatillas, sino sabio en… la vida, digamos). Si uno quería hacerse sabio en la Atenas de Sócrates podía encaminarse a la escuela de algún sofista (bueno, necesita dinero también).

Pero a Sócrates no le dejaba satisfecho lo que esos sabios querían o podían enseñarle... (además, no andaba muy bien de fondos para costearse el curso avanzado) ¿Por qué?
¿Qué te enseñaban estos grandes hombres? La mayor de las habilidades, aseguraban, la que las usa a las demás, y la que te puede hacer más poderoso: la de convencer.

Para explicarle el gran poder de la retórica a Sócrates, Gorgias le cuenta cómo muchas veces él, que no sabe ni jota de medicina, acompaña a su hermano, que es un gran médico, y sólo él, Gorgias, con su saber hablar, convence al enfermo de que se tome la medicina o se deje amputar. Y lo mismo podría decirse de la política (¿habría llegado Hitler tan lejos si no hubiesen tenido ese poder de atracción?) o de cualquier otro asunto.

Pero ¿cómo puede ser, preguntaba entonces Sócrates, que convenza más alguien que no sabe de un asunto que el que sí sabe? ¿Por qué la simple y desnuda verdad no convence a algunos? ¿A quienes convence más la apariencia que la verdad?

A ver, ¿haría falta Gorgias en un congreso de medicina para convencer a los médicos de un nuevo descubrimiento? ¿O en un congreso de herreros, o de matemáticos? No, porque estos no se dejarán convencer por la retórica (bueno, aquí hay mucho que decir, pero digamos que, en la medida en que sean médicos, herreros, matemáticos… se fiarán sólo de argumentos veraces). Entonces... es sólo a los ignorantes a los que convence la retórica.

De todas formas, sería muy útil esa técnica allí donde nadie es más sabio que los demás, por ejemplo, en una junta de vecinos. O... en una campaña electoral.

Aquí viene la segunda pega de Sócrates. ¿Es útil tener ese poder? ¿Útil para qué? Por supuesto, para conseguir nuestros fines. Pero ¿cuáles? ¿Sabemos cuáles son esos?

No, para eso necesitaríamos antes saber qué es un ser humano y qué nos conviene.

¿Qué es el hombre? (según Kant esta es la pregunta que encierra a todas las preguntas filosóficas):






Conócete a ti mismo (gnothi seauton, en griego), decía la inscripción del templo de Apolo en Delfos, y Sócrates lo consideró siempre el primer (y quizás último) mandamiento.

Pero en la búsqueda de uno mismo la retórica no sirve para nada. Sería engañarse a sí mismo.

Y ¿sabe el sofista qué es lo bueno?

Los sofistas solían contestar a Sócrates una de dos:

  • o que todo el mundo lo sabe
  • o que nadie lo sabe, porque si no hay una verdades absolutas, menos aún las hay en el tema de lo bueno y malo.

Pero, creía Sócrates que es evidente que no todo el mundo lo sabe ni cree saberlo, porque ni siquiera están de acuerdo. ¿Será, entonces, que no hay nada en sí bueno o malo, sino lo que uno decida o prefiera?

Lo bueno es lo que quiere cada uno, y quien más poder tiene impone sus gustos (pensaba un sofista, llamado Trasímaco). Pero, objeta Sócrates ¿y si el poderoso es ignorante, y manda algo que le perjudica?

Supongamos que unos extraterrestres te hacen el mejor regalo: una máquina con la que puedes controlar a todas las personas. Puedes destruir o dañar a quien no te obedezca, y nadie te la puede arrebatar, porque detecta a los intrusos y los daña. ¿Esa máquina te acercaría más a la felicidad?


Sócrates, en cambio, confesaba abiertamente que no sabía realmente nada, porque no sabía quién era y qué le convenía. Lo que sí sabía es que no lo sabía, y que debía dedicar todo el tiempo que pudiese a saber eso antes que nada, si no quería vivir (como, por desgracia, le pasa a la mayoría) siguiendo ciegamente el camino trazado.

Así lo cuenta él en su defensa ante el jurado (según la versión de Platón):

De mi sabiduría, si hay alguna y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios que está en Delfos. Pues bien, una vez mi amigo Querefonte fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio. Durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir el oráculo. Más tarde, a regañadientes, me puse a investigarlo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios. Ahora bien, al examinarle, me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio, y especialmente lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que el creía ser sabio, pero que no lo era. Así me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Después de esto iba yo uno tras otro y, ¡por el perro!, me pareció que los de mayor reputación estaban casi carentes de lo más importante para el que investiga según el dios. A causa de esta investigación, atenienses, me he creado muchas enemistades, y han surgido muchas tergiversaciones y el renombre de que soy sabio. Es probable que el dios sea en realidad sabio y que en este oráculo diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que habla de Sócrates como si dijera: ”es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría. [Platón. Apología de Sócrates. 20e y ss. Extractos]

O sea, los que no saben, y ni siquiera saben que no saben, enseñan (y cobran sus enseñanzas, sus discursos llenos de afirmaciones contundentes). Quien sabe que no sabe y busca el saber, no adoctrina, sino que dialoga, y nunca cobra nada por sus palabras. ¿Te suena este fenómeno?

Más curioso aún: los que no saben ni siquiera su ignorancia de lo que es valioso, sostienen que no hay nada que averiguar sobre lo que es bueno (o lo saben ya todos o nunca lo podrá saber nadie); sin embargo, quien sabe que no sabe, cree que se podría llegar a saber qué es lo bueno.

¿Sabe la gente lo que es bueno? ¿Quiénes lo saben?
¿Qué relación tiene esta cuestión con la de la utilidad?

jueves, 10 de octubre de 2013

Los sofistas: la utilidad de lo verosímil

Discurso (ficticio, pero real) de inauguración del máster de Educación para Ciudadanos. Impartido por el reputado intelectual, Protágoras de Abdera.


Queridos ciudadanos de Atenas,
cuantos os habéis inscrito en este curso, haciendo un esfuerzo económico que podíais haber destinado a cosas más usuales y aparentemente prácticas, queréis, es de suponer, aprender algo de este presunto sabio que soy yo, y confiáis en que tenga algo muy importante que aportaros. Muy bien. Y ¿qué es lo andáis buscando? ¿Qué puede aportaros un humilde intelectual venido de lejanas tierras, un extranjero sin oficio, sin más oficio que la palabra?

Algunos, quizás, vengan con la sincera creencia de que van a encontrar aquí la Verdad, con mayúsculas, o al menos una parte de ella. Otros quizás vengan pensando que van a encontrar aquí algo útil, quizás una profesión con la que sustentarse y sustentar a su familia el resto de sus días. Ambos aciertan, en parte, pero ambos se equivocan también.

Quizás algunos crean que les voy a mostrar todo lo divino y humano, como se suele decir. Pues bien, ya os digo de antemano que de los dioses no diré ni una palabra, porque no tengo la capacidad suficiente para decir nada de ellos. Ni, a decir verdad, creo que la tenga nadie, por más que algunos presumen de saber mucho del asunto. En todo caso, otros os enseñarán esas cosas a quienes os interesen. Yo me limitaré a lo humano, que ya es mucho. Os hablaré de la verdad, tal como yo la entiendo. Y os enseñaré lo más útil para vuestras vidas. Pero, sobre todo, querría que, después de este curso, fueseis mejores ciudadanos de vuestra ciudad y del mundo, y personas más hábiles para conseguir su felicidad. Ahora bien, quienes vengan buscando a un filósofo que conoce la verdad absoluta de todas las cosas, pueden volver a la secretaría y pedir que le devuelvan el dinero. A ese no he logrado explicarle, mediante la publicidad que habéis encontrado por toda la ciudad, qué saber imparto yo.

