-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.
(Platón)

martes, 1 de diciembre de 2015

El síntoma del "síndrome de Diógenes".

Hablando de los “grandes” me había olvidado (¡como no!) de los pequeños.

Diógenes de Sinope, "el Cínico" o "perruno" (siglos IV – III a. c.), quiso vivir de manera natural, es decir, sin los artefactos artificiales y las artimañas arteras de la sociedad y la convención. Por eso su casa era una tinaja, y sus únicas propiedades, un manto, un zurrón, una garrota y un cuenco… hasta que vio a un niño que cogía el agua con las manos, y entonces Diógenes se deshizo de su cuenco: "Este niño me ha enseñado que tenía cosas que no necesito".


Se dice que andaba con una linterna, diciendo que buscaba un humano. Pero, claro, sólo encontraba políticos, profesores, abogados, trabajadores, amas de casa…

Un día se masturbaba en la plaza pública de Atenas, y algunos ("gentecilla de bien" los llamaría Brassens) le reprendieron. Él contestó: -¡Ojala el hambre se quitase también sólo con frotarse la barriga!

Una vez Alejandro Magno fue a verle y le preguntó: -¿Puedo hacer algo por ti? Diógenes contestó: -Sí, puedes quitarte del medio, porque me tapas el sol.

Diógenes tenía consciencia de la pequeñez y caducidad de las cosas, y también, por eso, seguramente de su belleza. En esto era lo opuesto a Platón: no necesitaba creer en la eternidad ni en las ideas. Se cuenta que un día fue a casa del gran Platón, y como este le dijera: "por favor, si vas a escupir sobre algo, como es tu costumbre, hazlo sobre lo menos valioso que veas", Diógenes escupió en la cara de Platón.

No sé bien por qué extraños caminos se ha llegado a identificar su nombre con esa “enfermedad” (síndrome) de algunas personas que acumulan basura. Lo que demuestra esto para mí es que el verdadero síndrome de Diógenes lo padecemos los demás, porque sólo alguien que, como nosotros, esté con la mierda hasta el cuello es capaz de

-no darse cuenta de que los que acumulamos mierda somos los que tenemos mil cosas que no necesitamos y nos esclavizan

-confundir la libertad con la miseria y la riqueza con la higiene

(quien no se identifique con esta descripción, que no se sienta aludido)

Los perros, o Diógenes, no dejan rastro cuando pasan por la Naturaleza. Los demás, dejamos kilos de basura, un mundo cada vez más inhabitable y feo. Tendríamos que pensarlo un poco, ¿no?

Porque ¿Qué es la mierda?

(Os recomiendo esta canción, un poema del poeta y pensador español Agustín García Calvo, con música de Amancio Prada:
Libre te quiero



Pero no mía, ni de Dios ni de nadie, ni...
tuya siquiera