-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

viernes, 30 de octubre de 2015

EXCLUSIVA: Entrevista con Platón

Un periodista de cavernisofía ha conseguido hablar con el filósofo ateniense Platón acerca de la situación política actual. He aquí el valioso testimonio de esa entrevista:


Periodista (P).- Maestro Platón, viviste hace casi dos mil quinientos años y ahora accedes a visitarnos. Bienvenido a la Modernidad. ¿Notas una gran diferencia?

Platón.- Tengo que contestarte con un sí y con un no. Veamos: me sorprende gratamente, de vuestra sociedad, que algunas prácticas inhumanas se hayan minimizado o suavizado algo: por ejemplo, la esclavitud. También me alegra ver mujeres en la política, las artes y, en fin, por todas partes, aunque la cosa no me parece que esté clara…: yo mismo tuve siempre dudas sobre lo que significa ser mujer o varón, es decir, si hay ahí una diferencia esencial, que nos destina a oficios y labores diferentes, o bien, como creía cuando escribí La República, si esa diferencia es convencional, social… y, por tanto, eliminable, en favor de la igualdad de vidas los ciudadanos…

P.- ¿¡Igualdad!? ¡Reconoce que suena chocante esa palabra en tu boca!: todos te tienen, o tenemos, por el defensor de una utopía (o distopía) donde reina una completa desigualdad…

Platón.- Te entiendo, pero piensa que eso depende de cómo comprendamos lo de “igual”: ¿tratar a seres desiguales de la misma manera es tratarlos con igualdad? ¿Das y pides lo mismo a tus dos perros, si uno es grande y, por tanto, necesita comer más pero a cambio puede también correr más que el otro? ¿Exiges lo mismo a tus dos hijos, si uno tiene un carácter, mental y físico, diferente del otro? Creo que la igualdad real consiste en tratar a cada uno según su naturaleza, darle lo que necesita para desarrollarse cuanto pueda, y no exigirle ni más ni menos de lo que puede dar, que será también lo que le haga más feliz, dentro de sus posibilidades.

P.- Bien, luego te preguntaré por eso; volvamos ahora, si te parece, adonde estabas antes de que te interrumpiera: a tu sí pero no…

Platón.- Sí. Bueno, ahora iba al no: pese a los grandes cambios que he podido ver en vuestra sociedad (y añado a lo anterior el desarrollo de la ciencia y la técnica, por ejemplo), veo que, en el fondo, la naturaleza humana sigue siendo esencialmente la misma: los mismos males que padecíamos nosotros os afectan hoy.

P.- ¿Por ejemplo?

Platón.- Por ejemplo y sobre todo el enorme desconocimiento que la mayoría de las gentes tienen de lo que son en realidad, de esa inmensa belleza que esconden detrás de un montón de instintos egoístas y deseos irracionales.

P.- ¿Qué belleza es esa?

Platón.- La de ser criaturas capaces de trascender con el pensamiento todo lugar y tiempo, y comprender, al menos hasta cierto punto, la esencia de las cosas, y de sus propias existencias.

P.- ¿Qué descripción harías, entonces, de nuestra sociedad occidental?

Platón.- Dicho sin miramientos, es fundamentalmente una sociedad podrida, en la que se valora más acumular y consumir bienes materiales (por llamarlos bienes de acuerdo al uso común, aunque en realidad son males desde el momento en que no los necesitas y te esclavizan), eso se valora más, digo, que la honestidad y la inteligencia, la verdadera inteligencia.

P.- Pero ¿no te parece que vivimos, también, en la edad del conocimiento?

Platón.- Solo si le reduces la cabeza al conocimiento. Para mí, el conocimiento es algo más que matemática al servicio del lujo y sus guerras. Pero ese auténtico conocimiento, el que decía el maestro Sócrates, de qué somos y qué nos conviene… ¿me puedes decir en qué lugar lo depositáis?

P.- ¿En las universidades de Filosofía, o algo así?

Platón.- Me temo que no: vuestros filósofos, en su mayoría, son como los que conocí en mi comerciante Atenas. En primer lugar son lo que yo llamo unos “misólogos”, es decir, que le tienen odio o simplemente indiferencia a los razonamientos, y se dedican a ejercitar la verosimilitud o algo así como pseudo-poesía. En realidad, creen que la Verdad es una palabra pasada de moda. Lo importante es la utilidad… Los pocos que escapan a eso, ahora como siempre, son vistos como bichos raros e incluso como locos, ¡si no es que los ajustician!

P.- Entiendo que no te gusta la educación que has encontrado entre nosotros…

Platón.- En verdad no creo que se pueda llamar educación a eso: es un adiestramiento técnico, sin pensamiento ni intento de tenerlo acerca de la idea del Bien, de la Justicia.

P.- Tú hablaste pestes sobre la democracia. ¿Sigues, realmente, creyendo que hay algo mejor, o, por lo menos, menos malo? ¿No ves cómo vivimos hoy, en paz y tolerancia?

Platón.- Veo que vivís bajo auténticas mafias, es decir, bajo una oligarquía. Unos cuantos poderosos, cuyo objetivo en la vida es satisfacer el mayor número de deseos físicos, incluyendo los tratos más degradantes con mujeres, por ejemplo…, dirigen el destino de todos los humanos: su dinero cruza las fronteras y usa productores esclavos, incluidos niños, en cualquier lugar de miseria donde puede aprovecharse de tiranos alimentados por ellos mismos. Los que estáis más cerca de la mesa de esos oligarcas, y obtenéis, pues, mayores migajas, os sentís libres. Pero la libertad es otra cosa muy diferente.