Voy a empezar hablando de la Verdad, esa grandilocuente palabra. Quizás alguno de vosotros haya leído los libros de los sabios, de Tales el milesio, de Anaxágoras el de Clazómenas, pero que vive en esta ciudad desde hace tiempo, o del itálico Parménides, o de la secta de los pitagóricos, o del oscuro Heráclito, el efesio. Todos y cada uno de ellos tienen una verdad que ofrecernos, y su verdad es, si les creemos, la Verdad absoluta y última, el cómo son las cosas en sí mismas. Desgraciadamente, es difícil encontrar a dos de ellos que tengan la misma verdad absoluta. Sin embargo, todos son muy hábiles para demostrarnos que la suya es la verdad, y en ordenarnos que les sigamos.

Pues bien, yo, que también les he leído y estudiado y me he devanado los sesos con sus libros difíciles, he llegado también a Mi verdad (quiero resaltar lo de ‘mi’). Os la voy a decir desde ahora mismo. Mi verdad, la verdad que he descubierto, escuchad, es… que no existe la verdad. No hay la Verdad absoluta, y es inútil buscarla. Hay tu verdad, tu verdad, la verdad de Anaximandro, la de Homero, la de las ranas. Pero no hay La Verdad, sola y única. Y si la hubiera, nosotros no podríamos conocerla. Es más, aunque alguno lograse conocerla, no podría contárnosla a los demás.

¿Por qué pienso así? Os lo contaré de manera muy sencilla. ¿Qué es eso de La Verdad? Los filósofos dicen que la Verdad es la Verdad en sí misma, independiente de cómo la crea yo o tú. Tú y yo no vemos más que apariencias, pero la Verdad en sí misma está más allá o detrás de las apariencias. Y yo me preguntaba: ¿cómo puedo escapar yo de las apariencias, y encontrar esa realidad real? Y por fin comprendí que eso es imposible. Yo jamás saldré de mí mismo. Uno no puede dejar de percibir lo que ve como lo ve, aquí y ahora. Lo que yo veo y creo, no puede ser falso para mí. Puede serlo para ti, pero eso es otro asunto. Si tú me convences de algo, es decir, si consigues que yo piense como tú, entonces habrás cambiado mi creencia acercándola a la tuya. Eso es todo: no estaremos ahora más cerca de la verdad. La verdad, sin relación contigo o conmigo, carece de sentido. ¿Comprendéis? El hombre es la medida de todo, de lo que existe y de lo que no.

Algunos, cuando me oyen decir esto (quizás a vosotros se os está ocurriendo lo mismo), me dicen: pero, Protágoras, los filósofos se toman la molestia de razonar lo que dicen. A esto contestaré dos cosas. Lo primero es que uno no puede razonarlo todo. Ciertas cosas las dará por supuestas. Hay gentes, por ejemplo, que creen que la manera de demostrar una cosa es sacrificando un gallo y mirando sus intestinos. Si un filósofo les dice que tienen que atenerse a su manera de argumentar, y dejarse de gallos, o de libros sagrados, y coger las palabras del filósofo, estará haciendo una descarada petición de principios.

Lo segundo que tengo que decirle a ese, es esto: resulta que los propios filósofos están continuamente contradiciéndose, no sólo unos a otros, sino cada uno a sí mismo. Unos dicen que todo es uno, pero ya al decirlo se están traicionando, porque sus propias palabras les desmientes. Otros dicen que todo viene del infinito, pero ese infinito lo expresan en palabras concretas y finitas. El inteligente Gorgias, el leontino, ha demostrado que, en realidad, nada es. Que ¿cómo? Pues así: si hubiese ser, dice, tendría que venir de algo o de la nada. De la nada, decimos que nada sale. Pero si el ser viniese de algo, sería de otro ser, o sea, que el ser viene del ser. Y eso es lo mismo que decir que no ha venido, sino que no tiene principio. Pero lo que no tiene principio, no existe. Así que nada es. Gorgias ha inventado este razonamiento de broma, claro…, y en serio.

Cuando decimos de una teoría que es verdadera, sólo estamos diciendo que yo la creo, que me gusta, que me siento irresistiblemente inclinado a afirmarla. Eso le pasa a cualquier creyente en algo. Ahora bien, los hay más o menos fanáticos. Muchos filósofos, lo digo como sinceramente me lo dicta mi corazón, son fanáticos, fanáticos de ciertas creencias, llamadas razonamientos, que creen que todo el mundo debería compartir.

Muy bien, me diréis, si como dices no hay ninguna verdad superior a otra, ¿qué tienes tú que enseñarnos? ¿Para qué te hemos dado nuestro dinero? Aquí pasamos a lo segundo y más importante (no vayáis todavía a pedir que os devuelvan el dinero de la matrícula). Claro que no todas las verdades son iguales. Claro que hay sabios e ignorantes. Pero ¿qué es lo que distingue a un sabio de un ignorante? No el que uno sepa la Verdad con mayúsculas y el otro no, porque cada uno tiene su punto de vista, verdadero para él. La diferencia es que unos puntos de vista son más útiles que otros para cubrir nuestras necesidades. Y esto es lo verdaderamente importante. Yo querría enseñaros, no la verdad, sino la creencia más conveniente y útil.

Ahora, ¿qué necesitamos para eso? Pues es muy sencillo, aunque es a la vez muy difícil de conseguir. Necesitamos los mejores medios para satisfacer nuestros deseos. Se dice pronto, ¿verdad?

Son dos cosas: primero, nuestros deseos. ¿Cuáles son nuestros deseos? Los filósofos dicen saber, por supuesto, qué tenemos que desear tú, y tú, y yo. Pero, desde luego, están equivocados. Ellos no pueden saber qué tienes que desear tú, porque eso es algo que, sencillamente, tienes que elegir tú. Igual que creen que hay una Verdad absoluta, ellos creen que existe lo Bueno en sí. Pero mirad lo que os digo: yo he viajado mucho. Y ¿sabéis qué he comprobado? He comprobado que en cada sitio la gente creía que lo bueno por naturaleza era lo que hacían y querían hacer ellos. Aunque para las personas de otros lugares se tratase de cosas absurdas. Unos pueblos comen carne, otros no quieren ni verla. Unos, cerdo; otros, ranas. Unos se afeitan la cabeza, otros se dejan melena. Unos creen que la homosexualidad es un pecado, otros creen que es sagrada; incluso sé de pueblos que comen carne humana. ¿Puede alguien decir que unas de esas cosas son buenas y otras malas? No puede. Lo bueno, para uno, es lo que uno aprueba, lo que quiere y desea. Aunque a otros les parezca horrible. En esto, pues, no puedo enseñaros mucho. Miraos a vosotros mismos y preguntaros: ¿qué me gusta a mí, verdaderamente? No qué dicen otros que tendría que gustarme. Así no serás nunca feliz.
Pero hay una segunda cosa, que son los medios para conseguir vuestros deseos. Si yo deseo una casa, necesito un terreno donde construirla. Si no la deseo, eso es completamente inútil para mí. Hay cosas útiles e inútiles, no buenas o malas. Son útiles las que me llevan a donde quiero. Inútiles, las demás.

Y ¿qué pintas tú en esto?, estará pensando alguien. Escuchad ahora bien. ¿Sabéis cuál es la herramienta más útil de todas? ¿No? Pues, para hablar en tono mítico (así, de paso, tengo algo que decir sobre lo divino) esa herramienta nos la dieron los dioses, para que nos pudiéramos proteger y defender de la naturaleza, para que la dominásemos a nuestro deseo. Esa herramienta se llama Palabra. La Palabra es lo más útil que hay. Hay una segunda herramienta, hermana de la palabra. Se llama Política. Quien sabe manejar estas dos herramientas, sabe todo lo que un mortal puede saber para hacer su vida mejor.

Eso es lo que os enseñaré: os enseñaré los secretos de la Palabra, y su hija la Política. Debéis manejar bien las palabras, para que digan lo que queremos que digan, lo que cada uno quiere decir con ellas. Las palabras tienen que significar lo que vosotros queráis, para hacer con ellas el mundo que deseáis.
Os enseñaré el secreto de la política. Vosotros tenéis mucho camino hecho, porque vivís en una democracia. La democracia es ese lugar donde nadie le dice a nadie qué es verdadero o bueno en sí mismo, ni cómo debe vivir. Cada uno decide su vida, y es tolerante con las vidas de los demás, aunque a él no le encanten. Y la democracia es, sobre todo, donde se usa la palabra, la palabra para convencer a los demás, para que vean las cosas como yo, y vivamos en paz entre semejantes.

A quienes esto les parezca poco, pueden ya pedir que se les devuelva el dinero de la matrícula, y pueden dirigirse a alguno de esos filósofos que ya conocéis. Yo mismo os puedo dar varias direcciones, porque las frecuenté en otros tiempos. Al resto de vosotros, bienvenidos. Si os quedáis, habré demostrado hoy mismo que, efectivamente, la palabra es el mejor instrumento. Pero comprometo otra demostración. Cuando terminéis este curso, sabréis usar la palabra de manera que nadie os convencerá de lo que no deseáis, y en cambio vosotros convenceréis a todos. Así que, os doy esta garantía: si, acabando este curso, uno de vosotros pierde el primer juicio al que se presente, le devolveré todo su dinero.

¿Qué os parece este discurso? ¿Pagaríais el curso -si tuviéseis dinero-?

Ver también  esta otra entrada sobre los sofistas

lunes, 7 de octubre de 2013

Heráclito, la oscuridad luminosa

(Narración, ficticia y, por tanto, real)

Sin hacer caso de las gentes, que dicen que es un loco soberbio y huraño, un día subí hasta la cabaña del viejo Heráclito, el filósofo solitario que, según cuentan, se alimenta de raíces y dice cosas incomprensibles. Lo encontré jugando a las tabas con unos niños. La fama dice que sólo a los niños les tiene aprecio. Me detuve a unos pasos de ellos y, al notar mi presencia, el viejo dijo:
-¿Qué quieres? ¿Sabes el juego de las tabas?
-Sí –dije-, pero vengo a otra cosa.
-¿A qué vienes? –dijo, secamente.
-A conocer tu sabiduría –contesté.
-¿Sabiduría? –dijo, en tono irónico-. Si sabes jugar a las tabas ya tienes toda la sabiduría –hizo un silencio. Yo tampoco dije nada. Luego siguió- Vete, no tengo nada que enseñarte. En la ciudad hay muchos maestros, pueden enseñarte a ser un buen ciudadano, rico y respetado.
-Ya los conozco –dije yo-. Ahora quiero saber qué dices tú, al que ellos toman por loco.
-Hazles caso –dijo él-. Lo que tengo que decir no sirve para nada, y es absurdo, enemigo de la normalidad.
-Ya sé lo que dicen los normales –insistí yo-, quiero saber también lo absurdo.
-Piénsalo tú mismo, como he hecho yo: estudiarme a mí mismo –dijo en su tono seco.
-Creía –dije- que los que han pensado algo profundo aman a las personas, y están dispuestos a hablar con ellos si los ven deseosos de comprender. ¿Tu sabiduría te lleva a rechazar la amistad?
Entonces él se me quedó mirando, con una mezcla de curiosidad y cierta satisfacción, y con un tono más dulce, me dijo:
-¿Sabes digerir raíces?
-Dicen que son muy amargas –contesté.
-Y por eso mismo son lo más dulce –dijo él.
-Sí, querría ir a las raíces: son las que sujetan el árbol –dije.
-Porque están ocultas a la vista y no son aparentes –dijo.- Lo que yo pueda decirte es locura para los más, que sólo creen lo que se ve, e ignoran la luz oculta. Los más viven en sueños, son propiamente idiotas.
-¿Cuál es nuestra idiotez? –pregunté.
-La idiotez –contestó, mientras seguía jugando a las tabas con los niños- es vivir en un mundo propio, y no conocer el mundo común. Pero hay una única Razón, que lo gobierna todo y es todo. Ella es un fuego vivo, que todo lo crea y todo lo devora, y que huele a diferentes cosas según las hierbas que consume.
-¿Y cuál es esa Razón única? –le pregunté.
-Las gentes, encerradas en su sueño, creen que lo blanco es blanco y lo negro es negro; que lo vivo es vivo y lo muerto, muerto; que lo sagrado es sagrado y lo profano es profano; que lo bueno es lo bueno y lo malo es lo malo.
-Eso creen todos –asentí.
-Sin embargo –siguió-, lo blanco se oscurece y lo negro blanquea; lo vivo muere y lo muerto nace a la vida; lo sagrado se profana y lo profano se consagra; lo bueno hace el mal y lo malo se hace bueno. Esto no le llama la atención al que está metido en el sueño que llaman vida.
-¿Por qué tenía que llamarle la atención que las cosas cambien? –dije.
-Tenía que llamarnos la atención que lo mismo, exactamente lo mismo, se haga justo lo contrario, sin dejar de ser exactamente el mismo e incluso por eso mismo.
-¿Quieres decir que la misma cosa, yo por ejemplo, permanece a través de los cambios? –le pregunté yo.
-No sólo eso –contestó-: es que es la misma gracias a que cambia, como un medicamento, que si no lo agitas se descompone. Y es diferente gracias a que es la misma, como el camino hacia arriba es el mismo que el camino hacia abajo. La normalidad idiota es la que distingue y se queda con sólo una parte. Si esto es blanco, no es negro, si es bueno, no es malo. La normalidad idiota querría eliminar lo negro y quedarse sólo con lo blanco, eliminar lo malo y quedarse con lo bueno… No ven que la guerra es la madre de todo, y que si eliminas uno eliminas el contrario. Sin mortales, no hay dioses, sin dioses no hay mortales.
-Sin invierno no hay primavera, sin dolor no se aprecia la felicidad –dije.
-Es más –siguió él-, no ven que lo uno es lo otro a la vez, que lo más claro es justo lo más oscuro.
-Eso es mucho más difícil de comprender –dije yo.
-Sí, para nuestro entendimiento limitado –contestó-. No comprender eso nos hace mortales. Aunque hasta en las vidas de los más simples se experimenta esto que te digo (o, más bien, lo que dice la Razón por medio de mi boca): por ejemplo, cuando llegan a sentir que una felicidad desbordante no se distingue de la mayor tristeza; o que quien más te cuida es tu mayor tirano; o que lo más luminoso ciega, y la mayor oscuridad, brilla. Pero con su razón no llegan a ver que lo Uno es lo mismo que lo Otro, que el Ser es lo mismo que la Nada, que lo más grande, lo absolutamente grande o infinito, es lo mismo que lo infinitamente pequeño… precisamente porque son contrarios. La sabiduría única dice que cuanto más contrarias son dos cosas más se acercan a ser la misma, y lo totalmente contrario es absolutamente lo mismo. Por eso la mayor sabiduría es la mayor locura, mientras que los ignorantes corrientes son los cuerdos.
-Al sentido común le cuesta seguir a esa Razón común de la que hablas –dije yo.
-Si no abandonas el sentido común –me contestó-, si no ves la idiotez de la normalidad, no puedes entender esto. Si conservas la cordura, la perderás; si la abandonas, la conseguirás. –Hizo un pequeño silencio, y luego siguió-: ¿Ves estas tabas? Los adultos lo llaman un juego. Saben lo que es un juego y lo que va en serio. Lo que ellos hacen es lo real: su política y sus guerras, sus negocios y sus pérdidas, sus hijos y su enemigos, sus esposas o esposos y sus ponerse los cuernos… todo eso es realmente serio, creen ellos. En verdad, es tan juego como las tabas. Es un ridículo juego. No comprenden que tomarse las cosas en serio es estar metido en un juego, y tomarse las cosas como un juego es lo único serio. El dios comprende todo en uno, y ve que guerra y paz son lo mismo. Pero nosotros somos como monos comparados con el dios. Nosotros ponemos nombres a las cosas, y lo que es esto no puede ser aquello. El dios, en cambio, tiene y no tiene nombre.
-¿Qué nombre tiene? –dije yo.
-Los griegos –me contestó- le llaman Zeus, o sea, luz, que es lo más grande. Pero con eso lo separan de la oscuridad. En cambio, el dios no está separado de nada, para el ser Absoluto nada es malo o despreciable. Por eso no puede ponérsele ningún nombre, ni adorársele de ninguna manera. Quiere y no quiere llamarse Zeus.
-¿Nunca podremos comprender eso, entonces? –le pregunté.
-Precisamente ahora lo comprendes –contestó-. Lo comprendes no comprendiéndolo, y no lo comprendes al intentar comprenderlo.
-Viejo Heráclito –le dije, entonces-, tú llevas años pensando en todo eso, y tu gran inteligencia te ha permitido llegar tan lejos que te sientes un extranjero entre los hombres. ¿Qué les dirías, si te pidiesen que les resumieses todo tu saber?
-Los hombres –dijo- dicen buscar el sentido de la vida, la solución al misterio de la muerte. Es verdad que muy a menudo se olvidan de eso, y se dedican a sobrevivir y reproducirse, generación tras generación. Pero el sentido de las cosas está ahí mismo, en cada uno de ellos. Lo encontrarán cuando vean que el sentido es lo mismo que el sinsentido; lo solucionarán cuando vean la vida como muerte y la muerte como vida.
-¿Cómo puede verse a la muerte como vida? –dije yo- ¿Crees que merece la pena decirles algo tan desesperanzador?
-Sólo es desesperanzador para el que no sabe qué es vivir –me contestó-. En lo que llaman vida no hay más que un continuo morir, instante a instante, para repetirse su nada. En la muerte alcanzamos la indistinción, y nos convertimos otra vez en el Zeus y Fuego y Razón única. Ya no distinguimos vida de muerte, felicidad de tristeza: despertamos. Pero los hombres quieren aferrarse a su sueño, y no quieren despertar, aunque en el sueño sufren continuamente. Aprende de esto, del juego. El reino es de un niño.