P.- ¿Qué es?

Platón.- La libertad es ser dueño de uno mismo, es decir, saber lo que conviene a tu naturaleza: no es llenar el barril sin fondo de tus apetitos lamiendo la mano que te proporciona esas drogas.

P.- Y ¿cómo se puede acabar con eso?

Platón.- Es prácticamente imposible, amigo, porque las naturalezas que pueden cambiarlo son pocas, y son corrompidas desde niños (aunque lo llevan mal) y vigiladas de cerca.

P.- ¿Te refieres a tus sabios gobernantes?

Platón.- Me refiero a lo que llamo, en general, guardianes, es decir, esas almas nobles que antepondrían la justicia y la honestidad a su beneficio: ese juez, por ejemplo, que no se deja comprar por las mafias, pero también a ese hombre, por poco intelectual que sea, o a ese joven, que son insobornables por sus superiores, o esas mujeres policía que son las únicas que se atreven a ocupar puestos en algunas ciudades de países muy corruptos y violentos…

P.- Pero ¿esas naturalezas, si existen, querrían gobernar por la fuerza, contra la opinión de la mayoría?

Platón.- Por la fuerza se gobierna siempre, también ahora. Los humanos no somos tan racionales que podamos prescindir de ella. Pero los guardianes en que pienso solo tendrán que someter a la fuerza a los más ignorantes y, por tanto, egoístas, esto es, a los que quieren poseerlo todo. Los demás, creo yo, aceptarán un buen gobierno, en el que pueden participar con argumentos, y donde se es capaz, también, de reconocer al que es más sabio que tú, como hacemos con los médicos… La vanidad democrática no puede entender esto, lo sé…

P.- Déjame que vuelva sobre la desigualdad, o igualdad…, y la naturaleza. ¿Crees, entonces, que nacemos ya con unas características, que nos acompañarán toda la vida?

Platón.- Es muy probable. Aunque todos somos humanos, no todos tenemos las mismas capacidades e inclinaciones.

P.- Pero, ¿no se deberá esa diferencia a la educación que hemos recibido o al entorno en que hemos vivido, como dicen los socialistas?

Platón.- En su mayor parte, sí, o quiero pensar que sí. No creo que todo. En cualquier caso, lo primero que deberíamos hacer, desde luego, es impedir que el entorno marque a uno y le impida llegar a ser lo que es, como decía el excelso Píndaro.

P.- ¿Quitando al niño de la mano de los padres?

Platón.- No tanto: consiguiendo que el influjo social borre lo más posible esas diferencias. Y, una vez que cada uno creciese sin entorpecimientos, como plantas bien cuidadas y no torturadas por el jardinero, veríamos para qué está capacitado uno.

P.- O sea, si su alma es de cobre, plata u oro… Y, entonces, ya se podría dar a cada uno según sus méritos, ¿no es así?

Platón.- Esa es una manera pobre de ver las cosas, una manera propia de comerciantes.  ¿Qué es el mérito, y qué habría que darle? En el fondo, nadie se merece nada, puesto que todo el mundo hace cuanto puede según su naturaleza y circunstancia. Y tampoco nadie quiere tener más que otro, al menos el honesto. Se trata, más bien, como te decía antes, de darle a cada uno lo que necesita, y que él dé de sí lo que pueda. Así, tanto él como todos seremos lo más felices que podemos los mortales.
  
P.- Permíteme que abuse algo más de tu paciencia: tú escribiste, en La República, que los guardianes no tienen ni quieren propiedad privada, sino que todo lo tienen en común, y aquí incluías la sexualidad y los hijos. ¿Has cambiado de parecer en esto; sigues creyendo, como algunos comunistas, que la familia es algo así como enemiga de la sociedad, y que el amor entre un hombre y una mujer, en exclusividad, es un invento poético de seres egoístas?

Platón.- También sobre esto he tenido siempre mis titubeos, como respecto del asunto de la mujer y el varón… Quiero seguir creyendo, con los pitagóricos, que entre amigos todo es común, y que allí donde aparece lo mío cesa lo universal, lo nuestro, lo común, que decía Heráclito. Los celos, entre hombres y mujeres, o entre niños, me parecen más cosa del deseo egoísta y posesivo que de seres inteligentes. Pero reconozco que para la naturaleza humana es muy difícil desprenderse de ello, si es que debe hacerlo.

P.- Bien, querido maestro, te agradecemos mucho tus palabras, que parece que siguen tan frescas después de más de dos milenios.

 Platón.- Gracias a vosotros por mantenernos vivos, como por otra parte no podéis dejar de hacer. Lo más viejo es lo más nuevo: vosotros sois más viejos que nosotros, que vivíamos al principio, según vuestra imaginación; pero por eso nos veis como viejos. En realidad, estamos metidos en el mismo diálogo, el del hombre consigo mismo.


2 comentarios:

  1. Te sigo desde hace tiempo y no te había comentado nada, pero me gusta mucho tus artículos en especial estos que son diálogos ficticios con filosofos.

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  2. Muchas gracias, LRA. Espero que te sigan gustando, y que participes siempre que te apetezca! Un cordial saludo

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