Esa fue mi primera conversación con el oscuro Heráclito, como le llaman los más, los “idiotas”, según los llama, cariñosamente, el viejo. Después he subido varias veces hasta su choza. Con el tiempo, he aprendido todos los secretos de las tabas, y se jugar sin pensar, y entonces lo comprendo todo. O eso me parece.

¿Qué piensas tú de un pensamiento como éste? ¿Sabiduría y locura son lo mismo? ¿Los contrarios son idénticos?

Ver también esta otra entrada sobre Heráclito

jueves, 3 de octubre de 2013

Zenón de Elea la razón te lía, II

(Diálogo entre Zenón de Elea y un paisano suyo más un amigo de tal paisano -continuación de la entrada anterior-)

Paisano de Elea.- Zenón, he traído a un amigo, ¿te parece bien?
Zenón.- Claro. A lo mejor sumando cabezas pensemos más.
Amigo de P.- Lo importante es pensar mejor, no más.
Z.- Bien dicho. Bueno, en lo que habíamos quedado es en pensar cuánto de grande es cada cosa. ¿Quién de los dos lo sabe?
Amigo.- Cuánto es de grande cada cosa dependerá de con qué la compares.
Z.- ¿Estás seguro? Puede ser. Quieres decir, si te interpreto bien…
Amigo.- Yo te digo lo que quiero decir: quiero decir que mi cabeza es grande comparada con mi puño, pero es pequeña comparada con al cabeza de Calias.
Z.- Tienes razón. Además, tu puño, por lo que veo, es más grande que esa piedrecita de ahí, la cual, a su vez, es más grande que una pulga, y creo que las pulgas son más grandes que los piojos. ¿El piojo es sólo más pequeño que los demás, o es más grande que algo o alguien? ¿Qué decís? ¿Hay algunas cosas que sean ya pequeñas en sí, no por comparación? ¿Y quizás otras que sean grandes en sí, no más pequeñas que nadie o nada?
P.- Eso ya lo hablamos ayer tú y yo, Zenón. Luego me acordé que tengo oído que un filósofo de Abdera, un tal Demócrito, dice que hay átomos, o sea, cosas indivisibles, de las cuales están hechas todas las demás cosas. Supongo que esos átomos son más pequeños que los piojos.
Z.- Es de temer. Y ¿has oído también cuánto ocupan esos átomos?
P.- No.
Z.- Pues escúchalo dentro de tu cabeza. ¿Pueden ocupar algo y ser, sin embargo, indivisibles?
Amigo de P.- ¡Claro que sí! No se pueden destruir o partir, pero tienen su propio tamaño.
Z.- Pero ¿por qué no se pueden partir? ¿Será porque no tenemos el cuchillo lo suficientemente fuerte, o porque son completamente indivisibles, hasta para la mente?
A.- ¿Qué problema hay en que sean indivisibles hasta con la mente?
Z.- Para mis entendederas hay el problema de que una cosa que no se pueda dividir ni con la mente tiene que medir exactamente nada.
A.- Y, si fuese así ¿qué?
Z.- Pues que si una cosa mide nada no es que sea pequeña, ni grande. Cualquier cosa que midiera algo, por poco que fuese, mediría infinitamente más que ella. ¿Cómo podríamos compararlas, entonces, en tamaño?

P.- Zenón, supongamos que no son indivisibles con la mente, sino sólo muy requetepequeñas.
Z.- Sí, pero infinitamente grandes ya.
A.- ¿Por qué?
Z.- Porque, si tienen algún tamaño, no veo manera en que no las podamos partir con la mente en infinitas partes.
P.- Es verdad, ya lo habíamos dicho.
Z.- Así que las cosas son a la vez tan pequeñas que no son nada, y tan grandes que son infinitas. Eso le pasará a todo lo que pueda ser más grande o más pequeño, como el espacio, o el tiempo.
P.- Por eso dices otras veces que no podemos movernos…
Z.- Claro. Me pregunto una y otra vez cuánto ocupa el espacio que va de mí a ti. Unos me dicen que hay infinitos puntos entre tú y yo. Pero entonces no entiendo cómo podemos siquiera movernos, si el más mínimo paso me hará atravesar un infinito. Entonces el otro suele decirme que no hay infinitos pasos, sino una cantidad determinada. Entonces me pregunto cuánto ocupa cada punto, y qué hay entre punto y punto. Y no sé salir de que cada punto, para ser indivisible, tiene que medir nada, y que lo que haya entre punto y punto no puede ser más que nada. Y no entiendo que sumando muchas nadas obtengamos un algo.



A.- Zenón, ¿a dónde quieres llegar con estos razonamientos?
Z.- ¿A dónde crees que quiero llegar, sino a la verdad?
A.- Mira, he venido con Calias a oírte, porque había escuchado que sabes hacer estos juegos de palabras, propias de gente ociosa. Sin embargo, otras personas inteligentes se ocupan en descubrir cómo se mueven los astros, o los animales. Y obtienen resultados de provecho, no conclusiones sin salida como las tuyas.
Z.- Amigo, me alegra mucho que conozcas gente sabia. Y si ellos te han enseñado en qué consiste el movimiento, o en qué consiste el espacio o la cantidad, te agradecería infinitamente que me lo comunicases. Así yo dejaría de hacerme preguntas inútiles.
A.- Pues claro que saben lo que es el movimiento y el espacio, porque son físicos y matemáticos. Y saben que la distancia entre tú y yo, por ejemplo, aunque sea siempre divisible, como te gusta decir a ti, es también un metro, porque resulta que una suma infinitas de trozos del espacio, como, por ejemplo, un medio más un cuarto más un octavo, etc, da justamente uno. Así que tu absurdo Aquiles puede llegar tranquilamente a la meta antes de que la tortuga haya aprendido tus inteligentísimos razonamientos.
Z.- ¿Así que una suma de infinitos trozos de espacio da uno? ¿”Un” qué?
A.- ¿Qué estás preguntando?
Z.- Pregunto que qué unidad es esa de la que hablan tus físicos y matemáticos. Tenía entendido que la unidad, la verdadera unidad, no puede tener partes. ¿O esa unidad, sin partes, no existe, pero sí existen las unidades que se pueden partir en infinitas?
A.- No entiendo bien lo que preguntas, pero no quiero que me líes otra vez. Lo que podrías entender es que una cosa es decir que todo es potencialmente divisible, o sea, que siempre podrías hacer un corte más pequeño, y otra cosa es decir que esos infinitos fragmentos existen realmente, hechos ahora.
Z.- ¡Bonita distinción haces tú! O sea, que el espacio podría seguirse partiendo siempre pero no tiene infinitas partes. Amigo, no estamos hablando de si podemos partirlo tú o yo, que somos mortales. Imagínate a un dios: él tiene que ver toda la división del espacio, si la hay. ¿Qué crees que verá?
A.- ¿Ahora metes a los dioses? ¡Lo que nos faltaba! Mira, Zenón, no tengo tiempo que perder. Voy a aprender algo útil. (se va)

P.- Lo siento, Zenón. No sabía que éste era tan mal educado. Si lo llego a saber no le invito a que viniese. Me decía que tenía mucho interés en conocerte.
Z.- Sí. Y tiene un gran afán de saber la verdad, no lo dudes. Pero está incapacitado para la filosofía, al menos por ahora. Quizás eso sea una suerte para él…
P.- No lo creo, Zenón. Ni creo que vaya a dejar de darle vueltas cuando esté sólo. De hecho no calla. Pero dime a mí, por las buenas, ¿qué crees tú que demuestran tus inteligentes razonamientos completamente absurdos?
Z.- Pues, Calias, creo que demuestran una de dos: o que la realidad es completamente ilógica, o que no es como la vemos y nos la imaginamos ni se la imaginan los físicos y los matemáticos.
P.- Y ¿cómo es entonces?
Z.- De una manera que no se puede expresar y pensar sin parecer que caes en el absurdo. Bueno, te dejo, que he quedado con unos amigos.
P.- Muy bien, hasta pronto.
Z.- No, Calias, no sé si hasta pronto o hasta nunca… ¿No sabes que también el tiempo tiene a la vez infinitas partes y ninguna?

Se cuenta que Zenón fue detenido por participar en una conspiración para derrocar al tirano que había tomado el poder en la ciudad. El tirano le ordenó que delatase a los otros conspiradores y Zenón, entonces, se mordió la lengua con tanta fuerza que se la cortó, y después se la escupió al tirano. Un filósofo español, Agustín García Calvo (el de la foto -el que está sentado-), imagina una interpretación “simbólica” de esta leyenda. El tirano podría ser la Ciencia de la Realidad establecida, que nos intenta gobernar a todos e imponernos las leyes únicas. Zenón, el conspirador, sería quien ataca a ese tirano de la realidad de la ciencia: alguien que denuncia las contradicciones de lo que suponemos real. ¿Qué significaría arrancarse la lengua…? (Claro que otras versiones dicen que Zenón le pidió al tirano que se acercase para decirle al oído el nombre de sus cómplices y, cuando el tirano se acercó, Zenón le arrancó la oreja de un mordisco. Entonces un soldado del tirano mató a Zenón de una lanzada.

martes, 1 de octubre de 2013

Zenón de Elea la razón te lía, I

Zenón, discípulo, amigo y, al parecer, amante en su juventud de Parménides, elucubró unos razonamientos muy "simples" para demostrar que es absurdo que haya muchas cosas y que exista el movimiento. Se me ocurrió recrearlos en forma de diálogo. Aquí tenéis la primera parte.

(Diálogo entre Zenón de Elea y un paisano suyo)

Paisano de Elea.- Oye, Zenón, ¿te pillo bien?
Zenón.- Sí, estoy sentado y no tengo escapatoria.
P.- Dime, por favor, algunos de esos tan inteligentes razonamientos un poco absurdos tuyos.
Z.- Vale, pero no son tan inteligentes ni un poco absurdos, son sólo absolutamente absurdos, o sea, totalmente inteligentes.
P.- Bueno, pues uno de esos.
Z.- Te preguntaré dos cosas, ¿te parece bien? ¿O te parecen muchas?
P.- No, dos no son muchas.
Z.- Está bien. Pues dime, la primera, cuántas cosas crees que hay en realidad. Y después, dime cuánto es de grande cada cosa.

P.- ¿Cuántas cosas hay? Muchas. Ya en mi salón creo que hay demasiadas, no te digo nada si hablamos de Elea entera o de toda Grecia. Muchas.
Z.- O sea, que no crees que haya ni una sola ni ninguna.
P.- Claro que no. Tú mismo me has preguntado ya dos cosas.
Z.- Muy bien dicho. Entonces, dime: esas muchas cosas que existen según tú ¿son en número infinito o finito? Quiero decir, ¿se podría alguna vez acabar de contarlas, o no?
P.- Ahí ya me pones en un apuro.
Z.- ¿No te parece que tienen que ser cuantas son, ni más ni menos?
P.- Claro.
Z.- Y eso tiene que ser una cantidad determinada, ¿no? Aunque ni tú ni yo podamos contarlas, tienen que ser una cantidad fija, no pueden ser una cantidad indefinida...
P.- Sí, parece sensato.
Z.- Pues piensa ahora lo siguiente. Supongamos que haya tres cosas, para abreviar.
P.- Por ejemplo, yo y mis dos perros.
Z.- Por ejemplo. Entonces te pregunto. ¿no habrá otra cosa que será tu cabeza? ¿Y los hocicos de tus perros, y, en fin, todas las partes de esas tres cosas?
P.- ¿Y las partes de cosas son cosas?
Z.- Dímelo tú.
P.- Yo creo que sí, la verdad.
Z.- ¿Y las partes de las partes, son cosas o no?
P.- Sí, claro, por la misma regla.
Z.- Así que parece que habrá una infinidad de cosas.
P.- Salvo que haya cosas, Zenón, que no tengan partes más pequeñas que ellas mismas.
Z.- Muy bien. Y ¿crees que podrías contar una cosa que no se pudiera partir?
P.- ¿Por qué no?
Z.- Porque una cosa que no se puede partir, creo yo, no ocupa nada ni es nada.
P.- Puede ser.

Z.- Piénsalo además de otra manera. Si hay tres cosas, hay siete, ¿no?
P.- ¿¡Cómo!?
Z.- Supón que haya estas tres, a, b y c. Entonces hay también la combinación de a y b, llamémosla, ab, y la de a y c, o sea, ac, y bc, y abc.
P.- Bueno, pero eso son otro tipo de cosas.
Z.- Ya, pero cuando yo te he preguntado por la cantidad de cosas que crees que hay, no te he pedido que distingas en tipos. Todos los tipos valen si hablamos de cantidad de cosas.
P.- Vale, hay siete.
Z.- ¿Siete? ¿Es que no sabes contar? ¿O no piensas contar a la combinación de a y ab, o sea, a(ab), y las demás combinaciones de las siete cosas?
P.- Ya veo a dónde vas. Entonces nunca podremos parar así tampoco.
Z.- Así es. Creo que en el siglo XIX vivirá un matemático alemán que demostrará de esa forma que nunca puede darse un conjunto que lo contenga todo, porque siempre el conjunto de todos los conjuntos que puedes hacer con los elementos de un conjunto dado, A digamos, es mayor que el propio A.
P.- Entonces ¿las cosas que hay son en número infinito?
Z.- Si tú puedes digerir eso…
P.- ¿Qué problema le ves, Zenón?
Z.- Hombre, dicen que la mitad de infinito es tan grande como infinito. La milmillonésima parte de infinito es igual de grande que el infinito…
P.- Todos los infinitos son iguales, claro.
Z.- Bueno, según ese matemático del que te he hablado, un tal Jorge Cantor, no es así, sino que hay unos infinitos más grandes que otros. Por ejemplo, el infinito de los números que resultan de una división sin resultado exacto, los Reales, como los llaman los matemáticos, tiene por lo menos un número que no está en la fila de los que llaman números naturales. Pero creo que con el infinito más pequeño tenemos ya bastante para inventar esos razonamientos absurdos inteligentes que vienes buscando.
P.- Tienes razón.
Z.- A mí el infinito no me parece una cantidad. No hay manera de partirlo en cachos más pequeños. Si te pones a caminar hacia el infinito, por mucho que andes estarás siempre a la misma distancia. Así que…
P.- ¡Menudo lío!
Z.- A eso venías, ¿no? ¿Estás ya satisfecho? Resumiendo, parece a la vez que, si hay muchas cosas, como dices tú (y aunque sean pocas), deben ser una cantidad finita e infinita, pero las dos opciones parecen absurdas.

P.- ¿Entonces, tú que piensas?
Z.- Puede que no hay ninguna, o que haya una sola cosa.
P.- ¿Eso te parece más lógico?
Z.- Que no haya ninguna, no me lo parece, la verdad.
P.- Claro, ya estás tú mismo, que eres una cosa, para desmentirlo.
Z.- No por eso, Calias. No me gusta razonar así.
P.- ¿Por qué?
Z.- Porque eso no es un razonamiento, sino un hecho, que estamos viendo. Y lo que nos estamos preguntando es si es lógico, no si nos parece que lo experimentamos, ¿entiendes?
P.- Creo que sí. ¿Entonces, que crees que es lógico?
Z.- Ninguna, no me parece. Porque, si hubiese ninguna, ya habría una, la nada o conjunto vacío.
P.- Pero el conjunto vacío no existe.
Z.- Pues para no existir está muy ocupado. ¿No sabes que estamos metiendo cosas en él continuamente? ¡Todo lo que no cabe en ningún otro! Fíjate, incluso, en que un lógico más o menos contemporáneo del matemático que te mencioné, definirá los números diciendo que el Uno es el conjunto que tiene como elemento al conjunto vacío, el Dos el que tiene como elementos al Uno y, por tanto, al Vacío, y así.

P.- Entonces ¿crees que hay una sola cosa?
Z.- Eso decía siempre mi maestro, el sapientísimo Parménides. Pero esa es una verdad, como también él decía, incomprensible para nosotros, los mortales. Sólo la diosa puede comprender que todo es uno y lo mismo, y que las diferencias son aparentes, porque en verdad el no-ser es nada, nada de nada, y sin el no-ser no podemos distinguir ni siquiera dos seres.
P.- Y ¿cómo dices que no podemos comprender lo que dice Parménides? A mí me acaba de parecer que lo he entendido, aunque me parece tan increíble que, como no me invites a un trago de esa buena cerveza que tienes en tu bodega…
Z.- Pues, aunque es muy lógico, también tiene su lado absurdo. Fíjate. Basta con que intente decirlo o pensarlo, que todo es uno, basta que lo diga o piense, te digo, para que me contradiga, porque la frase “todos es uno” (o “es uno”, si quieres acortarla) ya es más de uno, ya tiene por lo menos dos cosas, el ‘es’, y el ‘uno’. ¿Te das cuenta?
P.- Me doy.

Z.- Así que las cosas son muchas, infinitas, finitas, una y ninguna, y, a la vez, no son ni una ni muchas ni ninguna ni infinitas. ¿Me quieres decir ahora cuánto mide cada una?
P.- Eso lo dejamos para mañana, si no te parece mal. Por hoy, ya tengo bastante con una: al fin y al cabo, es como si me llevara infinitas ideas, o más bien ninguna, porque me has dejado la inteligencia más pelada que la cabeza de un etíope.
Z.- De acuerdo, mañana lo hablaremos. Ahora tómate conmigo una de esas cervezas que dices que tengo.

Ver también esta otra entrada sobre Parménides y esta entrada sobre Zenón de Elea

lunes, 30 de septiembre de 2013

Parménides y el hecho de que los seres sean

Soy esto y soy lo otro: soy profesor o alumno, chistoso o serio, trabajador o haragán. Me preocupa seguir siendo esto, dejar de ser aquello, convertirme en eso otro... Siempre nos ocupamos y preocupamos de y por lo que somos y son las cosas, pero casi nunca nos ocupa el simple hecho de que somos y son: no nos paramos a pensar en el ser, en el ser sin más (o sin menos). Es normal: se da por descontado. Todas las cosas son, así que ¿qué diferencia introduce entre ellas el hecho de que “sean”? Siempre estamos ocupados con lo que introduce alguna diferencia, lo que es “relevante”, lo que sobresale, por encima o por debajo. Que las cosas sean, que yo sea, que tú seas, que haya ser… es algo completamente irrelevante, no genera relieve.

Sin embargo, para el filósofo (ese personaje que, según decía no sé quien, se especializa en el Todo) es de la máxima relevancia justo el hecho de que algo no establezca diferencias y sea igual para todos. El ser no se niega a nada, se “da” a toda cosa, y esto le hace completamente diferente a cualquier otra propiedad. En cierto sentido básico, el ser es el mismo para todas las cosas, no discrimina; las demás propiedades, en cambio, son propiedad de algunos y les falta a otros. Si unas cosas son claras, otras tienen que ser oscuras; si unas son buenas, otras son malas…

Ahora bien, si el ser no introduce diferencias entre los seres, entonces, ¿qué introduce diferencias entre ellos, qué los discrimina, qué pone a unos en el lado de la luz y a otros en el de la oscuridad, o en una mezcla mejor o peor de ambas? No pueden diferenciarse en que son, desde luego: la misma cualidad no puede hacer diferentes a dos seres. Si todas las cosas se volviesen de un solo color, blanco por ejemplo, la vista no las distinguiría, no vería a ninguna más relevante, no vería sombras: todas serían una sola. Claro que, en ese caso, todavía conservaríamos el oído o el tacto para saber que yo soy uno y tú eres otro distinto. Como el sonido no es ningún color, o sea, no pertenece en absoluto al campo del color, puede distinguir a las cosas que no se distinguen por el color.

Si lo seres no se distinguen en que son, quizás se distinguirán, entonces, por otra u otras cualidades totalmente distintas a la de ser, y estas cualidades serán las que importen, las útiles, las relevantes. Pero ¿qué cosa o cualidad hay que sea distinta y totalmente exterior al ser?, ¿qué hay fuera del campo del ser? Fuera del ser solo está, si acaso, el no-ser, la nada, lo que no es. Solo el no-ser puede conseguir que Tú, que estás ahí enfrente, y Yo, que estoy aquí-mismo, seamos diferentes, que tú no-seas yo y yo no-sea tú.

Ahora bien, ¿puede haber lo-que-no-es? ¿Cómo pensarlo? Cuando pensamos algo, el pensamiento tiene que agarrarse a alguna característica, y es precisamente esa característica la que el pensamiento tiene que reflejar exactamente para que sea un pensamiento correcto y verdadero. Sin embargo, lo-que-no-es solo tiene la característica de no-tener-características. ¿Es eso una característica? Pensar el no-ser es, más bien, pensar en lo que no es; es decir, es no pensar algo que es; o sea, pensar en nada; algo tan absurdo como ver la oscuridad, imposible. El no-ser no puede ser (algo). Si lo fuera, además, le pasaría lo que a los demás seres: sería igual a todos los demás en el ser, y seguiríamos en el mismo problema de cómo diferenciarlos. Si somos todos lo mismo en el ser, ¿qué puede hacer realmente el no-ser, exista o no, para distinguirnos y separarnos?

¿Y si, en verdad, visto con profundidad, por debajo de los relieves o adornos, más allá de las apariencias (que se dice que engañan), no somos diferentes, tú y yo, y las otras cosas, sino que somos… todas lo mismo? Si pudiéramos mirar las cosas con total profundidad, con el ojo de la inteligencia pura (el ojo de la diosa verdad) no veríamos ninguna sombra que distinguiera una cosa blanca de otra, no entenderíamos ninguna limitación que haga que tú seas tú y yo sea yo. La sombra que distingue a los cuerpos, el no-ser que distingue a las cosas, es solo cuestión de perspectiva, de no estar en la perspectiva total y absoluta, es cosa de tener la vista corta: una ilusión “óptica” (como ver las cosas más pequeñas porque están más lejos).
  
Por supuesto, los mortales no sabemos mirar así, ver lo uno de todo. Como mucho, podemos figurarnos que una diosa vea así las cosas (o la cosa, mejor dicho), y podemos creer que nuestra labor en la vida es “despertar” a ese pensamiento en que todas las diferencias, sombras y no-seres quedan abolidos, convertidos en humo, y solo queda el ser único bien redondo.

Al menos, esto es lo que parece creer Parménides, como otros sabios de otras culturas, según dice su poema, en el que relata lo que dice que le dijo la Diosa durante un “viaje” o transporte místico:


Venga, yo te diré (y tú guarda el relato que oigas)
qué dos únicas vías en la búsqueda hay concebibles. 
La una: que es, y que no es que no sea, 
esa es digna de fe y confianza (pues verdad la acompaña); 
la otra, que no es y que es necesario no-ser, 
esta está, te lo advierto, desviada de toda credibilidad, 
ya que ni podrías conocer el no-ser (porque nunca se alcanza) 
ni pensarlo.

Pues lo mismo es el pensar y el ser.
(Parménides, Fragmentos 3 y 4 –traducción mía-)

Del No-ser no sale el Ser, el No-ser no sale del Ser.
El límite de ambos es visto por los que contemplan la verdad.
Sabe que es indestructible Aquello de que este Todo está penetrado.
La destrucción de esta cosa imperecedera nadie es capaz de causarla.
(Bhagavadgita, II, 16-17 -traducción de F. Rodríguez Adrados-)

¿Qué te parece este pensamiento? ¿Es concebible, siquiera en un rapto místico, que toda la realidad es una sola?

También puedes leer de Parménides aquí

martes, 24 de septiembre de 2013

Tales de Mileto

¿Cuál es el principio de todo, de todas las cosas? No el principio de los seres humanos, o de los seres vivos, o del sistema solar, o del universo si es que hay o puede haber otros universos o “realidades”; tampoco el principio en el sentido de cuándo, en qué momento empezó todo. Sino cuál es el principio, origen, causa, razón… de que existan todas las cosas.

El principio de todas las cosas podría ser 
  • o bien nada (o, por decirlo como si fuera un personaje, la Nada),
  • o bien Algo (¿o incluso Todo?).

¿Puede la Nada ser el principio de Algo y de Todo? Eso a muchos hombres, incluidos los filósofos en su mayoría (aunque esto no es un asunto a votar, al parecer), les resulta absurdo: ¿podría el algo salir de nada? Es más, ¿puede siquiera “haber nada” o concebirse la Nada? Parece que siempre tenemos que concebir algo, y que no puede (no) haber nada.

Es “obvio” que nosotros, tú y yo, la mesa, el pájaro que canta en ese árbol…, los que no somos Todo, los seres limitados, los “mortales”…, nacemos y morimos, es decir, pasamos, cada uno, a ser algo desde no ser nada, y pasamos a dejar de ser algo, a ser nada.

Pero eso no puede afectarle al Todo. Lo que pasa es que nosotros, al nacer y morir, somos transformaciones de lo mismo, de una cosa única que es todas las cosas en el fondo.

Esa sustancia única que se transforma en todas sin ser ninguna de ellas (que “ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, como dice el primer principio de la Termodinámica), es una especie de fluido universal y vital, del que todos nosotros, tú y yo, la mesa, ese pájaro que canta en ese árbol, somos partes, partes que nacen y mueren, para volver a lo que ni nace ni muere.

 “Aquello a partir de lo cual existen todas las cosas, lo primero a partir de lo cual se generan y el término en que se corrompen, permaneciendo la sustancia mientras cambian los accidentes, dicen que es el elemento y principio de las cosas que existen. (…) No todos dicen lo mismo sobre el número y la especie de tal principio, sino que Tales, quien inició semejante filosofía, sostiene que es el agua”. (Aristóteles Met. I, 983b)

El psicólogo, antropólogo y crítico René Girard ha observado que los seres humanos tenemos una gran necesidad de interpretar el desorden de los mitos desde el punto de vista del orden. (...) “Constantemente mejoramos la mitología en el sentido de que cada vez la despojamos más del desorden.” Uno de los modos en que la temprana filosofía griega mejoró la idea mítica del desorden fue inyectándole una actitud científica. Tales, Anaximandro y Anaxágoras entendían que una energía específica (agua o aire) había estado en flujo caótico y que a partir de esa sustancia se habían plasmado las diversas formas del universo. Eventualmente, pensaban estos protocientíficos el orden se disolvería y regresaría al flujo cósmico y luego aparecería un nuevo universo. [J. Briggs y F. D. Peat. El espejo turbulento]
  
¿Crees que esto es una buena idea?
¿Cómo puede argumentarse o demostrarse?
¿Qué le falta, si le falta algo, para explicar el origen de toda la realidad?
¿Para qué sirve?



                                                       

                                                               ****

¿Por qué cada cosa es como es y se mueve como se mueve? ¿Hay algo completamente inerte e inconsciente en el universo, o todo está animado por un principio propio, más o menos “despierto”, que es algo así como su “alma”?

“Algunos dicen que el alma está mezclada en el todo, de ahí también quizá que Tales haya pensado que todo está lleno de dioses” (Aristóteles, Del alma, I, 5 411a Gredos)

No parece haber muchas razones para dudar que los perros sean conscientes, o aun los ratones. Algunas personas lo pusieron en duda, pero creo que esto se debe frecuentemente a una confusión de la conciencia fenoménica con la autoconciencia. Los ratones podrían no tener un gran sentido de sí mismos y podrían no ser propensos a la introspección, pero parece totalmente plausible que hay algo que es como ser un ratón. (...) A medida que nos movemos hacia abajo en la escala desde los peces y las babosas, a través de redes neuronales simples, hasta los termostatos, ¿dónde debería extinguirse la conciencia? Es probable que la fenomenología de los peces y las babosas no sea primitiva sino relativamente compleja, y refleje las diferentes distinciones que estos seres pueden hacer. Antes de que la fenomenología desaparezca del todo podemos suponer que llegaremos a algún tipo de fenomenología máximamente simple, (...) algo como un termostato. (...) Alguien que encuentre que es “descabellado” suponer que un termostato pueda tener experiencias al menos nos debe una explicación de por qué lo es. [D. Chalmers, La Mente Consciente, 8, 4 Gedisa]

¿Qué crees: está todo animado, o esto es simple pensamiento “mágico”?


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jueves, 19 de septiembre de 2013

El "nacimiento" de la Filosofía. El Mito y la Curiosidad

¿Cuándo empezaron los hombres a hacer filosofía? La Historia dice que eso empezó en Grecia, por el siglo VII a. c., y por ahí nos vamos a ver obligados a empezar aquí. Pero ¿es esto cierto?, y, si lo es, ¿en qué sentido lo es? Puede pareceros una cuestión simplemente científica, histórica (¿por qué poner en duda lo que dicen los historiadores?)… pero no lo es, o no solo. No lo es porque para saber cuándo empezaron los humanos a hacer filosofía hay que saber, antes, qué son los humanos y qué es la filosofía, y esto son cuestiones, al menos en parte, propias de un filósofo. ¿Se puede hablar de Humano, por ejemplo, antes de que uno se angustie por el sentido o sinsentido de la vida, es decir, que de alguna u otra manera esté empantanado de filosofía, y no solo de técnicas de dominio de la naturaleza? ¿No tiene que ser la Filosofía tan vieja como el Humano, si no más? ¿En qué momento se puede hablar de filosofía y dejar de hablar de religión o visión religiosa?
 
Si, según creen los científicos, desde hace ciento y pico mil años los humanos son como ahora, con el cerebro básicamente igual, entonces ya entonces tenían la capacidad de preguntarse qué hacían aquí, qué sentido tenía su existencia, por qué hay algo en vez de nada… Y los restos que nos han dejado, con sus “graffiti” cavernarios (como los ha llamado hoy un compañero vuestro) o los túmulos, etc., así parecen indicarlo. Aunque quizás se tardó mucho en irse formulando mejor y más claramente esas preguntas. Quizás la humanidad crece o evolucionada como lo hace una persona a lo largo de su vida, y pasa, entonces, por una infancia en la que hace poco más que alimentarse, dormir y percibir el mundo con una mezcla casi indistinta de sensibilidad e imaginación. Si esa comparación es buena, Grecia pudo ser como la adolescencia de la humanidad, esa crisis vital de la que todavía vivimos. En la adolescencia uno ya no puede creer simplemente lo que le han contado los Padres y tiene que hacerse cargo de su propia vida. Así es la crisis de la adolescencia, en la que muchos de vosotros estaréis metidos, con su cuestionamiento de todo, con sus llantos sin motivo concreto (porque el motivo es el Todo, o la Nada), con su ansia de Libertad…

No es incorrecto, quizás, decir que la humanidad comenzó con concepciones mágicas y míticas, y que solo poco a poco fue desarrollando un tipo de preguntas más claras y racionales. Y sí parece que en Grecia se dio una salto importante en esa evolución (les debió ayudar ser gente viajera rodeada de grandes civilizaciones que habían dado de sí cuanto podían), sin que eso signifique que hubiese una mañana en que algunos despertaron completamente racionales (¿quién es completamente racional?) ni que en las otras culturas y civilizaciones no haya “filosofía”, si bien mezclada con elementos muy fantásticos y con más uso del argumento de autoridad que de la autoridad de los argumentos.

Para que pensemos en esto, en los mitos y la filosofía, os copio aquí partes del bellísimo (al menos para mi gusto) mito hebreo del origen del mundo y del hombre (aunque los hebreos lo tomaron de los egipcios y estos, quizás, de otros pueblos anteriores), y os pongo, después, una observación de Aristóteles que parece escrita como comentario a este mito, pero que es, en verdad, un comentario a todos los mitos:

Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la faz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas.Dijo Dios: “Haya Luz”; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la Luz, y la separó de las tinieblas. Y a la luz llamó Día, y a las tinieblas, Noche; y hubo tarde y mañana; Día primero.Dijo Dios: “Haya firmamento en medio de las aguas, que separe unas de otras”. Y así fue. E hizo Dios el firmamento, separando aguas de aguas. Y vio Dios ser bueno. Llamó Dios al firmamento, Cielo, y hubo tarde y mañana. Día segundo.(...) [Génesis 1. extractos]

Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue el hombre así ser animado. Plantó luego Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre, a quien formara. Hizo Yahvé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en medio del jardín el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal.(...) Tomó pues, Yahvé Dios al hombre, y le puso en medio del jardín de Edén para que lo cultivase y guardase, y le dio este mandato: “De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque del día que de él comieres, ciertamente morirás”. [Génesis 2, extractos]

Como veis, Dios puso a nuestros padres en un Paraíso, donde no morían, no se avergonzaban de su cuerpo, eran muy ecológicos… porque no conocían el bien y el mal. La serpiente “tentó” a Eva (¿la primera filósofa de la historia?) diciéndole que, si Dios les había prohibido esa fruta, era porque no quería que fuesen tan sabios y poderosos como él. Probar el fruto del conocimiento del bien y el mal nos trajo el trabajo, la muerte, el pudor… y la asistencia a la escuela. ¿Qué tal si Eva se hubiera dejado de tanta curiosidad y soberbia, y se hubiese dedicado a disfrutar sin intentar saber qué está bien y está mal, obedeciendo simplemente al bondadoso padre celestial…? ¿Qué tal si tú obedeces en todo lo que te tienen planeado tus sabios padres, y dejas de hacer preguntas sobre lo bueno y lo malo?

Ahora, el texto de Aristóteles:

Y así con razón debe mirarse como cosa sobrehumana la posesión de esta ciencia [la filosofía, el saber de los principios de todas las cosas]. Porque la naturaleza humana es esclava en tantos aspectos que Sólo Dios como dice Simónides, debería disfrutar de este precioso privilegio. Sin embargo es indigno del hombre no ir en busca de una ciencia a la que puede aspirar. Si los poetas tienen razón diciendo que la divinidad es capaz de envidia, con ocasión de la filosofía podría aparecer principalmente esta envidia, y todos los que se elevan con el pensamiento deberían ser desgraciados. Pero no es posible que la divinidad sea envidiosa, y los poetas, como dice el proverbio, mienten mucho. [Extractos del libro 1 de Aristóteles, Metaph.]


Pregunta: ¿mienten los mitos? ¿En qué? ¿El filósofo, como por ejemplo Aristóteles, es un tipo sanamente curioso, o más bien un impío?


Cuadro.- Klimt Adam und Eva unvollendet, 1917